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sábado, 18 de abril de 1998
viajes

LA BUREBA. Azorín acertó al definir a esta región como "el corazón de la tierra de Burgos". No sólo se encuentra en su centro geográfico, sino que ha sido desde antiguo la verdadera esencia de Castilla

El reino de los Autrigones
Briviesca era la capital de este pueblo ibero que se asentaba en el valle superior del Ebro
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JAVIER MAZORRA

El recorrido comienza en Briviesca, capital de esta comarca. Muy cerca de esta localidad, en un paraje agreste de enorme belleza, se encuentra el santuario de la patrona, Santa Casilda, esa legendaria princesa mora que ayudaba a los prisioneros cristianos. En un sencillo edificio del siglo XVI se guarda la estatua yacente de la santa.

Para llegar a Briviesca desde Burgos hay que atravesar el Puerto de la Brújula, hoy ocupado por varios hoteles de carretera. Su nombre nos recuerda que Carlos III, en el siglo XVIII, mandó colocar una brújula para caminantes en este importante cruce de caminos hacia el norte de la península.

En los alrededores está la pintoresca población de Monasterio de Rodilla y, en un valle colindante, una hermosa ermita románica del siglo XII dedicada a Nuestra Señora del Valle que, según dicen los lugareños, es lo único que queda del convento que da nombre a su pueblo.

Desde Briviesca, siguiendo el curso del río Oca y una de las ramificaciones del Camino de Santiago, se alcanza Calzada de Bureba, un pequeño pueblo rodeado de los enormes campos de cereales que caracterizan esta comarca. Desde allí, la carretera nacional nos llevaría hacia el desfiladero de Pancorbo y Miranda de Ebro. El viajero que quiera conocer la mejor panóramica de la Bureba tiene, en cambio, que dirigirse al norte, por una carretera local, a Portillo de Busto, en la primera estribación de la Sierra de Oña.

La Roca.

Una sinuosa carretera conduce al viajero hacia Frías pasando por Tobera, un lugar misterioso enclavado en una estrecha hoz. Allí quedan dos ermitas medievales, encaramadas a las paredes de la garganta. A muy poca distancia surgen los dramáticos perfiles de Frías, emplazada en lo alto de una peña. Si la visión del pueblo desde la lejanía es sobrecogedora, sus estrechas calles conservan todo el sabor de la ciudad que Juan II cedió a su camarero Pedro Fernández de Velasco y que los Reyes Católicos convirtieron en cabeza de un ducado. Frías conserva en perfecto estado el flamante puente fortificado que se encuentra en la salida del pueblo, sobre el río Ebro. Es difícil encontrar en España una edificación de ese tipo en tan buenas condiciones. Desde allí se puede penetrar en el valle de Tobalina, rodeado por los Montes Obarenes y la Sierra de Arcena. Una serie de desfiladeros nos conducen a su capital, Quintana Martín Galíndez, y a la torre palacio de los Salazar.

El puente fortificado que despide al viajero a la salida de Frías está en perfecto estado de conservación

Desde allí, siguiendo el curso del Ebro, río arriba, se llega al pueblo de Trespaderne. Más adelante, los imponentes roquedales del desfiladero de la Horadada llevan encajonado al Ebro hasta su confluencia con el río Oca, mientras águilas reales y otras rapaces sobrevuelan, vigilantes, en las alturas. De pronto, cuando menos se espera, surge, tras una colina, y en uno de los recodos del río, la villa de Oña, uno de los puntos culminantes de este recorrido. Es difícil imaginar que un pueblo tan pequeño guarde edificios tan ambiciosos como el antiguo monasterio de San Salvador, hoy convertido en hospital psiquiátrico.

Sólo se puede comprender su magnificencia cuando conocemos su historia y su importancia en Castilla durante muchos siglos. Hay varios reyes navarros y castellanos enterrados en la iglesia colindante, incluido Sancho Mayor de Navarra, destacando los sepulcros talados por Fray Pedro de Valladolid. Llama también la atención el claustro construido por Simón de Colonia.

Antes de dejar Oña hay que explorar su aljama, muy cerca de la Puerta de la Estrella, donde residía la numerosa comunidad judía. Para llegar a Poza de la Sal hay que seguir el curso del río Hómino, pasando por típicos pueblos de la Bureba como Salas, con una buena arquitectura popular. Poza es uno de los pueblos más curiosos de toda la provincia de Burgos. Protegido por los espectaculares restos del castillo de los Rojas, su configuración y destino han estado ligados durante miles de años a la explotación de la sal. Aún se pueden apreciar las eras o explanadas para la evaporación, las balsas o estanques y las granjas donde se almacenaba el mineral. Se sabe que ya los autrigones inyectaban agua en la tierra para después extraerla ya salada por disolución, extendiéndola por las eras y esperando que la evaporación hiciera el resto.

El pueblo conserva su sabor medieval, destacando sus murallas y numerosas casas de adobe con entramados de madera. Otra edificación interesante es la Casa de Administración de Salinas, desde donde se controlaban la explotación y comercio de la sal en el siglo XVIII. A las afueras de Poza, cerca de acantilados repletos de buitres y otras aves rapaces, se ha dedicado un monumento a Félix Rodríguez de la Fuente que, habiendo nacido en esta parte de Burgos, conocía a la perfección cada peña y rincón de estos extraordinarios parajes.


Capital natural y administrativa

Briviesca sigue siendo, después de más de 2.000 años de historia, la capital natural y administrativa de esta comarca. La Burbe ibera se transformó en tiempos de los romanos en Vivoresca, desarrollándose alrededor del cercano cerro de San Juan. Más tarde, y después de siglos de abandono, Doña Blanca, nieta de Alfonso X, levantó aquí un alcázar, relanzando el prestigio de esta villa que se convierte, en 1387, en sede de las Cortes de Castilla, donde se establece el título de Príncipe de Asturias para los herederos de la Corona.

El siglo XIV sería el de su máximo esplendor, aunque los restos más notables que han llegado hasta nuestros días son del XVI, cuando se determina el trazado urbano en cuadrícula que todavía existe hoy en día. La vida sigue girando alrededor de la Plaza Mayor porticada, donde se encuentra la iglesia plateresca de San Martín.

Tanto la iglesia colegial de Santa María como el convento de Santa Clara guardan sendas obras maestras de un escultor mirandés del siglo XVI llamado Pedro López Gamiz. En la primera se trata del altar de Santa Casilda, mientras que en el segundo, el retablo de cinco cuerpos ocupa la cabecera de la magnífica obra de Gil de Ontañón, sólo comparable a la capilla del Condestable de Burgos y a la iglesia del convento de Santa Clara de la también cercana Medina de Pomar.


GASTRONOMIA. La Bureba tiene una oferta gastronómica limitada, con una cocina sencilla y sin grandes pretensiones. Hay buenas sopas de ajo y son célebres sus legumbres. Se come, como en toda Castilla, buen cordero, y son famosas sus morcillas, que están hechas con arroz. Briviesca tiene los mejores restaurantes de la comarca, además de una excelente pastelería en la plaza mayor donde se pueden adquirir sobadillos y almendras garrapiñadas.

DORMIR. La oferta en esta zona de Burgos es muy reducida. En los alrededores del Monasterio de Rodilla hay tres hoteles de carretera, incluyendo un tres estrellas. En el resto de la comarca sólo hay media docena de hostales y pensiones de una o dos estrellas. El turismo rural está aún poco desarrollado.

COMO LLEGAR. La ruta circular que se propone para explorar la comarca de la Bureba tiene una extensión de unos 180 kilómetros partiendo de Burgos, y no ofrece ninguna dificultad. Se utilizan todo tipo de carreteras asfaltadas, evitando los tramos de la autopista entre Burgos y Miranda de Ebro.



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