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sábado, 24 de octubre de 1998
viajes

ESPAÑA. Al tren no le hacen falta presentaciones. Es el viaje en mayúsculas, un universo literario, evocador. Y son todavía muchos quienes lo eligen para hacer rutas selectas por la península y hasta para dormir. En un tiempo de aviones y coches, el ferrocarril ha sobrevivido

Registros de estación
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PACO IGNACIO TAIBO II

Un tren es una isla en medio de un paisaje que se mueve, me digo mientras disfruto el descenso de una montaña asturiana y sus tres mil verdes hasta el mar. Amanece. Confieso que no soy un narrador imparcial, soy público cautivo, cautivado. Por gustarme, me gusta el ronroneo, la cadencia.

Ultimamente he aprendido algunas esencias sobre los viajes. Obligado a viajar 80, incluso 90 veces al año, de ciudad en ciudad, de país en país, he descubierto que los viajes ya no son etapas intermedias y agobiantes entre destino y destino.

Un poema de Brecht resulta particularmente iluminador, cito de memoria, el personaje viaja entre dos ciudades en su exilio, una rueda del coche se pincha, queda a mitad de la carretera, reflexiona: "No voy a ninguna parte, no vengo de ningún lado, ¿entonces por qué esta sensación de prisa, esta angustia?".

El viaje está en el viaje. Por eso me gustan los trenes. Universos endiabladamente literarios.

Registro a partir del recuerdo: Un viaje en tren por Alemania. La desolación de un idioma que no dominas, la velocidad que hace del paisaje inmediato una mancha borrosa; unos compañeros de compartimiento francamente abominables, hombre que se esconde tras el periódico, mujer vieja que piensa que los latinoamericanos somos violadores, y cuando en voz alta le digo en español que a las ancianitas en Latinoamérica las tratamos con cariño, sin entender, confirma su teoría original y aferra su paraguas fieramente, y a partir de la última estación, dos futbo-punks que muerden sus latas de cerveza al terminarlas, y que tienen una esvástica en la cabeza gracias a un exótico corte de pelo.

La desolación me invade. De repente se abre la puerta del compartimiento, una muchacha flaca, más bien feucha, entra. Al contemplar a nuestros compañeros está a punto de huir. Se quita la cazadora negra, trae una camiseta con la eterna imagen del Che. Rápidamente abro mi cortavientos para mostrar mi camiseta guevariana.

Registro a partir de la memoria. Durante 11 años la Semana Negra se ha iniciado en un viaje por tren de Madrid a Gijón. Hay mil formas más eficientes de montar el inicio de un encuentro multicultural, traer al centenar de invitados directamente desde sus lugares de origen, por ejemplo: pero el tren Negro tiene el encanto de convertirse en una fiesta, de reconocimientos y conversaciones, música espontánea, partidas de ajedrez, muchas entrevistas e incluso una mesa redonda en un vagón adaptado.

Vagones.

Sin esta experiencia, sería mucho más difícil arrancar el encuentro, son estas ocho horas en tren, compartidas colectivamente, saltando de asiento en asiento, vagando por los vagones en conversaciones que se prolongan más allá de los personajes, lo que permite crear un ambiente informal y creativo entre los invitados que se prolongará a lo largo de la Semana.

Registro a partir de la memoria cultural: Una película de Costa Gavras, el Orient Express de la Christie, el expreso de Von Ryan, los trenes de Jiri Manzel, los trenes de Graham Greene y Eric Ambler. ¿Siempre me he preguntado por qué a los impresionistas no les gustaban los trenes?

Registro a partir de la vivencia: Un tren sin ventilación en el Pacífico mexicano, donde empezamos a desnudarnos entre bromas. Un tren que cruzaba la frontera francoespañola en los últimos años del franquismo, el fondo de mi mochila lleno de propaganda que me habían dado en Toulouse para amigos asturianos, un grupo de obreros españoles que regresaban a casa tras haber trabajado en las acerías belgas y que intuyeron que tenían que protegerme además de darme de comer chorizo y tortilla de patata. Un viaje en el nocturno a Monterrey en un coche cama tan repleto de sexo que lo recuerdo con envidia y cansancio.

Registros triviales: Las mejores novelas las leí en trenes y aviones. En Praga tomé un tren en sentido contrario al que iba, gracias a eso conocí Viena. En un tren Roma-Milán nocturno el encargado sacó una novela mía y me hizo firmársela: pasamos la mitad de la noche discutiendo sobre literatura latinoamericana.

Registro historias ajenas: Mi amiga Mary Frisque tiene fobia a los aviones, sólo viaja a lugares que estén enlazados por tierra o mar. Sabe todos los horarios de la Amtrack, y distingue entre los restaurantes del Nueva York-Boston y el Exprés de Santa Fe.

La capital.

Registros literarios: En estos días estoy escribiendo sobre trenes, pero no sobre modernos trenes españoles, sobre trenes mexicanos de la época de la revolución. Alguien me contó que en los trenes villistas los caballos eran los únicos que viajaban cómodamente, los demás en el techo, incluso había los que colgaban sus hamacas entre las ruedas y que viajaban lamiendo casi las vías y el polvo. En el techo había cocinas y mujeres que cocinaban tortillas en latas de aceite. Los trenes estaban despedazados, llenos de agujeros, quemados en muchas esquinas, pero maravillosos. He estado consiguiendo fotos de trenes.

Registro a partir de la historia: Dediqué muchas horas a reconstruir la historia de un tren. El tren blindado de Santa Clara, aquél que dio nacimiento a la fama mundial del Che en la última gran batalla de la revolución cubana. Un tren que era el prodigio bélico de su época y que fue desbaratado por un puñado de guerrilleros con sus escopetas, rifles, molotovs y un tractor.

Registro de la estadística personal: ¿El mejor tren? El Al Andalus que hace la ruta andaluza. ¿El viaje más accidentado? Un invierno en Oaxaca, cuando las vacas decidieron quedarse en la vía. ¿El más puntual? El Intercity Bonn-Francfort. Parte al segundo exacto. ¿El más bello? Un tren en La Patagonia que me contó Luis Sepúlveda y cuyas fotos, tomadas por Daniel Mordzynski, pude ver. ¿El más feo? El citado expreso de Monterrey que tan gratos recuerdos sexuales me trae.

Imágenes cinematográficas: El chorro de vapor de la locomotora en la gare de Lyon; el último tren a Yuma y la estación. Los trenes de Sergio Leone. Los intocables y el carrito de bebé en Gran Central Station de Nueva York (¿o era Chicago?). El exterior de la estación de Los Angeles. Atocha, maravillosamente llena de plantas.

Rebusco en mi memoria infantil y encuentro un tren que iba de Barcelona a Alella (¿se escribía así?). Yo debería tener cuatro años y mis padres me llevaban a ver a unos tíos. Recuerdo que al llegar yo no quería bajarme del tren.

Así siguen las cosas.

El escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II dirige la Semana Negra de Gijón, una cita cultural de verano que siempre arranca con un viaje en tren desde Madrid a Gijón. Su último libro publicado es Arcángeles (Planeta).

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