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sábado, 5 de diciembre de 1998
viajes

Siempre se pensó que los croatas nunca se atreverían a atacar la "Perla del Adriático", la "Joya del Mediterráneo"... Pero lo hicieron en dos ocasiones. Y este recinto del arte y la cultura ardió por todas partes. Ahora, la ciudad dálmata, casi el escenario de un drama de Shakespeare, ha sanado sus heridas y vuelve a ser ella misma

Dubrovnik
Renace el Fénix

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JESUS TORBADO

Incansable viajero y escritor, ha publicado 30 novelas y miles de artículos sobre distintos países. Su último libro es Viajeros Intrépidos.

Las llagas se disimulan pudorosamente bajo los apacibles tejados rojos, detrás de las sólidas fachadas de piedra y de los ventanales góticos; las lágrimas se han disuelto en las aguas inmóviles y azules del Adriático; los cipreses supervivientes apuntan alegremente al cielo como si hubieran pasado pájaros entre sus ramas, no las bombas de los serbios... Cuanto sucedía hace 20 años sucede ahora. Los buenos y los malos tiempos modifican ropajes, ademanes y comportamientos, pero el escenario y la función son los mismos. Se sienta uno en el territorio ya fresco de una terraza de la calle Prijeko, como todo el mundo que no teme al otoño, para beber un vaso de malvasía, y tiene enfrente las piernas luminosas de una muchacha garrida, de pelo trigueño y mirada retadora.

La rodean demasiadas miradas masculinas como para albergar alguna esperanza razonable. Y por otro lado, aquí y allá, menudea este género de tentaciones: haylas rubiancas eslavas, de caras anchas, recatadas morochas de ojos de fuego negro, sólidas teutonas, italianas bulliciosas... Pero resulta que la chavala cazadera grita a sus compañeros en un español demasiado vigoroso y rudo y acaba uno descubriendo que ejerce el oficio de chapista de blindados ­extraño oficio, pardiez­ y que figura en el cupo de las fuerzas militares hispánicas acantonadas al otro lado de las cotas de pinos, olivos y cipreses, junto a la ciudad herzegovina de Mostar, por donde continúa la gente sin ponerse de acuerdo. Hay un cuartel español apenas a 30 kilómetros de aquí y otro más en Medugorje, donde se aparece la Virgen desde 1981. Ni la erudición ni el vino ni las piernas de la chapista pueden resolver de un golpe el crucigrama, el rompecabezas de este borde de los Balcanes en el que guerrean seis repúblicas, cinco naciones, cuatro lenguas, tres religiones y dos alfabetos. Además de los odios de cada uno.

Esencia.

Hace 20 años no era raro ver a dos tipos peleando entusiasmados a puñetazos en un recodo de la larguísima y curvosa carretera dálmata e incluso ante un chaflán de la suntuosa calle Stradun, en esta esencia de ciudad llamada Dubrovnik, calle que es también plaza, paseo y teatro. Trescientos metros de teatro fijo, parece, de cualquiera de esas óperas medievales que los ricos consumen con fruición, aunque los actores llevan el uniforme de vacacionistas ­el disfraz de bermudas, pechos sueltos, carterón sobre la barriga, cámara colgada al cuello­. Ahora, desde que el 15 de enero pasado la ONU decidió que volvía la paz oficial y real, empiezan a volver también los turistas. Casi 100.000, informan, hasta ahora. Y con ellos van volviendo también los desplazados, aunque sólo encuentren un agujero en su casa.

A toda velocidad se intenta que recupere su vuelo el glorioso Fénix, ya totalmente croata; pero a muchos vecinos les gustaría conocer la absoluta independencia de ciudad-estado que les dio gloria y riquezas en el pasado. Como conjunto urbano justamente galardonado con la medalla de Patrimonio de la Humanidad, muchos organismos han echado una mano para que la anciana Ragusa sea de nuevo foro y emblema. Cada cual tiene derecho a definir el paraíso como quiera, ciertamente. Bernard Shaw dijo hace tiempo: "Si queréis contemplar el paraíso terrenal, venid a Dubrovnik": aquí puede verse, desde luego, el paraíso en forma de ciudad amurallada y a una guapa chapista de blindados ibéricos, pero también los pasos antiguos y recientes del jinete de la guerra.

Se creía en 1991 que los serbios no se atreverían nunca a atacar la Perla del Adriático, a la Atenas eslava, a la Joya del Mediterráneo, a una ciudad que siempre fue como el sinónimo de ciudad, pero vaya si lo hicieron. El 11 de noviembre de aquel año ese recinto sagrado del arte y la cultura ardía por todas partes. Y, más tarde, en mayo de 1992. "Sobre las torres y los muros de piedra no vela la fuerza de las armas sino la poesía, el pensamiento y el espíritu de libertad", había escrito Jure Kastelán para explicar el espíritu de Dubrovnik. Mas fueron inútiles ante la barbarie, como siempre. Los cañones disparaban desde las hermosas colinas próximas, lo mismo sobre la lujosa y animada ciudad moderna establecida a lo largo de la costa que sobre el recinto amurallado clavado en una isla rocosa convertida en península.

Se ven todavía las heridas, aunque la reparación ha sido consistente y rápida. El pobre hotel Imperial, un lujo de 1896, sigue quemado y tardará meses en reabrir sus puertas. Bajo las nuevas tejas de los edificios ­los tonos rojo/tomate modernos se distinguen demasiado bien de los antiguos, oscurecidos por óxidos y siglos­; al otro lado de los murallones reparados con piedras nuevas hay muchos edificios que son cascarones vacíos y chamuscados; edificios incluso muy nobles: más de la mitad quedaron dañados. Murieron 251 personas ­el casco amurallado tiene poco más de 5.000 habitantes­, fueron heridas más de 600, se causaron estragos por valor de 370.000 millones de pesetas, cayeron casi 1.000 bombas... Cuatro meses de asedio y de hambre.

Dubrovnik ­que lleva este nombre eslavo sólo desde hace un siglo­ va recuperando aquel cosmopolitismo de antaño, un poco afectado y desdeñoso, porque la sólida Ragusa histórica y plantada desde hace 14 siglos en un montículo rocoso ha cultivado sido siempre mucho orgullo. Se descubre mejor ese carácter en los meses en que no se desbordan por sus calles/museo las turbas doradas de los turistas, bajo los repiques de campanas, el aleteo de las palomas y los maullidos huidizos de los gatos.

Libertad.

Ragusa fue independiente, gracias al talento de sus diplomáticos y a la riqueza de sus mercaderes, hasta la invasión napoleónica (luego vendrían los austríacos, los nazis y Tito). Adelantada del mar, coqueteó, se sometió, pactó con muchos poderes, sobre todo con la Venecia rival, tuvo consulado en Sevilla y envió en las carabelas de Colón a dos de sus marinos en el primer viaje del Almirante; logró recuperarse del terremoto de 1667, mantuvo siempre en vigor su lema sagrado: "Non bene pro toto libertas venditur auro" (la libertad no se vende por todo el oro del mundo).

En la maraña tupida de guerras e invasiones, Ragusa consiguió mantener a flote, entre el abrazo de sus casi dos kilómetros de muralla de 25 metros de altura y siete siglos de resistencia, los 337 monumentos censados. Lo consiguieron "la razón, el dinero y la paciencia", como escribió un autor del siglo XV, y sin duda la protección del patrón San Blas, el que aparece multiplicado en estatua por todas partes, a veces sosteniendo a la misma ciudad en las manos y que da siempre la impresión de querer bajarse de sus pedestales y hornacinas para guiar al curioso, mientras el espadachín Orlando, Rolando, se mantiene fijo en su columna.

Puertas, torres cuadrangulares, conventos tan descomunales como el de los franciscanos y el de los dominicos, fortalezas, los 300 metros que corre de mar a mar la calle Stradun, también llamada Placa, entre explosiones artísticas, y las otras calles lisas o escalonadas, los frescos de los mejores pintores italianos, el viejo empedrado que parece poseer brillo propio y la memoria de andaduras innumerables, el palacio de aquellos Rectores o Príncipes vestidos con toga de seda roja que sólo permanecían un mes en el poder después de haber sido elegidos, y sin salir de casa para evitar tentación de pecados políticos, el otro palacio Sponza que guarda el archivo histórico, la catedral, las fuentes...

En Ragusa no se trasnocha ahora; tampoco en los buenos tiempos. Es una ciudad mediterránea, pero más bizantina y eslava. Al amanecer ya suena el griterío del mercado callejero lleno de peces, verduras, quesos, vino, fruta, botellas de orujo... No existen hoteles dentro de las murallas, pero los acogedores cafés y restaurantes son también madrugadores, lo mismo que los comercios (aunque cierran tarde), y a los vecinos les gusta mezclarse con los visitantes en los amenos espacios a los que se prohíbe el paso a los coches, o frente al puerto que es la mejor de las puertas al mundo, o en la amplitud de la veneciana plaza Luza...

Para contarles sus desdichas y esperanzas, para arrancarles un dólar. Siguen en pie muchos problemas planteados por la transformación: el paso de las propiedades públicas comunistas a manos privadas capitalistas, como los que nacen de la recuperación de la guerra. En el paquete entran también muchas de las 10.000 camas hoteleras de los alrededores, todavía difíciles de ocupar, más allá de las joyas románicas, góticas, renacentistas, barrocas que se apiñan en la ciudad-museo rodeada de mar y planeada por el vuelo de la historia.

Ragusa, ciudad-estado, independiente durante seis siglos, es una obra maestra de la arquitectura medieval, todo el mundo lo sabe; elegante, armónica, ordenada, romántica. Ha sido durante decenios presa codiciada de viajeros amantes del arte y durante siglos ejemplo de las libertades civiles. No ha cambiado, no. El barbudo y múltiple San Blas continúa sosteniéndola en sus manos como una joya de las invenciones de los hombres.


no olvide...

1. Ejercer un buen control de la cartera. De los ragusinos se ha dicho siempre que por darte los buenos días te cobran diez dólares.

2. Las dificultades de posguerra han incitado al expolio del turismo. Los precios suben mucho. La moneda croata (kuna) se cotiza a unas 250 pts.

3. Subir a las murallas para ver la ciudad desde sus almenas y asomarse a la vieja botica del año 1317, en el convento franciscano.

4. Embarcar hacia la cercana isla de Lokrum, a Kórcula o a algunas otras de los archipiélagos de Kornati y Mljet, todas parques nacionales.

5. Probar el pescado, los mariscos y el arroz (con langostinos) en cualquier restaurante de la calle Prijeko. Compruebe antes el precio y revise luego la cuenta.

6. No inquietarse si olvida el bañador. Siempre puede comprar otro o acudir a alguna de las muchísimas playas nudistas de la zona.

7. Catar los excelentes vinos: malvasías blancos, prosek (un digestivo oscuro), dingac (tinto), peljesac o el kunjundjusa (la jota se pronuncia i).

8. Explorar la costa dálmata, llena de ciudades esplendorosas como Split, Sibenik y Zadar y las colinas de la estrecha franja litoral croata.

9. Que no se han apagado todavía los ecos de la guerra civil en toda la región y la gente sigue muy afectada en relación a ese tema.

10. Tener precaución a la hora de enzarzarse en opiniones y discusiones sobre nacionalismos y religión. Hay gente poco apacible.


LLEGAR. No hay vuelo directo desde España. El camino más accesible son los aeroplanos de la Croatia Airlines (91 542 06 90), que vuelan desde Madrid jueves y domingos hasta Zagreb. Desde ahí hay al menos dos vuelos diarios a Ragusa. La tarifa más barata es de unas 50.000 pts. Para el verano están previstos vuelos chárter. Es aconsejable viajar en coche por la costa dálmata. Hay gente que habla español, incluso guías.

CUANDO IR. Como es lógico, las mejores épocas son la primavera y el otoño; incluso invierno. Se disfruta mejor, con más sosiego y es más barato. En verano hace mucho calor y la zona vuelve a estar superpoblada. Durante julio y agosto se celebra por todas partes, incluso al aire libre, un ilustre festival de música, ópera, danzas clásicas y folclóricas.

DORMIR. Dentro del casco amurallado no hay hoteles, pero en la costa son muy numerosos, aunque muchos han sido dañados por la guerra. Muy cercano y grato es el hotel Argentina. Para presupuestos más modestos abundan posadas y casas particulares y campings en los alrededores.

COMER. Abundan los restaurantes de todo tipo, desde los de comida rápida e italianos funcionales hasta los lujosos con excelentes pescados y gastronomía local, sobre todo en Prijeko. Por ejemplo el Altas Club Nutika, en la antigua escuela naval y con excelentes vistas. A pocos kilómetros, en el valle de Konavle, un antiguo molino es un precioso restaurante de lujo entre bosques: el Konavoski Dvrori.

QUE COMPRAR. Actualmente no hay mucho. La calle Stradun está llena de tiendas de todo tipo, pero conviene advertir que muchas artesanías son importadas y de segundo rango. Claro, habrá que comprar una corbata (croata-kravata), que ellos afirman haber inventado y algún utensilio de madera de roble (árbol que dio el nuevo nombre a la ciudad: dubrave).

RECURSOS. La embajada croata en Madrid (Velázquez, 44, 2º. Fax: 91 577 68 81) tiene una persona muy competente para dar todo tipo de informaciones en un excelente castellano: Matko Medo. Internet: http: //tjev.tel,fer.hr/dubrovnik.

 

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