EL LEGADO FRANQUISTA

La huella del franquismo, un cuarto de siglo después de la muerte de su fundador, no es meramente sociológica. Numerosos símbolos de las décadas en que España vivió bajo la dictadura permanecen aún en las calles, en los edificios, en los lugares más recónditos del país.

No basta más que pasear por las calles de cualquier pueblo o ciudad española para ver placas del callejero con nombres como Plaza del Generalísimo, Caídos de la División Azul, Avenida del general Franco o Plaza de los Caídos por España. Ese mismo paseo permite todavía ver estatuas erigidas hace décadas a mayor gloria de Franco y que todavía se mantienen en pie. En la mayoría de los casos, las autoridades se dedican a delegar la responsabilidad y ni se atreven a explicar si contribuyen a su mantenimiento o si, simplemente, se dedican a tenerlas expuestas al público. Este caso se da tanto en pequeños municipios de la Galicia natal del general, como es Narón, hasta en la capital de España: la estatua equestre de Franco todavía está en la calle de San Juan de la Cruz.

Y no sólo las calles mantienen vivo el recuerdo. Aún algunas localidades mantienen en sus nombres el homenaje que en su día decidieron rendir al dictador: Barbate de Franco, Ferrol del Caudillo... También algunos de los ideólogos del falangismo mantienen sus apellidos en algunos pueblos, como es el caso de Quintanilla de Onésimo.

La estrecha relación de Franco y de su régimen con la Iglesia española queda patente en nuestros días en los monolitos que la mayoría de las iglesias del país guardan en sus atrios. Suelen ser sencillas esculturas de granito o mármol grisáceo con tres elementos en común: un símbolo, el yugo y las flechas; una fecha, 1936-1939; y una frase, «En memoria de los caídos por Dios y por España».

También fruto del caracter católico del franquismo se puede ver hoy en día lo que pretendió ser el monumento y símbolo de toda una época: el Valle de los Caídos. Erigido con el sudor —y hasta la sangre— de centenares del presos políticos, este monumental complejo es el lugar de reunión tradicional de los grupúsculos de nostálgicos de extrema derecha que cada 20-N conmemoran los aniversarios de las muertes de Franco y de José Antonio Primo de Rivera.

La arquitectura del franquismo mantiene el tono grisáceo de la sociedad del momento. Un buen ejemplo es el complejo de los Nuevos Ministerios, en el Paseo de la Castellana de Madrid. El Palacio del Pardo, residencia de Francisco Franco, es en la actualidad lugar de alojamiento para las autoridades y dignatarios que visitan España. La ingeniería también deja otros recuerdos de las cuatro décadas de dictadura. Algunos de los más significativos son los pantanos. No hubo año en que el dictador no apareciera en el No-Do inaugurando una de estas presas cuyo objetivo era combatir la «pertinaz sequía».

Otro de los símbolos que durante años se identificó con el general fue su yate, el Azor, en el que se dedicaba a una de sus aficiones favoritas: la pesca. Pues bien, el barco no tuvo mucha fortuna tras la muerte de su patrón. En 1985, el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, intentó utilizarlo en sus excursiones de recreo, pero la idea no fue bien recibida por la opinión pública. Desde entonces, el Azor tuvo una ajetreada vida, para acabar convirtiéndose en un asador en un paraje remoto del campo burgalés.

En cuanto al resto de la parafernalia franquista, la mayor parte de sus símbolos sale a relucir en la actualidad en las concentraciones de ultras —concentrados en Fuerza Nueva y en Alianza para la Unidad Nacional— y en los partidos de fútbol. Los grupos radicales de hinchas son quienes más sacan a relucir las banderas preconstitucionales, con el águila en vez del escudo. Además, queda todo un campo para los nostálgicos y turistas consistente en botellas de vino con la efigie del dictador, llaveros de la Falange, lotería conmemorativa... hasta polvorones con el rsotro de Francisco Franco estampado en sus envoltorios.



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