Resumen de noticias


1993: MARIO CONDE

La caída de un banquero que quiso ser líder carismático

Pedro Calvo Hernando

Tres días antes de terminar el año, el 28 de diciembre, cae fulminado Mario Conde, cuando el Banco de España y el Gobierno socialista deciden la intervención de Banesto, en una operación de parecida espectacularidad a la de la expropiación de Rumasa, casi once años antes. Pero en esos once años muchas cosas habían cambiado en España, sobre todo la naturaleza del poder, desde una mayoría absoluta y un apoyo incontestable de la sociedad a una precariedad rayana en la impotencia, y no sólo ni principalmente porque les faltaran 17 diputados para alcanzar aquella mayoría.

1993 termina tan dramáticamente o más como había comenzado y había transcurrido. La corrupción que machacaba al PSOE no se lo había llevado por delante en las elecciones del 6 de junio, pero había firmado el comienzo de la cuenta atrás del poder de Felipe González en un proceso que se presentaba como irreversible.

Casos como el de Juan Guerra y el de Filesa estaban ya en danza y se había terminado definitivamente la era del socialismo como identificación mayoritaria y dominante en la sociedad española. 1993 es el momento de la ruptura de un sistema de vinculaciones ideológicas y afectivas que había durado una década entera.

En años posteriores el proceso de desvinculación se aceleraría hasta culminar en las elecciones del 3 de marzo de 1996, las de la victoria ajustadísima del PP, en realidad un empate técnico.

La caída de Mario Conde es un suceso que cuadra de maravilla con el clima social, político y económico de aquel año. Es un tiempo de crisis profunda, más dentro de España que en el resto de Occidente. El crecimiento económico se había detenido, y al paro y a la inflación no se les encontraba salida. Las euforias del 92 se esfumaron ante las tristes realidades del presente. Las ilusiones de los españoles no salían del pozo.

El Gobierno estaba en crisis y la oposición no concitaba la confianza de la gente, pese a que el PP había subido de 106 a 141 diputados. Tres devaluaciones de la peseta, la última en plena campaña electoral. Era imposible imaginar un escenario peor.

Mario Conde caía de su pedestal en nombre de un país que caía de las certezas de la anterior década y de las glorias del 92, unas glorias que los acontecimientos objetivos y las maldades del establecimiento se habían encargado de malbaratar.

Tal parece que España no tenía derecho no ya a la autocomplacencia, sino ni siquiera a la autosatisfacción por empresas tan singulares y grandiosas como los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, que habrían enorgullecido a cualquier otro país.

Ni la ratificación del Tratado de Maastricht fue capaz de tirar para delante aquella crisis profunda. Ni la proclama de José María Aznar el 7 de febrero en el X Congreso de su partido: Vamos a convertir al PP en un partido de centro... como en 1990, como en 1996, como ahora mismo, como siempre.

Esas elecciones de junio serían las últimas ganadas por González, que forma nuevo Gobierno con la compañía estelar de Narcís Serra en la vicepresidencia, Javier Solana en Exteriores (casi hasta el final), Pedro Solbes en Economía, Alfredo Pérez Rubalcaba de Portavoz y Presidencia, José Borrell en Obras Públicas, Juan Alberto Belloch en Justicia y luego también en Interior.

Felipe González y Mario Conde eran dueños de esa excelsa virtud del carisma personal, mezcla de atractivo irresistible, de seguridad y de capacidad de liderazgo. Durante años Conde pudo ser el líder alternativo de una derecha que había pasado por todas las pruebas y todos los fracasos y que todavía no sabía si el Aznar emergido en el congreso de Sevilla de 1990 iba a dar mejores resultados que sus antecesores.

La suerte voló sobre la cabeza de Mario en esa media docena de años. O no hubo conjunción astral, o Mario no se decidió, o no encontró el momento oportuno. Y la suerte sólo pasa una vez por encima de nuestras cabezas y hay que saber atraparla.

González y Conde, dos personajes representativos del espíritu de una época: el primero ha resistido mucho mejor. Para el segundo no habría otra oportunidad, pues se hundió ya aquella tarde del Día de Inocentes de 1993. También no pocos de sus amigos o acompañantes, como Arturo Romaní, Rafael Pérez Escolar, Fernando Garro, Enrique Lasarte o Juan Belloso.

No se habrá arrepentido alguna vez de no seguir en activo como Abogado del Estado, carrera a la que accedió ganando las oposiciones con sólo 24 años y con notas brillantísimas.

Se ha dicho que ese hundimiento era más urgente porque la presencia de Mario en lo alto del laberinto era el único obstáculo serio para la consagración de José María Aznar al frente del centro-derecha. Lo cierto es que no se conoce ningún esfuerzo por salvarlo desde las lomas del PP. La baraka de Aznar se convertía ya en su divisa política aquella fría tarde entre Navidad y Año Nuevo. Un par de años después llegaría al poder con la baraka y por los pelos, pero llegaría.

Y Conde llegaría a conocer todas las desdichas, el banquillo y la cárcel, de la mano del caso Argentia Trust y del enciclopédico e interminable caso Banesto, desde entonces hasta nuestros días de 1998.

Se había desintegrado el astro fulgurante, el espejo de todos los cachorros ambiciosos de la era del enriquecimiento súbito, el gran empresario, el prodigioso financiero de moda, el doctor honoris causa por la Universidad Complutense, el invasor del mundo de la comunicación, el amigo de los otros poderosos, el Superman de los negocios, el aspirante a liderar la alternativa no socialista y el Gobierno de la nación, en un sueño de mimetismo a lo Berlusconi. Conde había desafiado a la crisis y había metido presión en Banesto como si estuviéramos en el país de Jauja. La crisis le devolvería la osadía.

Osadía in crescendo desde que en 1987 se había hecho con la presidencia del viejo Banco Español de Crédito, poco después de la ventajosa venta de Antibióticos, S.A. y tras derrotar a dos pesos pesados como Sánchez Asiaín y López de Letona. Fueron seis años que estremecieron al mundo de la política y de las finanzas con el nombre de Mario Conde.

Osadía festoneada de irregularidades, para acumular un agujero de 600.000 millones de pesetas, la cuantificación objetiva de los motivos para la intervención del Día de Inocentes y el acompañamiento de las acusaciones ante los Tribunales contra Conde y los hombres de su equipo.

Concentración excesiva de riesgos, favoritismos con la Corporación Industrial de Banesto, inversiones peligrosas, guerra irresponsable de captación de créditos, son circunstancias que tienen mucho que ver con la gran caída.

Conde se ve abandonado por la clase política, pero también por sus colegas de la gran Banca, muy alarmados desde la famosa ampliación de capital de aquella entidad y seriamente preocupados por el peligro de salir todos contagiados por la desconfianza. Pero también en el fondo recelosos ante lo que consideran como un advenedizo, proclive siempre a las aventuras, como les había pasado con José María Ruiz-Mateos en tiempos de la expropiación de Rumasa.

El gran beneficiario sería el Banco Santander, que engulle a Banesto, a cuyo timón se coloca a Alfredo Sáenz. La aventura que comenzase con Juan Abelló en Antibióticos, S.A. terminaba por la mano de Luis Angel Rojo, gobernador del Banco de España.

Y Mario Conde enseguida entraría en el carrusel judicial, sobre todo a partir del momento -mayo de 1996- en que el juez García Castellón da a conocer la apertura del juicio oral del caso Banesto. Es cuando comienza a rondarle la amenaza de más de treinta años de cárcel, sobre la base de las comentadas irregularidades y presunciones de diversos delitos, como el de estafa. Y en ésas estamos, todavía en pleno juicio, después de muchos meses de sesiones.

La primera dosis/ aperitivo le había llegado en febrero de este año que ahora termina, cuando el Tribunal Supremo le condena a cuatro años y seis meses y a una indemnización de 600 millones de pesetas a Banesto por apropiación indebida de esa misma cantidad, en el caso Argentia Trust. Era una sentencia que confirmaba en buena medida la de la Audiencia Nacional.

La consecuencia inmediata fue su nuevo ingreso en prisión, situación que conocería después diversos avatares en el campo ya de la política penitenciaria, al tiempo que proseguía el macroproceso por el caso Banesto. Cualquier final es esperable y a nadie sorprenderá, una vez que la sociedad digirió primero la intervención del banco y luego el primer ingreso de Conde en la cárcel, en diciembre de 1994, un año después.

Se diga lo que se diga, esos dos sucesos sacudieron duramente la conciencia de un país pleno de contradicciones y conmocionaron a una clase de ciudadanos que había colocado todas sus esperanzas y todas sus ambiciones en el estilo de vida que había abanderado Mario Conde. Más tarde vendrían otros personajes, otros juicios, otras cárceles, que conmovieron a distintas clases de ciudadanos de este país.

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