IDOIA ARIZNABARRETA
BILBAO.-
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Foto: Iñaki Andrés
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Fracasó como compositor y por eso, decidió hacer esculturas de sonido en lugar de composiciones musicales. Después, se decantó por las esculturas electrónicas, donde se movió como pez en el agua porque «era un espacio virgen. Nadie más lo hacía». Para Nam June Paik lo fundamental de un artista es tener la satisfacción de crear y, sobre todo, «lograr la necesidad de acceder a esa sensación».
P.- Su trayectoria ha sido un constante análisis de la expresión artística. ¿Adónde ha llegado y adónde quiere llegar?
R.- He de confesar que tanto la retrospectiva que me dedicó el Museo Guggenheim en Nueva York como ésta de Bilbao me ha devuelto la seguridad. Me siento muy satisfecho al comprobar qué y cómo he trabajado, de modo que después de esto ya puedo morirme tranquilo y feliz.
P.- ¿No se reconoce como el descubridor de un lenguaje artístico ecléctico, vanguardista y espectacular?
R.- Permítame que se lo explique por medio de una metáfora. Mire, cuando hacía música me veía conduciendo un enorme camión por una carretera estrecha: temeroso, constreñido, condicionado por un espacio totalmente limitado.
P.- Pero se familiarizó con los soportes multimedia y...
R.- Me parecía estar al volante de un pequeño Volkswagen por una autopista enorme: la libertad de movimiento era infinita.
P.- El encuentro con John Cage fue determinante. ¿Qué le aportó la amistad del célebre compositor?
R.- John me enseñó el valor de la libertad absoluta, a jugar sin reglas. Puede que el hallazgo de esa libertad proceda del espíritu de California, donde hay mucho espacio y dinero. En realidad, mucho de todo.
P.- A veces demasiado, ¿o no?
R.- Así es: el exceso de de libertad puede acabar en asfixia. Es un fenómeno de este siglo. Por eso, John también me enseñó cómo sobrevivir ante los excesos.
P.- ¿El arte sin movimiento no le interesa?
R.- Claro que sí. He intentado pintar cuadros y he observado con mucha atención a algunos artistas, pero me di cuenta de que no era mi camino. No lo hacía nada bien.
P.- Los especialistas coinciden en definirle como «el padre del videoarte». ¿Cómo le gustaría que le recordasen?
R.- Siempre me he preocupado mucho por mi obra y me obsesiona la herencia que puedo dejar. Pero estoy contento porque creo que he conseguido algo similar a las óperas de Wagner.
P.- ¿A las óperas de Wagner?
R.- Sí, porque acepta múltiples interpretaciones. Me preguntaban antes cómo quiero que se me recuerde. Se lo diré: como alguien que hizo muchos experimentos de los que surgió una buena química.
P.- Dicen que la imagen externa del Museo Guggenheim eclipsa su contenido. ¿Teme que eso suceda con su muestra?
R.- Al artista siempre le asusta trabajar con los espacios, sobre todo, si son como éste. Pero llegué al Guggenheim con la mente vacía y limpia para aceptar lo que fuera. Como decía John Cage «yo acepto el universo».
P.- ¿Hubo un tiempo en el que no lo aceptó?
R.- Sí, he sido severo y estricto con mi trabajo. Antes solamente aceptaba la música de John Cage y poco más, en cambio ahora también les doy la bienvenida a Los Beatles, a Elvis Presley...