EL MUNDO / Domingo 23 de abrill de 2000 / Número 30
 

romboCOYUNTURA

Globalización / Los analistas miran con mayor preocupación cuánto tiempo más seguirán invirtiendo en tecnología las empresas estadounidenses por encima del 25% anual, como ocurre desde 1970. Contra las viejas recetas, los nuevos contestatarios piden transferir riqueza a los países pobres.

El muro de cristal del FMI
La clave sobre si la economía de EEUUtendrá una caída suave está en el despegue de Japón

JESÚS NAVARES

La última asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial no se ha podido celebrar en un escenario peor, en medio de una llamativa protesta social y bajo los nubarrones de Wall Street.
O sí. Hubiera sido más grave que los funcionarios de estas dos instituciones mundiales, que supuestamente velan por el equilibrio financiero de todo el planeta, se hubieran despedido de Washington en plena reedición del crash de 1987. Su equipaje de vuelta sí contiene el rechazo de un nuevo movimiento contestatario que se está agrupando bajo la bandera ecologista, con el ideal de la antiglobalización y como defensor de los países pobres.
De momento, esto último es lo más innovador que está aportando el mundo desarrollado al Tercer Mundo; una protesta social, ahora desestructurada, que posee una mezcla de los antiguos hyppies y de los yuppies.
Las viejas recetas económicas para los países en crisis (o en debacle permanente, como el continente africano) ya las defiende el FMI y el Banco Mundial. La gran contradicción, aunque en clave comercial, la ha expuesto sin tapujos el presidente del Banco Mundial, James Wolfenshon: “No podemos pedir a los países pobres que aumenten la producción y luego negarles el acceso a los mercados”. Dicho queda.
El muro de cristal que protege al FMI y al Banco Mundial, blindado de intereses de los países ricos, se resquebraja. Pero los cambios no vienen determinados por la contestación social, que ya apareció en la ciudad estadounidense de Seattle, en la pasada reunión de la Organización Mundial de Comercio, o en la cumbre de Davos, sede suiza del último encuentro de los más poderosos de la Tierra.
Las implicaciones de la globalización o de la llamada nueva economía suponen precisamente eso, que todos los países del mundo están ligados en una trenza económica. Es decir, gracias a la inmediatez que posibilita Internet, y al calor económico que genera su caldero de ideas, el desarrollo económico de todos los países, los pobres incluidos, influye en el resto como en ningún otro momento de la Historia.
Parte de los teóricos económicos llevan años intentando describir los problemas del desarrollo asimétrico (diferente ciclo de crecimiento de EEUU, Japón y Europa). Nadie sabe predecir cuánto tiempo aguantará la máquina norteamericana antes de pedir el relevo. Pero la actual fase expansiva de EEUU trastoca todas las viejas teorías.
Resulta que la economía estadounidense ha logrado anular en los últimos 10 años esas graves fluctuaciones económicas del pasado, que provocaban que todo el mundo hablara de los ciclos cortos de expansión-recesión.
La actual revolución industrial, o la fase madura de la fusión entre la informática y las telecomunicaciones, como prefieren afirmar otros, tiene en el disparadero la tasa de crecimiento de EEUU (4,4% del PIB en 1999, con un aumento sostenido desde 1991).

Oxígeno, pero menos

Este desarrollo evoluciona con una tasa de inflación controlada, pero gracias a la fe casi ciega de los consumidores norteamericanos (cuyo gasto supone dos tercios del PIB), que tienen gran parte de su ahorro colocado en Wall Street. ¿Cuándo se constipará la Bolsa de Nueva York? Ya se escucha su tos, pero los expertos prefieren calcular algo menos volátil que la confianza de los inversores.
Al margen de una próxima corrección en los mercados, que nadie descarta, la apuesta importante es si las inversiones en tecnología de las empresas norteamericanas puede crecer a un ritmo del 25% anual, como ocurre, prácticamente, desde los años setenta.
La otra clave para determinar si la desaceleración de EEUU será brusca, está en el despertar de Japón. Las dos economías más poderosas de la Tierra viven en una particular simbiosis, pero la pasada crisis financiera asiática la resolvieron EEUU y China casi en solitario. En Japón no salió el sol.
Lawrence Summers, secretario del Tesoro estadounidense, ya ha avanzado parte de la receta para que su economía tenga un aterrizaje suave: “EEUU debería poder aumentar sus exportaciones y no reducir las importaciones”. O lo que es lo mismo, que Japón, Europa, China y Latinoamérica compren más productos norteamericanos para que EEUU siga a un ritmo aceptable, sin hinchar su ya abultado déficit comercial, que puede terminar disparando la inflación y reventando los mercados y...
Pero esto supone aplicar viejos emplastos al virus de la nueva economía. Globalmente, la opción clásica es que el FMI, el Banco Mundial y el G7 (grupo de las siete naciones más desarrolladas) se limiten a facilitar otro poco de oxígeno a los países pobres, enjugando parte de su deuda, en vez de ensayar, aunque fuera tímidamente, otro modelo. Los nuevos contestatarios piden, sin cálculo, la transferencia de riqueza a los países pobres. Su idea es deseo e imán: este último camino sólo parece el más caro para las economías desarrolladas.

El pez grande se come al chico, incluso sin hambre

Cualquier otro país del planeta habría sucumbido ante un déficit comercial tan abultado como el que posee EEUU. Pero la economía estadounidense, además de sostener la mayor parte del armazón económico del mundo, también exporta en cantidades ingentes, sobre todo tecnología.
Según los últimos datos facilitados por el Departamento de Comercio de EEUU, el déficit comercial ascendía el pasado mes de febrero a 29.200 millones de dólares, lo que supone un aumento del 6,5% con respecto al mes de enero. Lo preocupante no es la cifra en sí, que es abultada, en parte, por el impacto del precio del petróleo, sino porque prolonga la tendencia ascendente marcada en 1998. Ese año, el déficit comercial de EEUU terminó creciendo un 62,9% comparando los datos de 1997.
Mientras esto sucede, y por otras razones añadidas, los mercados financieros han atravesado una dura semana. Parece el prolegómeno de un acondicionamiento.
En el caso de que todo se quede como está, por largos meses, ya hay efectos. Se anuncia una primera ola de fusiones y adquisiciones en el mercadillo de las nuevas pequeñas empresas tecnológicas. Las que han soportado esta primera selección y se han afianzado en el parqué, aunque sólo sea para matar el rato, tenderán a eliminar a aquellas sociedades que han quedado descolgadas o han perdido casi la mitad de su valor en el último año. En el caso de los portales en español, y otra parafernalia web, el aliciente para adquirirlos, es que casi son los últimos en llegar y tienen el atractivo de la tierra vírgen del idioma.


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