EL MUNDO / Domingo 7 de mayo de 2000 / Número 32
 

romboHECHOS & IDEAS

El autor, investigador del Ministerio de Medio Ambiente e historiador, afirma que el concepto de ‘desarrollo sostenible’, en sus tres vertientes: económica, social y ambiental, ha quedado arrinconado por la idea de ‘globalización’, pero debe convertirse en el principio inspirador de la acción política

TRIBUNA DE LA ECONOMÍA Francisco Javier Ayala-Carcedo
El desarrollo sostenible: política de políticas

La globalización y el desarrollo sostenible son las dos ideas-fuerza que caracterizan nuestra época en el terreno de la política. Producto la primera del colapso de los despóticos e ineficientes capitalismos monopólicos de Estado de los países del Este y de la fortaleza de las empresas multinacionales, podemos constatar casi en los albores del nuevo siglo, un cierto eclipse de la idea del desarrollo sostenible, que, sin embargo, resulta ahora más necesaria que nunca.
La génesis histórica de la idea del desarrollo sostenible es el resultado casi inevitable del proceso de desarrollo de las sociedades industrializadas. La Primera Revolución Industrial (1765-1884) fue una opción por el crecimiento económico, aunque fuera a costa de la degradación social y ambiental, un fenómeno parecido a lo que hoy contemplamos en muchos países subdesarrollados. El desarrollo del movimiento obrero y la necesidad de extender el mercado interno a través de la filosofía fordista, condujeron a lo largo de la Segunda Revolución Industrial (1885-1959) al concepto de desarrollo como el resultado de la integración del crecimiento económico y el desarrollo social, que adoptó la forma histórica del Estado del Bienestar.
Ha sido en el actual periodo de transición a la Era de la Inteligencia Artificial, cuando la difusión por los medios de comunicación de la veloz degradación del planeta ha injertado en el árbol del desarrollo la variable ambiental, conduciendo a la idea del desarrollo sostenible, formulada explícitamente por la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas en 1987, y desarrollada ampliamente en 1992 en la Agenda 21, que recogió las conclusiones de la Cumbre de Río.
Esta génesis histórica, donde la variable ambiental irrumpe al final, ha conducido algunas veces a la idea de que el desarrollo sostenible es un concepto directamente relacionado con el medio ambiente, y que, en consecuencia, la política medioambiental debería ser la política de políticas. Basta estudiar el documento original de 1987 o la Agenda 21 para darse cuenta de que lo característico de la idea del desarrollo sostenible, y lo que necesariamente debe constituirse en política de políticas, es la integración, armonización y optimización de las variables económica, social y ambiental.
El desarrollo sostenible descansa sobre la aceptación de que el desarrollo es posible (recuérdense los debates sobre el crecimiento cero en la década de los setenta) y necesario; de que debe hacerse sostenible, perdurable, viable en el tiempo, y de que la sostenibilidad debe ser triple: económica, social y ambiental.

Declive demográfico
En el sistema social, lo económico, lo social y lo ambiental suelen estar interrelacionados. El declive demográfico de los países desarrollados, con obvias consecuencias económicas, tiene raíces sociales, pero también ambientales, en el urbanismo deshumanizado y arrollador que hemos generado. La dieta del mundo desarrollado, sobrecargada de proteínas y grasas animales poco saludables en exceso, consume casi los dos tercios de la producción cerealista, con graves y extensos impactos ambientales agrarios (deforestación, pesticidas, contaminación del agua, embalses, etcétera); de donde resulta que los dietólogos podrían contribuir sustancialmente a la conservación del medio ambiente.

El lado oscuro
Estamos ante una idea sistémica y compleja, que desborda los reduccionismos y corporativismos al uso, incluidos los ambientales, una idea que no puede materializarse en lo gubernamental sino a través de una síntesis supraministerial, y en lo científico-técnico a través del más amplio ejercicio de pluri y transdisciplinariedad.
Como decía arriba, la globalización, inevitable y con no pocos aspectos positivos en lo económico, tiene también su lado oscuro, y su omnipresencia está desplazando la idea del desarrollo sostenible a un segundo plano. Resulta imposible comprender lo que está sucediendo en los grandes foros mundiales como Seattle, Davos o Bangkok sin constatar este hecho; lo que allí se ha vivido es ante todo la contestación de las dimensiones social y ambiental ante el reduccionismo economicista globalizador .
Hay que reconocer, sin embargo, lo progresivo e irrenunciable de los planteamientos euronorteamericanos, que buscan evitar dumpings en el comercio mundial, de acompañar la liberalización económica con unas mínimas condiciones sociales y económicas que impidan que muchos países en desarrollo estén reproduciendo lo acaecido en el Norte en el siglo XIX, como ocurre por ejemplo con la explotación del trabajo infantil. A pesar de todo ello, no podemos olvidar el carácter de condición necesaria, pero no suficiente, del crecimiento económico.

Retrocesos
El éxito de una sociedad no puede medirse sólo por su capacidad para generar crecimiento económico. En este sentido, y en el contexto español, debería preocuparnos que, junto a avances en los últimos años en el crecimiento económico o en la gestión de residuos, nuestro país haya experimentado un retroceso relativo en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, que hayamos dado pasos hacia atrás en la cuota salarial en el PIB, sufrido una grave escalada de los accidentes laborales o vivido crecientes brotes racistas. Todos ellos son indicadores de que, en algunos aspectos, no estamos en la vía de la sostenibilidad.
La consecución del desarrollo sostenible, necesaria para un siglo XXI humano, no es históricamente inevitable: será o no una realidad dependiendo de la conciencia social y la acción política. El reto de nuestro tiempo, donde ningún pueblo ni ningún político renunciaría al crecimiento, es hacer sostenible la globalización. En esta tarea, el desarrollo sostenible, una aspiración irrenunciable y por esencia política de políticas, tiene un papel clave que jugar, siempre que cuente con una institucionalización adecuada, hoy por hoy pendiente en España.


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