EL MUNDO / Domingo 21 de mayo de 2000 / Número 34
 

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Boo.com protagoniza la primera quiebra de internet

La quiebra de Boo.com ha demostrado que, a pesar de sus particularidades, la nueva economía es tan vulnerable como la tradicional. A saber, si una empresa no funciona, está condenada a desaparecer. Y poco importa el sector al que pertenezca.
Para desgracia de sus promotores, la compañía británica, dedicada a la venta on line de ropa deportiva de lujo, será recordada como la primera empresa de Internet con prestigio obligada a cerrar sus puertas por no cumplir los objetivos que prometieron a sus socios financieros. El pasado martes, los inversores de Boo.com decidieron cerrar definitivamente el grifo financiero a los dos fundadores: el ex crítico de literatura Ernst Malmsten y la ex modelo sueca Kajsa Leander. La pareja inició su aventura en la Red en la primavera del pasado año, presentando un proyecto, en principio, sólido y ambicioso de comercio electrónico.
Y, desde el principio, fueron varias las empresas que se mostraron dispuestas a hacer realidad la idea. Prueba de ello es que Boo.com nació con el mayor respaldo financiero que ha recibido hasta ahora una empresa europea de Internet: 25.145 millones de pesetas.
Entre los inversores se encontraban gigantes empresariales de peso, como el grupo LVMH –presidido por Bernard Arnault– o el holding 21 Investimenti –propiedad de la familia italiana Benetton.
El logotipo de Boo.com tardó poco en dar la vuelta al mundo. Y sus fundadores llegaron a ocupar las mejores páginas de las revistas Forbes, Newsweek y Vogue. Lo cierto es que Boo.com reunía todos los paradigmas de la nueva economía: una idea original, dos emprendedores jóvenes, un proyecto con ambiciones extrafronterizas y el respaldo del capital procedente de la economía tradicional.
Según los analistas, el fracaso de Boo.com ha sido la consecuencia de un mal planteamiento de negocio: una plantilla demasiado abultada y una inversión excesiva en tecnología. La falta de perspectivas ha acabado colmando la paciencia de los socios financieros, y su negativa a aportar más capital ha desembocado en el despido de 300 trabajadores y en la inevitable suspensión de pagos.
Para continuar su camino, la pareja fundadora reclamaba una inyección de 5.587 millones de pesetas, petición que ha sido denegada por los empresarios de la vieja economía.


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