EL MUNDO / Domingo 5 de noviembre de 2000 / Número 53
 

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INFOLÍTICO Gustavo Matías
Instituciones para la ‘nueva economía’

Vencido el pesimismo de la paradoja de la productividad, que a decir de algunos reducía los rendimientos de las inversiones en nuevas tecnologías, nos acecha ahora la paradoja de la riqueza, que a decir de muchos genera desigualdades insoportables. Un historiador económico de la talla de Charles Kindleberguer ha vaticinado, para despedir el siglo, que “la economía mundial se encamina hacia una fase de desorden en los primeros años del próximo siglo”. Su colega Giovanni Arrighi ha reafirmado esa conclusión, y hasta el propio pesimismo radical de Hobsbawm, tras anunciar una crisis general de exceso de acumulación como la que siguió en el siglo XIX a la era del capital (1848-1875) y en el siglo XX a la edad de oro (1950-1970). La razón principal es compartida por el brillante y más optimista David S. Landes: las potencialidades de aumentar los recursos chocan con la desigualdad en su distribución.
Poco importa ante ello que la nueva economía empiece a mostrar tasas de crecimiento, productividad o equilibrios nunca antes vistos tan de golpe. Tampoco que entidades como la OCDE hayan pronosticado su continuidad por al menos una década. La prensa ilustra cada día la nueva paradoja con cifras o con manifestaciones simbólicas contra la globalización y sus organismos, casos de Seattle, Washington o Praga. Medio año ha dedicado BusinessWeek a investigar en el Sur, desde los desiertos de Chad a las fábricas de Guatemala, y su conclusión es parecida: la cuestión no radica en si el libre mercado es bueno o malo, sino en por qué produce resultados tan diferentes entre los países. Más que responder, la revista constata que, para evitar esas disparidades, empieza a emerger un nuevo consenso que pasa por la responsabilidad social de las multinacionales, el refuerzo de los sistemas legales, cierto control financiero, etcétera. Pasa, en suma, por poner otras instituciones junto al mercado.
Aunque la nueva economía extreme desigualdades, no es por su causa, sino por su ausencia. Además, lo anecdótico de ella es la especulación; lo sustancial, el conocimiento y las nuevas tecnologías que les mueven. Por eso también en el Sur hay clases: lucen bien países educados como China, Malasia y Corea, y menos bien India, Guatemala, Nigeria o Suráfrica. La educación erradica la pobreza, ilumina el crecimiento y algún día facilitará el necesario nuevo consenso.

Gustavo.matias@uam.es


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