EL MUNDO / Sábado, 29 de Septiembre de 2001 / Número 95
 

romboLA RUEDA DE LA FORTUNA

 El ‘caso Gescartera’ alcanza cada día que pasa mayor arboladura como bomba electoral contra el Partido Popular. La estafa deja malparado a un Gobierno que, en el momento de su asalto al poder, hizo bandera de la buena gestión económica y de la lucha contr

El vía crucis del candidato Rato

 

Fue Cuevas a Palencia en plenas fiestas de San Antolín y, en el fragor del paisanaje, lanzó un torpedo contra el puente de mando diciendo una de esas cosas que sólo puede decir un hombre libre y/o que ya está de vuelta de casi todo: “El sector público ha fallado estrepitosamente en el caso Gescartera”.

En Economía se armó el lío consiguiente. Días después, el presidente de la CEOE se encontró, cara a cara, con Rodrigo Rato:

–Me cuentan que estás muy enfadado conmigo.
–Tu dirás... con esas barbaridades que dices.
–Pero, vamos a ver, Rodrigo, ¿qué hubieras preferido que dijera: que han fallado los controles, o que ha habido corrupción en la CNMV?
–¡Hombre, si te pones así...!
José María Cuevas se había puesto en la posición de millones de españoles que, con criterio propio, ya saben que en la CNMV no han fallado los controles, sino los controladores, y sospechan que, además, ha habido corrupción.

Un caso que cada día alcanza mayor arboladura como bomba electoral para el PP. El conocimiento público de los regalos que Antonio Camacho efectuaba con prodigalidad digna de multimillonario manirroto, con compras en el mismo día por importe de decenas de millones, relojes de a cinco kilos la pieza, no puede sonar sino a insulto para esos millones de hogares que malviven con el sueldo del cabeza de familia.

Se sabe que el señor Camacho se ha plantado en Soto del Real como quien se instala en el Ritz, a todo tren, ha pactado su seguridad con el capo más peligroso del colegio, que decía Javier de la Rosa, y, repartiendo dinerito con generosidad, lleva una vida regalada impropia de quien dice haberlo perdido todo, mientras se ríe del gran pollo montado extramuros, porque sabe que le quedan unos años, pocos, de confinamiento antes de volver a disfrutar de los relojes de Suárez, las corbatas de Hermes, los trajes de Loewe y esa exclusiva marca de whisky, en botella personalizada, y que era la envidia de quienes con él compartían barra en el Richelieu de Eduardo Dato.

Quienes hicieron posible la estafa contemporizando, mirando hacia otro lado o, quizá, ayudando a que la bola siguiera engordando son cómplices de una estafa que deja malparado a un Gobierno que, en el momento de su asalto al poder, hizo bandera de la buena gestión económica y de la lucha contra la corrupción. Ahí le duele.

Parece poco probable que en el caso Gescartera haya financiación ilegal del PP, como sospecha el PSOE (para quien la Iglesia podría ser una simple fiducia de dineros ajenos), pero lo que está fuera de duda es que el escándalo ha hecho saltar por los aires las Torres Paralelas (Fraga dixit), de la ideología popular: economía y corrupción.
En primera línea de fuego, don Rodrigo Rato, un hombre cogido de lleno por los nombramientos de Giménez-Reyna (director general de Tributos), Pilar Valiente (presidenta de la CNMV) y por la presencia a su lado, como sucesivos jefes de gabinete, de dos hombres muy relacionados con el caso: José María Roldán, vocal que fue de la CNMV y uno de los más notables agitadores (con Ramallo y la Valiente) contra Fernández-Armesto en el organismo, y Jaime Pérez Renovales, miembro de la asesoría jurídica de la CNMV e integrante del comité que investigó Gescartera en 1999.

Sorprende que el político que hizo tal demostración de agudeza poniendo a su lado a dos hombres que, razonablemente, debían saberlo casi todo de Gescartera, no tuviera noticia del escándalo que se avecinaba hasta que le fue presentada la propuesta de intervención. Sorprende también que no se enterara de la bomba que Enrique Giménez-Reyna soltó en el Ministerio poco antes de las generales de marzo de 2000, al anunciar que dejaba la política para “irse de director general de una sociedad de Bolsa...”, idea de la que le disuadió el nombramiento, dicen que a instancias de su amigo Aznar, como secretario de Estado de Hacienda.
¿Punto y final a las aspiraciones sucesorias de don Rodrigo? Es la pregunta que estos días ocupa las cuitas del establishment patrio, que, dividido y perplejo, navega sin rumbo entre la admiración que le produce el talante de este hombre inteligente, buen conversador, gran político y mejor persona en el trato directo, y el rum–rum de las historias que corren por los cenáculos (y, lo que es peor, descansan sobre la mesa de despacho del gran jefe) y que hacen de él un ídolo con pies de barro, “ángel con alas de cadenas” que dijo José Hierro.
El afectado sigue negando la mayor. “Rodrigo no quiere”. El gran capital, sí. “Yo podía haberme ido a Exteriores, porque José María me dio carta blanca, coge lo que quieras, y eso que sabía de sobra que la economía podía ir a peor, pero, qué quieres que le haga, a mí me gusta este Ministerio, y no juego a eso, no juego a ser el sucesor por mucho que algunos se empeñen”.

Algunas evidencias aconsejan, sin embargo, poner en solfa la rotundidad de tales sentimientos. La más cercana se refiere al intento, con Renovales en la sombra, de forzar un pacto entre los funcionarios de la CNMV que tienen que pasar por la Comisión parlamentaria que investiga Gescartera para:
a) exculpar a Pilar Valiente.

b) cargar las tintas sobre Giménez-Reyna, lo cual equivaldría a poner en el punto de mira de las responsabilidades políticas a Montoro.

La intentona chocaba con la dificultad de sumar al complot al ex presidente de la CNMV, Fernández-Armesto, pero parece que algún alma caritativa se encargó de recordar al abogado del bufete Uría el caso AVA y su vinculación como abogado de la familia Salama.

Un guión que parece confirmar la prisa que, el miércoles, se dieron los afectados anunciando al unísono querellas contra el ex supervisor de la CNMV David Vives, un hombre que decidió saltarse abruptamente el guión, y que, de forma prolija, describió los perfiles de un escándalo que la inane explicación de Pilar Valiente no consiguió, al día siguiente, contrarrestar, y que el propio Armesto redujo a escombros el viernes, dejando a Rato en una posición aún más delicada.

El ministro de Economía, un hombre sometido estos días a un estrés brutal, rechaza frontalmente la insinuación de que el Gobierno y él mismo hayan elegido a Montoro como agnus Dei sacrificial del caso Gescartera. “¿Solo ante el peligro Montoro? Será Rodrigo y Cristóbal, por este orden...”, responde, generoso que es el hombre.

Si hemos de dar crédito a lo que distintos miembros de la familia Rato Figaredo musitan estos días entre su entorno amical, esta crisis se ha cobrado ya dos víctimas, Montoro y el propio Rato, dos corderos por el precio de uno, con todos los boletos en la mano para salir del Gobierno en un reajuste radical que podría tener lugar en la primera quincena de noviembre. Una iniciativa que pondría al propio Aznar au dessus de una marea cuyas aguas amenazan escalar las escalinatas de Moncloa.

La obsesión de don Ramón, el paterfamilias, fue colocar a su hijo Moncho, que había compartido con él los rigores de la cárcel tras la intervención del Banco de Siero, en el consejo del Santander, y hacer de Rodrigo una personalidad de la política capaz de llegar a lo más alto. El episodio del Siero contribuyó a consolidar en el círculo familiar un profundo resentimiento hacia el Banco de España y las elites financieras que habían contemplado con indiferencia su desgracia.
Son precisamente esas elites, empezando por el señor Botín, las que ahora apuestan fuerte por Rato, un hombre que fue rico y que ya no lo es, como sucesor de Aznar en la presidencia del Gobierno. El futuro de hombres muy importantes dentro del entramado empresarial hispano, presidentes (o aspirantes a la presidencia) de algunos de los antiguos monopolios públicos, depende de la suerte política de don Rodrigo, buen amigo de sus amigos. ¿Quién ganará esta partida?




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