MANUEL
FDEZ. ALVAREZ
«Cataluña puede sentirse
tan España como Castilla»
Su biografía del rey Felipe II lleva vendidas 19 ediciones;
la del emperador Carlos V, más de una decena; las de Isabel
la Católica, Juana la Loca, Jovellanos... van por el mismo
camino. Ningún especialista en la Historia de la España Moderna
ha contactado con los lectores como Manuel Fernández Alvarez.
Catedrático en la Universidad de Salamanca de 1964 a 1986,
miembro de la Real Academia de la Historia y Premio Nacional
de Historia por el libro ‘La sociedad española del Siglo de
Oro’, el momento estelar de este prolífico escritor llegó
con la jubilación, cuando sus libros han demostrado que no
se trata de que la Historia no interese, sino de que quizás
no se sabe contar. Hombre campechano, afirma de sí mismo:
«Yo soy modesto, pero mi pluma... mi pluma, no»
Entrevistado por ASUNCION DOMENECH y ARTURO ARNALTE |
PREGUNTA.-
Sus biografías de Carlos V y Felipe II han batido récord de
ventas y han popularizado los perfiles de los Austrias. ¿En
qué medida cree que influyeron en la formación de la unidad
política española? ¿Se puede hablar de España como nación
antes de ellos?
RESPUESTA.- Con antecedentes visigodos, podríamos arrancar
de una etapa en que Isabel y Fernando empiezan a configurar
esa Monarquía Hispánica, porque tienen esa meta. Querían forjar
un Estado a nivel nacional, con Granada en el horizonte, para
cerrar la frontera sur y hacer una nueva España, en el sentido
de una nueva estructura política plenamente europea, como
se entendía entonces Europa, el espacio de la Cristiandad.
Era un proyecto político y religioso.
P.- ¿De dónde le venía a Isabel esta conciencia?
R.- De la tradición de que los reyes procedían de los godos,
de una monarquía asturiana que primero se convirtió en Castilla
y León, y luego en Castilla la Vieja y la Nueva. Había una
trayectoria de siglos de avances desde el Norte hacia el Sur,
con miras a restablecer la monarquía visigoda.
P.- ¿Fue la monarquía visigoda el primer concepto
de una idea nacional de España?
R.- Sí, aunque también se puede hablar de una España romana,
que se desgaja del Imperio, pero mantiene su recuerdo. Luego
viene la España visigoda, que se ve truncada por el alud de
la cabalgada musulmana a principios del siglo VIII. Pero quedan
rescoldos en el Norte que recuerdan que han sido invadidos
y quieren recuperar lo perdido. Isabel y Fernando completaron
esa recuperación. Fernando es el rey soldado, pero el alma
es Isabel. Eran los forjadores de una España que respetaba
las diversidades de cada reino, con tendencia a una monarquía
supranacional, puesto que Fernando venía ya con la corona
de Sicilia en la mano.
P.- Eso parece excluir la tesis de España como
resultado de tres culturas: cristianos, musulmanes y judíos.
R.- Ahí hablamos de lo no político, de lo cultural, de «los
hilos de tres colores» que evoca Américo Castro. En nuestra
cultura hay una herencia musulmana, como hay herencia judía,
desde la época de Alfonso X el Sabio en adelante. Pero no
quita para que haya un proyecto político distinto. Isabel
y Fernando acaban expulsando a los judíos y hacen la guerra
a los musulmanes. Quieren una España cristiana y crean el
Tribunal de la Inquisición, que es el signo de la intolerancia.
Es lo más distinto a esa España de tres colores que añoraba
Américo Castro. En todas las loas que hagamos de Isabel, nunca
debemos olvidar la nota sombría de la Inquisición, que ha
vuelto otra vez hasta una época que yo y los viejos hemos
podido vivir y lamentar. Hay que tener cuidado con las páginas
negras. El historiador sabe que, de manera inesperada, lo
más sombrío puede reaparecer.
P.- ¿En qué sentido la nueva dinastía que llega
con Carlos de Gante modifica el proyecto de los Reyes Católicos?
R.- Carlos incorporó los Países Bajos, fue Emperador y complicó
la Historia de España. Eso lo sabía el pueblo, porque ¿qué
supone, si no, la revuelta de los Comuneros? Es la respuesta
del pueblo de Castilla, que estalla cuando se pregunta qué
va a pasar con su dinero y sus hombres. Hubo un momento en
que Carlos V se dio cuenta de que tenía necesidad de hispanizarse,
porque en esa España, que tiene una fuerza de expansión impresionante,
está la base de su poderío. El espectáculo que habían dado
en Europa Fernando e Isabel es impresionante. Consiguen la
unión y terminan la Reconquista. En el pugilato con Francia
por Nápoles, los que parecían unos advenedizos, procedentes
de una Castilla pobre, que aún no había descubierto las Indias,
lograron victorias impresionantes, como Ceriñola o Garellano,
en su forcejeo con Francia. Hoy hay una tendencia pacifista,
de la que yo participo, pero sería ingenuo no darse cuenta
de que la guerra siempre ha sido un factor decisivo en la
historia de los pueblos. Eso es una carga que hereda Carlos
V y que admira. Pero también está ahí la complicación. El
rey de España es también el señor de los Países Bajos, pero
con Felipe II, que nació en Valladolid, que no sabe más que
dos palabras de francés y que quiere vivir en la Meseta, esa
situación es cada vez más forzada. Cuando se produce la rebelión
de los calvinistas de los Países Bajos se convierte en una
sangría, en un desbordamiento de España. Además, se complicó
con aspectos religiosos, con el empeño de que en los Países
Bajos todo el mundo fuera católico, algo que ya criticaron
los hombres del tiempo. Un procurador en las Cortes de 1592,
cuando la situación era muy grave, dijo claramente: «Si se
quieren perder, que se pierdan, pero vivamos nosotros un poco
más tranquilos».
P.- ¿En qué medida la proyección exterior española
influyó en el carácter nacional?
R.- El que se ve protagonista es arrogante. El romano era
arrogante. ¿No lo fue el inglés en el siglo XIX? ¿El francés
de Napoleón? ¿No lo es ahora el norteamericano? Cervantes
lo vio en Italia. En una de sus novelas, recoge esa figura.
«¡Qué malquistos somos los españoles en Italia!» ¿Por qué
los italianos llamaban bisoños a los reclutas españoles que
llegaban a sus territorios? Bisogno es una palabra italiana
que significa «necesito». El español que llegaba a Italia,
para exigir algo decía: «bisoño tal», «bisoño cual». Todo
lo quería...
P.- ¿Esa política exterior imperialista era compartida
por los habitantes de la Península?
R.- Había voces que discrepaban. Ni siquiera algo que parecía
unánime, como la incorporación de Portugal por parte de Felipe
II, fue deseado por todos los ciudadanos. Para muchos, significaba
aumentar de tal manera el poder del rey frente al vasallo
que, si éste discrepaba, no tenía adonde escapar. ¿Dónde van
los comuneros cuando huyen de la ira de Carlos V? A Portugal.
La incorporación fue un fracaso, porque la nación portuguesa
estaba muy hecha. La primera nación que se forja en Occidente
es Portugal. Cuando España todavía está dividida en Castilla,
Aragón, Navarra y el reino musulmán en el Sur, Portugal ya
tenía su configuración perfecta. Por eso, a principios del
siglo XV, ya puede pensar en la gran expansión por los mares,
en busca de paso hacia las Indias Orientales.
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P.-
Un aspecto que define la monarquía de Carlos V y de Felipe
II es su proyecto de cristiandad frente a la herejía protestante.
Esta lucha y el cierre al humanismo del principio del reinado
de Carlos V han definido en negativo la imagen de los españoles
e incluso han influido en la creación de la Leyenda Negra.
R.- Al principio, Carlos V era el señor de Erasmo, un humanista,
pero, poco a poco, se dio cuenta de que la Inquisición era
un instrumento político, el único tribunal que estaba por
encima de los dos reinos.
P.- ¿Ve un vínculo entre la expansión imperialista
de Carlos V y Felipe II y el control del pensamiento?
R.- Llega un momento en el que el poder político se apoya
en el religioso y a la inversa, en que las decisiones que
toma el rey parece que están inspiradas por su confesor. Ese
es uno de los aspectos sombríos de la España de aquellos
tiempos, en la que la Inquisición adquiere un protagonismo
atroz. Cuando Felipe II se incorpora de lleno al poder, en
España hay dos arzobispos que están junto al rey y no se sabe
cuál va a influir más en su ánimo. Uno de estos dos arzobispos
es Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo, que parece
intocable. El otro es el asturiano Fernando Valdés, el inquisidor.
Valdés es un hombre corrupto que quiere un mayorazgo para
un hijo natural suyo y sabe que Carranza es mucho más tolerante,
un prelado al que se considera casi un santo porque es de
costumbres austeras y está desvinculado de sus riquezas. El
proceso a Carranza espantó a Pío V en Roma, que acabó exigiendo
al rey que se lo entregara porque sabía que se estaba cometiendo
una tremenda injusticia.
P.- Otra de las acusaciones que se hacían a España
en la Edad Moderna era la crueldad hacia los indios.
R.- Esta violencia responde más al modelo de Pizarro, en Perú,
que al de Hernán Cortés, en México. Pero eso lo hacen los
grandes Imperios. Ante esta reflexión, acudo siempre al poeta
Pablo Neruda en el Canto General, donde escribe: «Sí, con
el puñal, pero también con el puñal vino la palabra». También
hay que tener en cuenta que la reina Isabel tuvo la concepción
grandiosa de que los indios tenían que ser vasallos libres,
y eso en un momento en que un pueblo conquistado se convertía
en una cantera de esclavos.
P.- ¿Se puede ver en la revuelta de 1640 contra
los intentos de centralización de Olivares una raíz del nacionalismo
catalán?
R.- El Conde-duque de Olivares rompió el proyecto político
marcado por los Reyes Católicos. Estos no pensaban hacer unas
Cortes de España, sino mantener por separado las de Castilla
y Aragón. Había una frontera, una lengua y una justicia distintas.
Cuando un delincuente pasaba a la otra Corona, había que pedir
permiso para perseguirle. Existía respeto a las libertades
de esos pueblos. Felipe II lo mantuvo. Hay un sello que le
encantaba, un sello que enseguida quiso tener cuando era muchacho,
el que reza Philipus Hispaniarum Princeps: Príncipe de las
Españas, en plural, no de España. En 1640 Olivares rompió
ese concepto, vulneró ese principio, porque tenía otra teoría
política y provocó la rebelión. Fue un provocador. Lo que
hizo era una barbaridad.
P.- El franquismo supuso el último aliento de
una idea imperial, que no hablaba de las Españas, sino de
férrea unidad y que idealizaba a personajes como Isabel la
Católica y Felipe II, lo que ha hecho que para mucha gente
sean hoy figuras negativas.
R.- La Historia es del pueblo y no se puede falsear. Cuando
el político quiere arrimar el ascua a su sardina, tiene la
tentación evidente de dejarse engañar él mismo. Cree ver en
el pasado algo que favorece a sus proyectos políticos e inmediatamente
lo aplica. Creer que la «España una, grande y libre» la hicieron
los Reyes Católicos es absurdo. La España de los Reyes Católicos
no es la que el franquismo quiso crear y manejar, no era el
mismo proyecto político y no fue legítimo que el franquismo
se apoyara en los Reyes Católicos. Existe el peligro de volver
al franquismo religioso, y hay que tener cuidado con eso.
Cuando oigo, incluso a colegas míos, decir: «Bueno, es que
la Inquisición hay que entenderla en su tiempo», pienso que
de ahí a justificar la Inquisición puede haber un paso muy
peligroso. No, no, no. Los hombres de su tiempo fueron los
primeros que dijeron ¡qué barbaridad, la Inquisición! Incluso
un Papa, Sixto IV, quiso dar marcha atrás. ¿Qué diríamos
de fray Luis de León? ¿Es que era un enamorado de la Inquisición?
Leamos Los nombres de Cristo. Lo que dice, aunque veladamente,
va en contra de la Inquisición.
P.- La Constitución de 1978 define a España como
un Estado de las autonomías. ¿Cómo ve el historiador la identidad
de España?
R.- Como español de hoy, veo que Cataluña tiene una personalidad
impresionante, que hay que no sólo respetar, sino mantener
y mimar, que es algo grandioso. Pero entiendo que puede permanecer
dentro de España, siempre que el resto de España sepa respetarla.
Si ese catalán se ve respetado no tiene por qué haber ninguna
fricción. Siempre puede haber fanáticos, pero en el fondo
de la cuestión volvemos a lo de antes, a la cuestión de las
Españas.
P.- ¿Se puede decir que la pluralidad es uno de
los elementos definitorios de nuestras señas de identidad?
R.- Yo diría que sí. Es uno de los frutos del modo de ser
español que no debemos desaprovechar. Esa manera de tener
frutos variados es buena. Volvemos a lo que decía Américo
Castro, a la madeja de los tres colores. Esa ya se ha perdido,
pero queda al menos esa otra gran madeja, la de los pueblos
de España. Que Cataluña puede sentirse tan España como Castilla.
El historiador Carlos Seco ha demostrado que hay textos en
catalán en tiempos bajomedievales en los que se habla de España.
Además, cuando el emperador Carlos V está allí, se ve que
los catalanes están gozosos por si hace de Barcelona la capital
de su Estado y ésta deja de ser provincia, que es otro de
los problemas. Hay que jugar con todos estos conceptos, y
eso es lo que puede hacer grande y hermoso el futuro español.
En cambio, si no se tiene cuidado con todo esto, el futuro
puede ser más sombrío. Hay un gran contraste entre ambas situaciones,
de pasar de un callejón sin salida a una situación esperanzadora.
Tenemos que crear el futuro entre todos, sin excluir a nadie. |
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