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 DIRECTORIO   Jueves, 22 de Septiembre de 1994, número 120
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La mayoría de los médicos respeta las creencias religiosas
El dilema de Jehová
JOSE LUIS DE LA SERNA

SOBRA el segundo caso. Creer que Judith Ribera, de 14 años, murió en Lleida el
domingo pasado porque su madre no autorizó que le realizaran una transfusión
sanguínea tiene una base médica muy pobre. El futuro de aquellos que padecen
una meningitis aguda no suele depender de que se inyecten en sus venas
productos hemáticos de nadie.

Cualquiera que tenga experiencia en el
tratamiento de las infecciones meníngeas más dramáticas sabe que la diferencia
entre la vida y la muerte en esta clase de patología muchas veces depende de la
suerte.
Los primeros síntomas por los que consultan a los facultativos este tipo de
enfermos se parecen en general a los de una gripe fuerte. Sin embargo -y a
pesar de la pericia clínica del médico al que la familia del enfermo haya
llamado-, en sólo pocas horas, el paciente etiquetado de griposo puede estar
ingresado en una Unidad de Cuidados Intensivos, en coma, sin tensión arterial y
moribundo, con pequeñas manchas moradas diseminadas por toda la superficie de
su cuerpo, en un cuadro típico de septicemia fulminante.
La posibilidad de sobrevivir a este episodio no depende tanto de que a los
enfermos se les transfunda, sino de los cuidados intensivos que se presten, de
los antibióticos que se inyecten por la vía intravenosa y, fundamentalmente, de
la suerte.
Sin embargo, el caso de Judith, al ser erróneamente interpretado, avivó la
polémica surgida dos días antes a propósito de la muerte en Zaragoza de otro
adolescente. El joven, enfermo de una leucemia aguda, falleció en un hospital
de la capital aragonesa a causa de un agravamiento de su enfermedad y ante la
imposibilidad de transfundirle. Ni él ni su familia autorizaron el que se
transfundiera ni una célula que hubiera pertenecido a otra persona.
Afortunadamente, los testigos de Jehová no son legión, por lo que casos como el
de Zaragoza son muy poco frecuentes. Alrededor de cuatro millones de personas
en el mundo profesan una religión que les prohíbe aceptar cualquier producto
procedente de la sangre de otro. El número de ellos -en España son,
aproximadamente, 150.000- cuando se compara con el del resto de la gente es
relativamente bajo, por lo que no es corriente que los médicos se tengan que
enfrentar a la duda de qué hacer con un paciente que necesita transfundirse
pero no se deja.
Un testigo de Jehová siempre dice lo mismo: «Doctor no suponga que con una
transfusión de sangre me salva usted la vida. La física puede que sí, pero la
espiritual, mis sentimientos, estarán ya marcados para siempre. Definitivamente
será como estar muerto». La postura de los médicos del mundo frente a un adulto
testigo de Jehová es, por lo general, bastante unánime: respetar la voluntad de
las personas, incluso aunque por ello la vida del enfermo peligre realmente. La
literatura científica está plagada de trabajos describiendo casos desesperados
de testigos de Jehová que fallecieron ante la imposibilidad de transfundirse.
Entre los estudios que revisan lo que ocurre en Medicina con este tipo de
pacientes destacan los que se refieren a cirugía cardiaca. Una operación «a
corazón abierto» puede sangrar y mucho.

A corazón abierto

Para poder parar el corazón sin que el cerebro sufra hay que derivar la sangre
del enfermo hacia una máquina. Para ello es imprescindible impedir que la
sangre del paciente se coagule. Cualquier mínimo trauma en un vaso sanguíneo,
por pequeño que sea, acaba convirtiéndose en una fuerte hemorragia en un
enfermo todavía anticoagulado al que ya se le ha cerrado el tórax. Aún contando
con estas cortapisas, muchos cirujanos han entrado en quirófano comprometidos a
operar a «corazón abierto» a sus pacientes y a no transfundirle ocurra lo que
ocurra. El estudio más largo que se ha publicado sobre cirugía cardiaca y
testigos de Jehová está constituido por 663 adultos del Texas Hearth Institute
de Houston.
La mortalidad global de este tipo de enfermos -que no recibieron sangre excepto
la suya propia- fue sólo discretamente superior a la que tuvieron los mismos
tipos de pacientes que sí podían transfundirse. El compromiso de respetar las
creencias religiosas alcanza en algunos casos incluso hasta a los niños. A
pesar de que un pequeño no tiene porque abrazar de mayor la religión de sus
progenitores y no le importe, si se da ese caso, si se le transfundió o no en
su momento, hay casos publicados -con nombre y apellidos de todos los autores-
sobre operaciones serias realizadas a niños muy pequeños en los que no se
transfundió aunque hubiera hecho falta. En alguna de las operaciones, el
infante falleció debido a anemia severísima sin transfundirle sangre y sin que,
obviamente, los padres del enfermo protestaran después.
La confusión que crea un testigo de Jehová en cualquier institución sanitaria
se traslada en muchas ocasiones a los jueces. Mientras el qué hacer desde el
punto de vista médico legal ante el caso de un niño cuyos padres impiden
transfundirle suele estar muy claro en todas partes, la ley no opina de igual
forma en todo el mundo cuando el dilema implica a los adultos.
En el caso de un niño, los médicos consultan a los jueces y no hay un solo
precedente, al menos en España, en el que la orden judicial contraviniera los
criterios científicos. Cuando los afectados son adultos los jueces no piensan
lo mismo en todas partes. En el Reino Unido hay jurisprudencia que permite a
los médicos transfundir a testigos de Jehová aunque estos no quieran. Por el
contrario, en Alemania el artículo 2 de la Constitución germánica recuerda que
nadie -ni en un caso de urgencia- puede alterar la voluntad de las personas
cuando éstas no están condicionadas por una enfermedad mental que pueda ser
curada.
Aunque en España las leyes apoyan la teoría de que un médico puede ordenar la
transfusión en un enfermo a pesar de que éste se niegue a recibirla, la verdad
es que no todos los facultativos españoles acudirían a los jueces si se
encontraran de pronto frente a un caso.
El propio Consejo General del Colegio de Médicos reconoce que jamás señalaría
con el dedo a un profesional que no hubiera transfundido a su paciente si éste
le negaba su permiso. Y a eso a pesar de que al final el paciente acabara en el
depósito.
«Lo mejor es tratar por todos los medios de buscar soluciones alternativas, que
cada vez hay más. Si a pesar de todo, la transfusión de sangre se considera
imprescindible, intentar convencer al enfermo de que está equivocado. Si aún
así no se consigue modificar su decisión, comprendemos tanto al que busca la
solución en el juez como al que respeta la voluntad del enfermo hasta sus
últimas consecuencias», manifestó a EL MUNDO una voz autorizada del Consejo
General de Colegios de Médicos españoles.
En cualquier caso, el que un testigo de Jehová necesite imperiosamente una
transfusión para salvar su vida es algo que con la ciencia en la mano no tiene
por qué ocurrir muy a menudo.
Existe un mito excesivamente extendido de que una anemia severa necesita
siempre una transfusión. La dualidad anemia-transfusión no siempre es cierta.
El cuerpo humano aguanta hasta límites increíbles la falta de hematíes, algo
que se sabe precisamente gracias a los estudios en Testigos de Jehová no
transfundidos. Hay muchos casos publicados de personas con sólo 3 gramos de
hemoglobina por cada 100 mililitros de sangre (que es la quinta parte de la
cifra normal) que han sobrevivido sin problemas -y sin transfusión- a tan
importante anemia.
La reciente llegada al mercado de la eritropoyetina ha quitado algo de hierro a
la discusión sobre transfusión y creencias religiosas. La hormona producida por
ingeniería genética es un impulsor muy potente de la producción de hematíes por
la médula. Gracias a ella, hasta los más anémicos se recuperan en un periodo de
tiempo no muy largo.
Puede que en un futuro no muy lejano se acabe para siempre con los problemas
que crean la cerrazón de ciertas creencias religiosas. Tal vez, el día en que
la hemoglobina artificial sea una realidad, y ese día puede que esté cerca,
nadie volverá a involucrarse en la polémica.



 
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