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 DIRECTORIO   Jueves, 22 de Septiembre de 1994, número 120
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DIA MUNDIAL DEL ALZHEIMER Vivir sin identidad La EA, de causas aún desconocidas, afecta a 400.000 españoles


La enfermedad de Alzheimer (EA), que provoca la pérdida total de las
facultades mentales y de la memoria, sigue siendo un enigma científico: se
desconocen sus causas y la forma de prevenirla.
PATRICIA MATEY
JULIAN López García, de 70 años, mide aproximadamente metro y medio, pelo
castaño oscuro, ojos negros. La última vez que fue visto llevaba pantalón gris
y camisa de cuadros blancos y negros... Julián no se ha fugado de casa. La
enfermedad de Alzheimer (EA) ha raptado su memoria.
La EA, a la que la Organización Mundial de la Salud decidió dedicar ayer su
primer Día Mundial, es un proceso patológico neurodegenerativo. Es decir, un
deterioro global y progresivo de las funciones intelectuales y de la
personalidad que se produce por la pérdida irreparable de las células de la
corteza cerebral y los centros de memoria.
El proceso es lento. Hace cinco años, los pequeños despistes comenzaron a
formar parte de la personalidad de Julián. Olvidaba con frecuencia dónde había
puesto sus gafas o dejaba los grifos abiertos. Pero el tiempo transformó los
olvidos en incoherencia. Confundía a sus nietos, preguntaba constantemente por
su padre, que había muerto 20 años atrás... Un día salió por la puerta de su
casa, cuando nadie estaba en ella y nunca más pudo volver a encontrarla solo.
«El síntoma principal es la pérdida de memoria. Luego entorno a éste se sitúan
otros síntomas que son los que constituyen una demencia: pérdida de las
funciones de la esfera del conocimiento, del lenguaje y de la orientación»,
afirma el doctor José Martínez Lage, director del Programa Alzheimer de la
Clínica Universitaria de Navarra.
A la negra lista de síntomas que identifican al enfermo de EA, hay que añadir,
la tendencia de algunos pacientes a desarrollar paranoia y agresividad.
El número de españoles a los que la EA roba su memoria y su capacidad de
relacionarse con el entorno es de aproximadamente 400.000 y representan al 6%
de la población española mayor de 65 años y a un 20% de los que ya han cumplido
los 80. Sin embargo, estas cifras no cuantifican la realidad del Alzheimer.
Porque detrás de cada uno de estos pacientes que han perdido su identidad y su
capacidad para valerse por sí mismos, existe una familia que sufre tanto o más
que el propio enfermo las consecuencias de esta patología. Entre el 60 y el 80%
de los enfermos es atendido directamente por sus hijos o su cónyuge.
La carga emocional que implica atender, durante cerca de 12 años -tiempo medio
de duración de la EA-, a un pariente con Alzheimer ha motivado el que muchos de
estos «enfermeros y enfermeras con jornada completa» busquen ayuda en las
distintas asociaciones de familiares.
«Los familiares encuentran un apoyo fundamental en las asociaciones. Tratamos
de ayudarles no sólo en el papeleo o en la búsqueda de centros de día donde
puedan atender a sus parientes. Además organizamos reuniones donde todos
comparten sus experiencias y donde aprenden a sobrellevar lo mejor posible la
enfermedad», comenta Micheline Antonie Selmes, presidenta de la Fundación
Alzheimer España.
A las consecuencias sociales de la EA se suman, además, las económicas. La
cantidad que cada año hay que invertir en la atención a un enfermo de EA es de,
aproximadamente, un millón de pesetas.

Los retos

Acabar con la enfermedad que «enterró» a Rita Hayworth implica superar un gran
número de retos. Barreras como la impaciencia y la desesperanza, pero sobre
todo la de la ignorancia. Porque la EA, que duplicará su incidencia en el año
2005 -dado el envejecimiento de la población de todos los países desarrollados-
sigue siendo, en parte, un enigma para los científicos. Una de las razones por
las que los investigadores desconocen la forma de prevenir la EA y su verdadero
origen es que no existe ningún modelo animal donde se reproduzca esta
enfermedad.
No obstante, el esfuerzo de los científicos ha tenido alguna recompensa. El año
pasado, la revista The Lancet recogía un trabajo en el que se anunciaba la
localización, en el cromosoma 19, de un gen asociado a la EA. Dicho gen
codifica la variante 4 de una lipoproteína conocida como ApoE. Según los
investigadores, el 90% de las personas que han heredado tanto del padre como de
la madre la ApoE llegará a padecer el mal de Alzheimer después de cumplir los
65 años.
En otro estudio, publicado recientemente en la revista Science, un grupo de la
Universidad de Harvard afirma que las elevadas concentraciones de cinc en el
cerebro desencadenan una serie de asociaciones entre las proteínas
beta-amiloides, presentes en los cerebros de los pacientes con EA.
No obstante, este trabajo ha recibido algunas críticas ya que según algunos
especialistas las concentraciones de la beta-amiloide se producen muchas veces
sin necesidad de que intervenga este metal.
En lo que sí están de acuerdo tanto los autores de la investigación como sus
críticos es que los resultados de este tipo de estudios son siempre muy
preliminares.
«Hay que ser precavidos con las noticias que se difundan en los medios. El cinc
es muy importante en la dieta y no puede ser eliminado sin más», asegura
Rudolph Tanzi, autor del trabajo.
Esta preocupación se deriva de la repercusión que ha tenido la difusión de
algunos trabajos preliminares. Es el caso del estudio, realizado hace ya una
década, en el que se relacionaba al Alzheimer con el aluminio. La noticia
provocó que muchos estadounidenses comenzarán a tirar a la basura todos
aquellos productos elaborados con aluminio. En España, los esfuerzos llevados a
cabo por el Centro de Biología Molecular tratan de averiguar «cómo se forman
unas estructuras aberrantes, llamadas filamentos helicoidales, que sólo están
en los cerebros afectados de Alzheimer. Dichos filamentos se correlacionan con
el grado de demencia de la enfermedad», comenta el doctor Jesús Avila, miembro
del equipo de investigación.
El tratamiento actual de la mayoría de los pacientes de EA está basado en un
medicamento: el tacrine. No obstante, un estudio sobre este fármaco -publicado
hace un año en el New England of Medicine- aseguraba que aunque el tacrine
detuvo el deterioro intelectual y mejoró la memoria de los pacientes, también
provocó graves efectos secundarios.



 
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