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 DIRECTORIO   Jueves, 13 de Octubre de 1994, número 123
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NOBEL DE MEDICINA Las telefonistas del organismo Las proteínas G hacen posible la comunicación entre las células de nuestro cuerpo


A. G. Gilman y M. Rodbell, los científicos galardonados con el Nobel de
Medicina, descubrieron hace dos décadas cómo las proteínas G canalizan la
información proveniente del exterior. Ahora se sabe, también, que una
alteración en su funcionamiento causa enfermedades.

PABLO JAUREGUI
LAS proteínas G son las telefonistas del organismo humano. Sin ellas, las
células que componen nuestros cuerpos serían incapaces de comunicarse y
nosotros nos veríamos privados de la mayoría de las experiencias sensoriales
que nos ofrece el mundo exterior.
Desde hace algún tiempo se sabía que las células vivas se comunican entre sí
por medio de hormonas y otras sustancias segregadas por glándulas, nervios y
tejidos, pero hasta hace poco no se comprendía la forma en que las células
convierten esta información del exterior en la acción apropiada.
Alfred G. Gilman y Martin Rodbell, los dos científicos estadounidenses que
acaban de ser galardonados con el Premio Nobel de Medicina, desvelaron hace dos
décadas cómo las proteínas G canalizan la información proveniente del exterior,
controlando de esta manera procesos tan fundamentales como la visión, el olfato
y el gusto, además del crecimiento y la diferenciación de las propias células.

El «mensajero»

En el caso de la visión, por ejemplo, la luz estimula a un primer «mensajero»
en las células de los ojos, pero para conseguir que esta información llegue a
su destinatario final, es necesaria la intervención de las proteínas G, que
actúan siempre como intermediarios entre emisores y receptores.
Algunas hormonas, como la adrenalina, requieren también la colaboración de las
proteínas G para transmitir la información apropiada a las células de nuestro
organismo y preparar así al atleta para una carrera o al estudiante para un
examen.
Lo mismo ocurre, curiosamente, con los efectos provocados en las personas por
drogas como la marihuana, que dependen del trabajo realizado por las proteínas
G para producirse (¿qué hubiera sido del «espíritu de Woodstock sin ellas?)».
Según ha explicado a EL MUNDO el Dr. Juan Carlos Lacal, del Instituto de
Investigaciones Biomédicas del CSIC, las proteínas G, una vez estimuladas por
un «mensaje» externo, tienen la capacidad de activar o desactivar determinadas
enzimas que controlan diversos procesos celulares. De esta manera, funcionan
como «interruptores moleculares» que nos permiten ver, oler y saborear el mundo
exterior.
Pero la importancia de las proteínas G se hace especialmente patente al tomar
nota de las afecciones provocadas por una alteración en su funcionamiento.
Tanto una escasez como una abundancia de estas proteínas puede ocasionar
diversas enfermedades.
La intensa deshidratación que sufre un enfermo de cólera es una consecuencia
directa de una toxina sobre las proteínas G en las células del intestino.
Dichas proteínas envían un mismo mensaje repetidamente y, por esta razón, la
sal y el agua no son absorbidas con normalidad por los intestinos, lo que puede
llevar a la deshidratación o, incluso, a la muerte.
Ciertos trastornos congénitos del metabolismo obedecen a las mismas causas, y
se cree que algunas grandes patologías de nuestra época, como la diabetes y el
alcoholismo, tienen relación con la alteración de la transmisión de señales.
Se ha encontrado también una sobreactivación de proteína G en una malformación
endocrina, el síndrome de McCune-Albrights, que se caracteriza por manchas de
color café en la piel.
Según los especialistas, las mutaciones de estas proteínas pueden provocar
además alteraciones en el metabolismo del calcio y deformaciones en el
esqueleto.
Las proteínas G sobreactivadas son características también de ciertos tumores,
y es en este campo en el que los descubrimientos de los científicos Gilman y
Rodbell podrían ser especialmente importantes.

Relación con el cáncer

Según Jorge Moscat, bioquímico y profesor del Centro de Biología Molecular del
CSIC, en ciertos tipos de cáncer de tiroides se han encontrado subunidades de
proteína G directamente implicadas en la anormal proliferación celular.
Un conocimiento profundo sobre el funcionamiento de las proteínas G podría ser
la clave para encontrar un remedio contra el cáncer, ya que esta enfermedad
consiste fundamentalmente en un crecimiento anormal de células provocada por
oncogenes.
Dado que las proteínas G controlan directamente el crecimiento de las células,
los especialistas están intentando encontrar alguna manera de utilizarlas para
conseguir frenar la expansión del cáncer.
La concesión del Premio Nobel de Medicina a los descubridores de estas vitales
«telefonistas» de nuestro organismo constituye, sin duda alguna, una manera de
resaltar la importancia de esta posibilidad.



 
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