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 DIRECTORIO   Jueves, 24 de Noviembre de 1994, número 129
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PARANOIA Delirios de grandeza Las consecuencias que se derivan del ejercicio del poder van desde problemas físicos hasta trastornos mentales severos y persistentes


PATRICIA MATEY
ADOLFO Hitler, Yosif Stalin, Richard Nixon, Francisco Franco, Rudolf Hess,
Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt, Mao Tse Tung... Y la Historia irá
completando la lista. Ellos han sido los dioses terrenales. Hombres, sólo
hombres, cuyos delirios de grandeza decidieron el futuro de millones de hombres
y mujeres. Sus vidas encarnaron el poder, y sus mentes, devoradas por la
responsabilidad de creerse la única salvación de su país, del mundo, se
rindieron finalmente a la locura.
El poder suele cobrar, la mayoría de las veces, un precio muy alto a sus
fanáticos. Es el todo por el todo. Así, aquellos dirigentes que vendieron su
alma al diablo (al poder) vivieron cada día de su vida solos, angustiados y
temerosos de que ese mismo demonio les traicionara y les quitara lo único que
tenían: el mando.
Las consecuencias negativas que indiscutiblemente tiene para el propio
mandatario el ejercicio del poder (estrés, ansiedad, insomnio, neurosis,
enfermedad coronaria, deterioro del sistema inmune, renuncia a la vida familiar
y social, depresión, etc) se acentúan hasta alcanzar la enfermedad mental,
cuando dicho ejercicio se convierte en un fin en sí mismo y no en un medio para
lograr unos ideales u objetivos previamente determinados. Es entonces cuando
trastornos como la paranoia encuentran en el hombre poderoso un excelente caldo
de cultivo en el que crecer y desarrollarse.
«La paranoia es un trastorno que oscila entre los sentimientos de grandeza y
una situación difícil en la que el sujeto se siente perseguido, espiado,
amenazado. El poder real facilita el desarrollo de la paranoia», afirma el
psiquiatra Enrique González Duro. Creerse tocado por la divinidad para llevar a
cabo una «misión» salvadora del mundo, hijo de Dios, o humanamente superior al
resto de los mortales subyace en la personalidad de muchos paranoicos.
Estos hombres y mujeres -del 0,5% al 2,5% de la población general- cuya
aparente fe en sí mismos sobrepasa los límites de la realidad, suelen ser
fácilmente detectables tanto por la sociedad como por los psiquiatras cuando su
posición social o económica es la de la media. Son paranoicos sin «éxito» -como
los define el psiquiatra González Duro-, porque sin medios equiparables a los
que posee un hombre poderoso no logran que nadie se convierta a su causa. Son,
por tanto, inofensivos para el mundo, porque su poder es imaginario y lo máximo
que obtienen de él es la soledad o el internamiento en un hospital
psiquiátrico.
Peligrosos y temidos son y han sido los paranoicos con «éxito». Aquéllos que,
al tener el poder real, han podido dar salida a sus sentimientos de
superioridad, a su narcisismo, y a sus miedos irracionales. Hombres cuyo poder
se convirtió en el trampolín de su personalidad paranoica.
«El líder nato lo es porque tiene impregnado todo su ser en la pasión de mandar
y con ella una condición casi fanática de empeño en el contagio de su ideal y
la disposición a sacrificarlo todo por conseguirlo... y automáticamente por
imponerlo. No bastan el talento, ni las condiciones personales, hace falta una
motivación tan cargada emocionalmente que rebasa las premisas de lo razonable».
(Locos egregios, de Juan Antonio Vallejo Nágera).
El «Elegido»
Hitler encontró parte de su motivación irracional en el campo de batalla.
«Estaba comiendo en una trinchera -relata el libro The mind of Adolf Hitler, de
Langer Walter- con varios camaradas. Repentinamente una voz pareció decirme:
Levántate y márchate de aquí. Era tan clara e insistente que obedecí de modo
automático, como si fuese una orden militar... Inmediatamente cayó una granada
sobre el grupo en el que yo había estado. Murieron todos sus componentes».
Su interpretación equívoca de la realidad -el paranoico percibe perfectamente
la realidad, aunque la interpreta erróneamente-, su hipervaloración de los
hechos (ya que el que no muriera en aquel momento fue fruto de la casualidad o
de la intuición), le condujo a creerse un protegido de Dios. Según reflejaba
Vallejo Nágera, «este es el punto de arranque del complejo mesiánico de Hitler
que le lleva a creerse "Elegido por el Destino"». El convencimiento tan
arraigado que Hitler tenía de su propia condición de «Elegido» ha quedado
plasmado en los libros de Historia. Tanto su discurso como la propaganda nazi
utilizada para embaucar a los alemanes están plagados de mensajes mesiánicos,
paranoicos: «Heil Hitler, nuestro Salvador», «... llevo los mandatos de la
Providencia». Hoy el discurso que utilizan los dirigentes ha variado
considerablemente, aunque en algunos de ellos subyace la idea de que
determinado político es el único que puede salvar a su pueblo: «El país me
necesita...», «... fundamentalmente yo que he perdido la libertad para que los
demás la tengan», afirmaba Felipe González en 1985. «Una frase que -afirma el
doctor Duro-, sacada de su contexto, podría atribuirse a un paranoico, aunque
le proporcionara un buen puñado de votos de personas culpabilizadas y
agradecidas».
Y si estar convencido de la propia singularidad histórica es una de las
características de la paranoia, sentirse continúamente amenazado, perseguido,
espiado es la otra cara de la moneda. «En el caracter irracional, deliroide,
del antisemitismo está la expresión más clara de la faceta paranoide de
Hitler». La interpretación subjetiva de Hitler (característica de la paranoia)
que le hacía ver a la comunidad judía como la única fuerza capaz de arrebatarle
el mando, y su poder de convicción -los paranoicos son hombres inteligentes,
capaces de argumentar con coherencia y lógica ideas falsas o patológicas-
lograron inducir una psicosis colectiva en el pueblo alemán. El resultado: el
holocausto judío, una de las mayores tragedias de la Humanidad.
«El hombre que se aferra al poder vive con verdadero vértigo la pérdida de su
puesto», afirma González Duro. El miedo a perder el liderazgo, común a la
mayoría de los dirigentes, puede convertirse en una obsesión, en paranoia, si
por «mantenerse en la silla se ha sacrificado todo: ideología, familia, amigos,
ocio, etc). Es entonces cuando comienza un círculo vicioso en el que la única
salida, la renuncia, no tiene cabida en su pensamiento paranoico. Porque sin el
poder ya no son nada. «La paranoia del político le viene dada por la soledad
que da el adhesivo uso del poder, sobre todo si el poder es su única fuente de
autoestima y de estimación de los demás. Hay políticos que no eran nadie antes
de tomar posesión del poder, que lo son todo con el poder y que temen volver a
la nada si lo pierden», explica el psiquiatra González Duro.
Solo, sin amigos (porque ha tenido que renunciar a ellos), sin gente en la que
confiar, cuenta con todos los argumentos necesarios para empezar a ver
conspiraciones en todas partes, campañas contra su persona, y la sensación de
que en cualquier momento alguien cercano les puede traicionar aumenta cada día.
«Se torna visceralmente agresivo y vengativo contra las personas que critican
negativamente sus actuaciones públicas o quienes puedan descubrir sus
actuaciones reservadas. En especial se siente perseguido por los periodistas
que no le son adictos o que no pueden ser fácilmente convencidos llegando a
pensar "los que no están conmigo están contra mí». (La paranoia, de Enrique
González Duro). Para evitar cualquier puesta en duda de sus actuaciones o
juicios negativos trata de rodearse de gente mediocre que en ningún momento
pueda maniobrar en su contra o hacerles sombra. Esto favorece el que sus
sentimientos de grandeza y superioridad se incrementen. Ya nadie discute sus
ideas, aunque su necesidad narcisista de ser amado por todos le puede llevar a
percibir la indiferencia como un insulto. Mientras, la sensación de que está
siendo traicionado se apodera de su mente. «El sentimiento de persecución
tiende a sistematizarse y volverse crónico hasta convertirse en lo más
importante de su vida, lo que le da sentido».
H. R. Haldeman, jefe de Gabinete de Nixon entre 1965 y 1973, revela en sus
memorias la paranoia del ex presidente de EEUU. No sólo estaba obsesionado con
la imagen, sino que la furia le desbordaba cuando leía resúmenes de prensa
contrarios a su política. Veía enemigos por todas partes. «Hay que abordar el
hecho de que el problema real está en los negros. La clave está en organizar un
sistema que tenga esto en cuenta sin que lo parezca» (Nixon, 28 de abril de
1969).
Paranoia china
Las confesiones del médico personal del que fue presidente de China Mao Tse
Tung han servido para conocer también la personalidad trastornada y paranoica
del dirigente chino. Zhisui Li Chatto, que estuvo al lado de Mao durante 22
años, cuenta cómo las conspiraciones constantes e intrigras entre Mao y sus
colaboradores le provocaron una persistente paranoia. «Estaba siempre preparado
para una guerra -afirma Li-. Se sentía tan superior a los demás que, incluso,
llegó a afirmar: "China tiene demasiada gente. ¿Qué importan 20 o 30 millones
de muertes más?».
De las memorias de Li, quien llegó a temer por su propia vida («creíamos que a
la muerte de Mao nos matarían, tal y como les sucedió a los médicos de Stalin,
fusilados por orden suya tras su muerte»), se desprende el carácter enfermo de
Mao, quien «pasaba días, semanas, metido en la cama».
Mao, Stalin o Hitler han sido, entre otros, los personajes paranoicos del
pasado. En el presente, nos encontramos con el caso de Siria. En el palacio
presidencial de Damasco, Hazef el Assad y sus más íntimos colaboradores se han
inventado un nuevo lenguaje de signos para confundir a los agentes del Mossad
que creen infiltrados en sus instalaciones.
Un artículo, publicado el 14 de agosto de este año en el diario Sunday
Telegraph, pone de manifiesto cómo «la paranoia del propio dirigente sirio,
Assad, y la de sus más íntimos allegados se está poco a poco apoderando de
todos». «Están convencidos de que los servicios de inteligencia israelí han
instalado aparatos de compleja y sofisticada tecnología, capaces de registrar
la más íntima conversación que tenga lugar en palacio». La predisposición a
padecer paranoia no sólo es fruto de un abusivo ejercicio del poder. Detrás de
los delirios de grandeza, del liderazgo que han llegado a ejercer muchos
dirigentes se esconde una personalidad frágil, diezmada por un gran sentimiento
de inferioridad, pero con una gran voluntad de superación. Son personas
susceptibles y desconfiadas. Inteligentes, muchos de ellos, como Stalin. Y la
gran mayoría con traumas infantiles.
Nunca asumen que están locos. Pueden ver complots en todas partes, pero no
reconocen que son víctimas de una intriga mayor, la de la paranoia. De ahí que
su curación se haya planteado siempre como un imposible, ¿cómo ellos,
«superhombres» van a pedir ayuda a un especialista? Queda, por tanto, la
prevención. Salvar a la sociedad de la paranoia política es posible «mediante
un buen sistema democrático que impida el uso abusivo del poder», afirma
González Duro.



 
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