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 DIRECTORIO   Jueves, 01 de Febrero de 1996, número 187
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INVESTIGACION
El efecto placebo
EL MUNDO

Algunos especialistas están investigando la posibilidad de llegar a
tratar determinadas enfermedades mediante la combinación de fármacos con
placebo, lo que implicaría menos efectos secundarios.
.

En el verano de 1986, un equipo de investigadores británicos descubrió por
casualidad un nuevo tratamiento contra la dolorosa inflamación que suele
ocurrir tras la extracción de las muelas del juicio. El tratamiento consistía
en aplicar masajes en las mejillas con una sonda de ultrasonido. Los resultados
de este estudio controlado fueron asombrosos. La inflamación se redujo en un
35%. Y no precisamente por el poder curativo del ultrasonido. Sin informar
previamente a los pacientes ni al cirujano dental, los investigadores
manipularon el aparato de ultrasonido de tal forma que parecía estar encendido
cuando en realidad estaba apagado.
Charlotte Feinmann, Malcolm Harris y sus colaboradores, de la University
College y del Middlesex Medical School de Londres, llegaron a la conclusión de
que estaban ante un ejemplo más -impresionante en este caso- del gran poder de
sugestión de ciertos procedimientos médicos a base de comprimidos de azúcar,
operaciones falsas. Y, en esta ocasión, una sonda desenchufada, y de su
capacidad de acelerar el proceso de recuperación de los enfermos más graves.
No obstante, este nuevo tratamiento, eficaz sin lugar a dudas, no podrá
emplearse debido a un obstáculo al parecer insalvable. Los médicos, por ética
profesional, no deben engañar a sus pacientes. Pero claro está, si los enfermos
saben que se les está administrando un compuesto inactivo, o lo que es lo
mismo, un placebo, es posible que se anulen sus efectos terapéuticos. El dilema
consiste en que el uso de sustancias inactivas se plantea como incompatible con
una práctica profesional recta.
Ahora, Nicholas Voudouris, psicólogo australiano de la Universidad La Trobe de
Melbourne (Australia), afirma haber encontrado una solución práctica a esta
disyuntiva moral, de modo que se podrán aprovechar los efectos curativos del
placebo sin tener que recurrir al engaño. En un experimento llevado a cabo con
estudiantes voluntarios Voudouris consiguió reducir el dolor provocado por
descargas eléctricas de poco voltaje empleando una crema con supuestas
propiedades anestésicas.
Curiosamente, el preparado surtió el mismo efecto cuando se dijo a los
estudiantes que se trataba de un placebo. La trampa está en «enseñar» a los
voluntarios a relacionar la crema con una sensación de alivio, de la misma
manera que Pavlov condicionó a un perro a asociar un toque de campana con
comida.
Si todo sale según lo planeado, Voudouris y Milton Cohen, reumatólogo del
Scottish Hospital de Sydney, pondrán a prueba en diciembre de este año otro
método de condicionamiento, esta vez con pacientes que sufren dolores de
artrosis, neuralgias o los típicos dolores crónicos que simplemente no tienen
explicación médica.
Los enfermos tomarán un placebo junto con su dosis habitual de fuertes
opioides. «El valor del tratamiento estriba en que se reduce la cantidad de
medicamentos. Y al tomar menos fármacos no se sufren tantos efectos
secundarios», afirma Voudouris.
Con la utilización de placebos, los especialistas podrían contar pronto con
tratamientos menos costosos y con menos efectos secundarios. Sin embargo, aún
está muy lejos el día en que las sustancias inactivas se consideren un
tratamiento médico eficaz. Por razones éticas, los facultativos sólo pueden
hacer uso de preparados inactivos en su práctica privada o en pruebas clínicas.
De hecho, los científicos sólo echan mano al concepto de efecto placebo «para
explicar casos que ni entienden ni les importan mucho», afirma Phil Richardson,
psicólogo del Guy's Hospital de Londres. «Esta apatía se debe en parte a la
falta de incentivos económicos -opina Robert Ader, psicólogo de la Universidad
de Rochester, Nueva York-. A los investigadores de las empresas farmacéuticas
no les interesa para nada estudiar las posibilidades terapéuticas del placebo».
De momento, nadie ha descubierto la forma de determinar qué personas son más
propensas a reaccionar de manera positiva a las sustancias inactivas, ni se
sabe cuál es el placebo más eficaz. Por ejemplo, hay personas que obtienen
alivio al tomar un comprimido de azúcar verde, pero otro rosado no les produce
el mismo efecto. Además, las inyecciones de solución salina son, por lo
general, más eficaces que las cápsulas, que a su vez dan mejores resultados que
los comprimidos.
Voudouris confía en que su método ayudará a demostrar que el placebo puede
convertirse en una forma de terapia combinada con fármacos. «Con el
condicionamiento previo apropiado, la mayoría de los pacientes responderán
positivamente al tratamiento».
Sus experiencias en varios estudios demuestran que los pacientes condicionados
de esta manera, incluso a sabiendas de que están tomando un placebo, reaccionan
positivamente a los supuestos fármacos. «Lo único que debe mantenerse en
secreto es el momento en que se cambie el medicamento real por el placebo»,
explica Voudouris.

El futuro

Si las pruebas clínicas de Voudouris tienen éxito, sin duda oiremos hablar más
de los placebos en el futuro. De hecho, muchos especialistas imaginan ya el día
en que los médicos no tendrán reparo en recetar medicamentos mezclados con
comprimidos de azúcar, aunque antes tenga que determinarse qué enfermedades
pueden tratarse con sustancias inactivas. «Sabemos que en algunos casos los
placebos no dan buenos resultados. Lo que resulta imposible es que una
sustancia inactiva surta efecto contra enfermedades para las que no existe un
tratamiento eficaz. Lo que significa que no puede emplearse, por ejemplo,
contra ciertos tipos de cáncer», afirma el doctor Arder.
En cualquier caso, no estamos ante una revolución inminente en el campo de la
medicina.
Todavía hay que convencer a muchos médicos y enfermos de que el efecto curativo
del placebo no es un acto de magia ni tiene nada que ver con trastornos
mentales, sino que es producto de ciertos mecanismos moleculares aún
desconocidos.
Sólo entonces quizá los críticos más acerbos dejen de comparar a los defensores
del placebo con los curanderos y brujos que creen en los efectos curativos de
las vísceras de gallina.



 
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