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 DIRECTORIO   Jueves, 09 de Octubre de 1997, número 264
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DROGODEPENDENCIAS Botiquín para adictos Los expertos consideran que la adicción a las drogas es una enfermedad crónica del cerebro que debe ser tratada con fármacos, además de requerir apoyo psicológico


PABLO JAUREGUI


Criminales, depravados, viciosos, sinvergüenzas... Estas palabras, y otras
similares, se siguen utilizando con frecuencia para definir (o más bien
insultar) a los drogadictos. Sin embargo, desde un punto de vista científico,
cada vez está más claro que el drogadicto es, sobre todo, un enfermo que
necesita ayuda médica. Hoy en día, ya existe un amplio botiquín de medicamentos
que puede ayudar a muchos adictos a liberarse de la esclavitud de las
drogodependencias.
Durante los últimos veinte años, la ciencia ha derrumbado el mito del
drogadicto débil o inmoral, y lo ha reemplazado con una visión del drogadicto
como enfermo crónico. Dos décadas de trabajo en los laboratorios han demostrado
que la adicción a las drogas es, fundamentalmente, un trastorno biológico que
requiere soluciones tanto farmacológicas como psicoterapéuticas. Gracias a
estos trabajos, muchas adicciones ya pueden combatirse con eficacia si se
utilizan los tratamientos adecuados.
Este es el mensaje que ha querido destacar la revista Science en su último
número, dedicado especialmente a la drogadicción. Algunos de los mejores
especialistas en este campo han resumido el estado actual de la lucha
científica contra las toxicomanías, reflejando un consenso general muy claro:
la drogadicción es una enfermedad cerebral. Por lo tanto, para combatirla con
eficacia, no se pueden ignorar sus aspectos biológicos. Esto quiere decir que
los fármacos son tan importantes como las terapias psicológicas tradicionales.
Dos buenos ejemplos son el alcohol y la nicotina. Las benzodiazepina y la
naltrexona están consiguiendo buenos resultados con los alcohólicos,
ayudándoles a superar el mono de las copas. También, los chicles, los parches y
los aerosoles nasales de nicotina han ayudado a muchos fumadores.
Con la heroína también se ha demostrado la importancia que pueden tener las
estrategias farmacológicas. La metadona, que reduce los deseos irreprimibles de
tomar esta droga, ayuda a muchos heroinómanos a superar su dependencia,
especialmente cuando se ha combinado con programas eficaces de rehabilitación y
reinserción social. En los últimos tiempos, la buprenorfina y la naltrexona
también se han probado con éxito en varios estudios para combatir la adicción a
esta droga.
Por lo tanto, aunque de momento no existen medicamentos eficaces para otras
drogas comunes, como la cocaína, los alucinógenos, los cannabinoides o los
inhaladores, los éxitos que ya se han logrado contra algunas sustancias
adictivas son un importante rayo de esperanza.
Ya no tiene sentido hablar de los drogadictos, simplemente como personas
malvadas y limitar las políticas anti-droga a un incremento de medidas
policiales y carcelarias. «Si sabemos que un criminal es un drogadicto no es
razonable encarcelarlo sin más. Si tenemos en cuenta que sufre una enfermedad
cerebral, encarcelarlo sin ningún tratamiento es absurdo», opina Alan Leshner,
del Instituto Nacional para la Salud en Maryland (EEUU), que ha publicado un
artículo extenso en el último Science.
Pero, además, si el problema fundamental está en el funcionamiento del cerebro,
no parece suficiente combatir la drogadicción con tratamientos psicológicos en
los que no haya medicamentos. La experiencia del pasado sugiere que, en muchos
casos, los adictos recaen tras haberse desenganchado inicialmente en centros de
apoyo social.
.
Cambios cerebrales
.
«Debemos comprender que la adicción es, fundamentalmente, una consecuencia de
ciertos cambios en las funciones del cerebro y que, por lo tanto, cualquier
tratamiento eficaz debe modificar necesariamente esos cambios», asegura
Leshner.
El cerebro de un drogadicto no es como el de una persona normal. El abuso de
una droga altera de una forma radical los circuitos neuronales que regulan las
sensaciones de placer, creando progresivamente una fuerte dependencia
fisiológica de la droga en cuestión. En los peores casos, este proceso
convierte al adicto en una marioneta absoluta de su cerebro, que le obliga a
desear más droga de una forma compulsiva.
Todas las drogas adictivas, sin excepciones, actúan sobre el sistema de
recompensa emocional del cerebro, alterando con frecuencia la transmisión de
sustancias como la dopamina de una forma anormal. Cuando una persona abusa de
una droga, su cerebro se acostumbra y, literalmente, se adapta a esta
sustancia, generando una dependencia que se traduce en deseos irreprimibles de
consumirla. Por este motivo, el adicto siente una necesidad incontrolable de
esnifar, fumar, ingerir o inyectarse más droga.
El doctor Leshner explica este proceso con la imagen metafórica de una palanca
cerebral: «Al principio, el consumo de la droga es un comportamiento
voluntario, pero una vez que se activa esta palanca, el individuo pasa al
estado cerebral de la adicción, que le lleva a buscar y consumir más droga de
una forma compulsiva».
Al mismo tiempo, aunque se ha logrado vincular la drogadicción a ciertos
factores biológicos, esto no quiere decir que los aspectos ambientales del
problema puedan o deban dejarse a un lado. No cabe duda de que sigue siendo muy
importante comprender los contextos sociales en los que surgen las
drogodependencias.
Un ejemplo es el de los soldados norteamericanos que regresaron de la Guerra
del Vietnam con una fuerte adicción a la heroína. Para la mayoría de estos
soldados fue relativamente fácil desengancharse, ya que su adicción había
surgido en un contexto de guerra que no tenía nada que ver con el de sus vidas
normales. Al regresar a casa, todos ellos dejaron de percibir los elementos
ambientales que sus mentes relacionaban con el consumo de heroína y, por este
motivo, a la mayoría no le costó mucho esfuerzo dejar de tomarla.
Sin embargo, en muchos casos, las recaídas se deben al hecho de que vuelven a
encontrarse en situaciones sociales que sus cerebros asocian con el consumo de
drogas. Para el doctor Leshner, esto demuestra que el tratamiento de la
adicción a drogas requiere una atención no sólo destinada a los aspectos
biológicos del cerebro sino, también, a los factores ambientales en los que se
desencadena una dependencia fisiológica.
Según los científicos, que han participado en el número especial de Science,
uno de los problemas serios que existen actualmente en este campo es que, en
muchos casos, los conocimientos científicos sobre la drogadicción no están
llegando ni al público en general, ni a los políticos, ni tan siquiera a los
médicos. Con frecuencia se sigue creyendo, por ejemplo, que la característica
principal de las drogas adictivas es que producen la sensación del mono cuando
dejan de tomarse. Sin embargo, algunas de las drogas adictivas más peligrosas,
como el crack, no provocan este tipo de síntomas.
La verdadera esencia de la adicción, según estos investigadores, es la búsqueda
compulsiva y el uso constante de una droga, incluso cuando es obvio que esta
actividad está provocando consecuencias muy negativas para la salud y las
relaciones sociales de una persona. Hay que tener en cuenta que las
alteraciones cerebrales que provocan las drogas adictivas pueden mantenerse
durante meses e, incluso años, después de la última vez que se consumió la
sustancia en cuestión.
Según Charles O'Brien, investigador de la Universidad de Pennsylvania, el tema
de la drogadicción, y sus posibles soluciones farmacológicas, hasta ahora no se
ha enseñado bien en las facultades de medicina. A pesar de que ya existen
bastantes estrategias terapéuticas para combatir algunos tipos de adicción, en
muchos casos la ignorancia de los médicos impide su uso.
«La investigación básica ya ha logrado avances importantes en el campo de la
adicción, y esto ha permitido el desarrollo de terapias más eficaces. Ahora, el
desafío es que estos avances lleguen a los pacientes que los necesitan», opina
este científico.
Una de las mejores esperanzas para el futuro podría estar en las
investigaciones que se están realizando en muchos laboratorios sobre la
dopamina. Muchos estudios han demostrado que las drogas adictivas modifican de
una forma radical la transmisión de esta sustancia cerebral.
Se ha estado pensando durante mucho tiempo, que la dopamina era la responsable
de las sensaciones de placer de las personas, y que las drogas incrementaban la
transmisión de esta sustancia. Sin embargo, en los últimos años, algunos
estudios han revelado que quizá la función de la dopamina sea más compleja.
Se ha demostrado, por ejemplo, que cuando los ratones o los monos aprenden a
asociar un sonido o un objeto con comida, la transmisión de dopamina se dispara
antes de que hayan ingerido el alimento en cuestión. Por lo tanto, es posible
que el efecto de las drogas no sólo sea una cuestión de incrementar placer,
sino de despertar el deseo y anticipar la llegada de placeres futuros. En
cualquier caso, muchos científicos creen que quizá la manipulación de la
dopamina sería la forma más eficaz de combatir las adicciones.
Lo que está claro es que todo el mundo debe tomar conciencia de que el cerebro
de un adicto no es igual que el de una persona normal. Los científicos están
convencidos de que a los adictos se les debe mirar como a otras personas que
sufren trastornos cerebrales, como la esquizofrenia o la enfermedad de
Alzheimer.
Al principio de este siglo, a los esquizofrénicos se les seguía encerrando en
cárceles, hasta que se reconoció que eran personas enfermas que necesitaban
atención médica.
Ha llegado la hora de que suceda lo mismo con los drogadictos. Como ha escrito
Alan Leshner, «ya es hora de reemplazar a la ideología con la ciencia».
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