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 DIRECTORIO   Domingo, 25 de Abril de 1999, número 340
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ETNOMEDICINA Las medicinas del chamán Los científicos, convertidos en aprendices de los sanadores, buscan fármacos en la selva tropica


Myriam López Blanco`
Se necesitan científicos políglotas, preferentemente que tengan experiencia en
trabajar en lugares remotos y en tratar con indígenas, sobre todo con chamanes
(Hombres Medicina), de las selvas tropicales. Este anuncio podría pertenecer a
cualquiera de las cerca de 200 compañías farmacéuticas, instituciones
gubernamentales y centros de investigación médica del mundo que están buscando
una cura para el cáncer, para el sida o para otras enfermedades en las
pluviselvas asiáticas, sudamericanas y africanas. La estrategia es aprender los
conocimientos del chamán. Para eso, se están creando equipos de etnobotánicos
(botánicos o biólogos que tienen formación adicional en disciplinas tan
diversas como la farmacología, la medicina, la química, la ecología, la
sociología, la lingüística o la mitología).
Las compañías farmacéuticas les envían a las selvas tropicales para que
convivan con los indígenas y con los curanderos tradicionales para aprender qué
plantas utilizar, cómo hacerlo y en qué enfermedades aplicarlas. Hoy en día, el
25% de los medicamentos que se venden en las farmacias tiene su origen en las
plantas. Algunos de ellos son potentes agentes anticancerígenos extraídos de
especies vegetales que se encuentran exclusivamente en las selvas tropicales.
Los indios descubrieron América unos 20 milenios antes que Cristóbal Colón.
Desde entonces, la selva les ha dado todo lo que les ha hecho falta: comida,
ropa, medicinas y materiales para cobijarse. Durante todos esos siglos, han
tenido tiempo para descubrir qué plantas se podían comer, y cuáles tenían
virtudes medicinales. Ese conocimiento pasó de padres a hijos, de generación en
generación, hasta hoy. El hombre blanco está arrasando el ecosistema más rico
de todos (no sólo el del Amazonas sino también el de otras selvas tropicales
del planeta). Puede que también esté acabando con una fuente de fármacos de
valor incalculable.
Al menos, eso es lo que temen muchos científicos que han viajado a los trópicos
para aprender de los chamanes qué plantas han de utilizar para cada enfermedad
y cómo hacerlo.
La cuarta parte de los medicamentos que se venden hoy en las farmacias (unos
121 fármacos de prescripción) tiene ingredientes activos extraídos o derivados
de plantas, y buena parte de ellos (el 74%) fue descubierta por las tribus
indígenas. La aspirina, la quinina, las píldoras anticonceptivas, los
analgésicos y los agentes quimioterapéuticos para el cáncer son equivalentes
sintéticos de medicinas tradicionales muy antiguas.
Según Michael Balick, director del Instituto de Botánica Económica del Jardín
Botánico de Nueva York, todavía hay 328 nuevos fármacos aguardando a ser
descubiertos y están exclusivamente en las selvas tropicales. Hasta ahora, sólo
se han encontrado 47. Este especialista sacó la cifra de la relación entre las
plantas que se han estudiado hasta ahora y las que existen. De las 250.000
especies vegetales que se estima que hay en el mundo, sólo se ha investigado el
poder medicinal de menos de un 1% de ellas. No hace falta ser un científico
muy avispado para darse cuenta del enorme potencial que hay ahí afuera», dijo
Balick.
SABIDURIA.- La sabiduría de los chamanes se ha convertido en el nuevo oro del
Amazonas. Según explica Leslie Taylor en su libro Herbal Secrets of the
Rainforest (Los secretos de las hierbas de las pluviselvas), los indios Barasan
de la Amazonia colombiana, por ejemplo, pueden identificar todas las especies
de árboles de su territorio sin tener que referirse a los frutos o a las
flores, algo que ningún botánico académico es capaz de hacer. Otros datos: una
única tribu del Amazonas puede utilizar más de 200 especies de plantas
solamente para usos medicinales. En el noroeste del Amazonas, los indígenas
utilizan más de 1.300 especies vegetales para crear drogas do certÆo o fármacos
salvajes. En el sureste de Asia, los curanderos tradicionales utilizan unas
6.500 plantas distintas para tratar la malaria, las úlceras de estómago, la
sífilis y otras patologías.
Guiados por la sabiduría de estos Hombres Medicina, los investigadores
protagonizan historias como la de Sean Connery en la película Los últimos días
del Edén. Aunque detrás de estos buscadores de la cura contra el cáncer se
esconde el lado más oscuro de la historia: compañías farmacéuticas
multimillonarias probando las plantas que llegan de la selva, sintetizándolas
en el laboratorio y patentándolas para esperar a que las apruebe la FDA y
alcancen cifras astronómicas en el mercado, habitualmente, sin dar nada a
cambio.
A finales de los años 50, la compañía farmacéutica Elli Lilly investigó una
pequeña planta tropical con flores rosáceas, después de seguir la pista a unos
chamanes de Madagascar. Descubrieron que contenía dos potentes alcaloides,
vinblastina y vincristina, que son hoy dos de los fármacos más potentes contra
el cáncer. El primero de ellos resultó ser eficaz contra la enfermedad de
Hodgkin. Logra un 80% de remisión en los pacientes con este tipo de cáncer de
linfoma. El segundo, la vincristina, se usa para tratar a los niños con
leucemia. Consiguió elevar la supervivencia de estos pequeños de un 20% a un
80%. Con estos dos productos, Elly Lilly gana unos 15.000 millones de pesetas
cada año, pero ni Madagascar ni los chamanes que guiaron a los científicos
hasta la planta compartieron parte de los beneficios. Hoy, la planta de la que
se extrajeron estos compuestos, Vinca rosea, se ha extinguido por la
deforestación en Madagascar.
Otros dos ejemplos de fármacos extraídos de las selvas tropicales son: la
tubocuranina, un relajante muscular muy utilizado en cirugía, hecho a partir de
Chondodendron tomentosum, y la ouabarina, una medicina para el corazón,
extraída de una planta del oeste africano, Strophantus gratus.
Históricamente, el interés de la industria farmacéutica por los productos
derivados de plantas ha tenido muchos altibajos. En los años 60, el Instituto
Nacional del Cáncer (NCI) estadounidense empezó con un programa para recolectar
muestras de la naturaleza y enviarlas a instituciones académicas para su
análisis. A finales de los 70, se dieron cuenta de que no salía muy rentable.
De hecho, entre 1960 y 1980, sólo se obtuvieron dos fármacos eficaces: el taxol
y una versión químicamente modificada de la camptotecina. La recolección de
plantas y su análisis en el laboratorio resultó ser un proceso lento y acabó
suplantándose por la síntesis de fármacos en el laboratorio. Sin embargo, esto
no ha servido para desarrollar tantos productos como se esperaba. Ahora, se han
mejorado los procesos de biotecnología y se pueden evaluar las sustancias a
mayor velocidad. Según James Miller, del Jardín Botánico de Missouri, en los
años 60 se analizaban cientos de compuestos en un año, pero ahora se pueden
evaluar miles. Y algunas compañías pueden estudiar decenas de miles, gracias a
los robots y a las capacidades de la biotecnología para crear pantallas que
pueden buscar enzimas y otras sustancias químicas», declaró este especialista a
The Scientist.
Sin embargo, encontrar principios activos valiosos en las plantas sigue siendo
una tarea compleja. En la última década, el Instituto Nacional del Cáncer, la
industria farmacéutica y las universidades han probado miles de plantas, pero
sin mucho éxito. Probablemente, uno de los fallos ha sido la búsqueda en sí.
Algunas compañías, como Mosanto, analizaban plantas halladas al azar sin
recurrir a la ayuda de los expertos indígenas. Normalmente, la recolección de
plantas dura años, porque hay que recoger cientos o incluso miles de ejemplares
para encontrar uno o dos con la suficiente actividad para que se convierta en
"la ganadora"», dijo a SALUD el doctor David Kingston, profesor de química de
Virginia Tech. Aislar y determinar una estructura puede tardar entre tres y
nueve meses. El desarrollo preclínico y clínico, entre cinco y 10 años,
dependiendo de la complejidad del problema, pero esta duración es igual tanto
para los fármacos sintéticos como para los naturales».
Kingston utiliza pantallas para analizar compuestos como los inhibidores de la
topoisomerasa o inhibidores de la angiogénesis. Los fármacos anticáncer que son
inhibidores de la topoisomerasa del ADN bloquean la habilidad de esta molécula
en forma de hélice para desenrollarse, y de esta forma previenen su
replicación.
Analizar los compuestos de las plantas puede que no sirva para extraer de ellos
nuevas medicinas, pero es posible que dé pistas para descubrir algo
interesante. Por ejemplo, un nuevo compuesto antisida puede que nunca se
convierta en un fármaco, pero le sirve al investigador para desvelar un nuevo
mecanismo químico con el que atacar al virus.
A principios de los años 80, todavía no había ninguna empresa farmacéutica
embarcada en programas de investigación para buscar fármacos en las plantas.
Hoy hay más de 100, entre las cuales están: Merk, Mosanto, Smithkline Beecham,
Bristol Myers Squibb, Eli Lilly y Abbot.
El NCI ha identificado más de 3.000 compuestos activos contra el cáncer en las
plantas. El 70% de ellos se encuentra exclusivamente en la selva tropical.
Entre las miles de especies vegetales que todavía no han sido analizadas hay
cientos de miles de sustancias químicas desconocidas que la planta fabrica para
defenderse de los ataques de los patógenos. Los investigadores creen que estas
mismas sustancias podrían ayudarnos a luchar contra enfermedades como la
tuberculosis, el sida o la viruela. Aunque no siempre coincide el uso que le
dan los chamanes a la planta con el que se encuentra después en el laboratorio.
Por ejemplo, Catharanthus roseus se recolectaba en Jamaica como una planta
para combatir la diabetes, pero después se encontró que tenía potentes agentes
anticancerosos», dijo el doctor Kingston.
La meta de los llamados bioprospectores (exploran, extraen y seleccionan la
diversidad biológica en busca de recursos genéticos y bioquímicos de valor
comercial) se ve truncada cuando descubren que una planta tiene ingredientes
activos, pero son demasiados para ser sintetizados en el laboratorio y
convertidos en una patente que salga rentable a la compañía. Aunque sea un
producto muy eficaz, el público no se enterará de su existencia si el
bioprospector no puede costear su fabricación.
La compañía farmacéutica Shaman Pharmaceuticals Inc. , con sede en San
Francisco, es la primera que se dedica, en EEUU, a trabajar exclusivamente con
plantas superiores para desarrollar fármacos. Hemos visto que más de la mitad
de las plantas utilizadas por la gente nativa que hemos investigado nosotros
son activas en nuestros modelos animales de enfermedad», dijo el doctor Steven
King, vicepresidente senior de etnobotánica y conservación en Shaman
Pharmaceuticals.
Nosotros no recogemos plantas al azar para estudiarlas», dijo Ray Cooper, un
químico de Shaman. En lugar de eso, nos centramos en una enfermedad.
Recopilamos plantas que utilizan los curanderos tradicionales y las probamos en
sistemas biológicos en nuestros laboratorios para confirmar lo que hacen estos
chamanes».
La plantilla de Shaman no es muy corriente. Incluye químicos, biólogos,
médicos, especialistas en control de calidad y expertos en farmacognosis
(científicos que se especializan en la farmacología descriptiva y trabajan con
fármacos). Además, esta compañía contrata etnobotánicos, taxónomos y médicos
para que trabajen con los indígenas de Sudamérica, Africa y Asia. Envía a estos
especialistas a la selva, a vivir y trabajar con los chamanes, y se esfuerza
por devolver parte de los beneficios a los indígenas con los que colaboran.
La cuestión está en cómo hacerlo. Mark Plotkin, de Shaman, autor de Cuentos de
un aprendiz de chamán, dice que en el curso de sus viajes le han pedido de
todo, desde un coche hasta una botella de ron, una máquina de hielo o un avión.
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