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 DIRECTORIO   Sábado, 09 de Septiembre de 2000, número 399
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INVESTIGACION
El dopaje genético será una realidad en dos años
IGNACIO ROMO

Los nuevos controles de EPO instaurados con ocasión de los Juegos Olímpicos de Sydney parecían haber convertido al año 2000 en una temporada trascendental en el avance de la lucha contra el dopaje.

La distancia que siempre separa la trampa de la ley se ha reducido considerablemente una vez que el test cruzado de sangre y orina permite desde este mes detectar la eritropoyetina exógena.

Sin embargo, los expertos no son demasiado optimistas acerca del futuro de la lucha contra el doping. Saben que a medio plazo el futuro del dopaje no está ya en la administración de sustancias sino en una práctica más sofisticada e indetectable: la modificación genética de los deportistas.

En un futuro no lejano el dopaje va a experimentar un giro de 180 grados. Las nuevas prácticas consistirán en inyecciones de preparados que modifiquen la información genética de las células y sean capaces de sintetizar hormonas de forma permanente y generar masa muscular adicional allá donde se necesite.

Según estudios recientes, esta última variedad de dopaje conseguiría aumentar la fuerza muscular de un deportista hasta en un 27%? sin ningún tipo de entrenamiento.

Vacuna genética

Imaginemos un ciclista que quiere aumentar su masa muscular, por ejemplo en el cuádriceps, para mejorar su velocidad punta. Hoy en día se centraría en realizar entrenamientos con pesas y series de trabajo de velocidad en la bicicleta.

En un escenario futuro, este ciclista podría administrarse algo similar a una vacuna genética dirigida específicamente al desarrollo de un músculo determinado (e, incluso, de un solo fascículo muscular) sin añadir peso en ninguna otra parte del organismo.

La llegada del dopaje genético preocupa a los dirigentes del deporte porque puede estar más cerca de lo que se piensa. Nadia Rosenthal, una experta investigadora en genética del Hospital General de Massachusetts (EEUU) considera que aún se deben resolver muchos problemas hasta que la modificación genética de los miocitos pueda llevarse a cabo de forma segura en los humanos.

Sin embargo, el doctor Lee Sweeney ve muy cercana la aparición de la manipulación genética en el deporte y ha realizado una afirmación rotunda: «En dos años estarán listas las técnicas de modificación del tejido muscular en seres humanos».

Los comienzos

La amenaza de la aparición del dopaje genético comenzó a vislumbrarse hace ya tres años. Un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago (EEUU), dirigido por el doctor Jeffrey Leiden, utilizó un adenovirus para inocular unos genes especiales a un grupo de ratones y a otro de monos.

Los genes hacían que los organismos produjeran mayores cantidades de eritropoyetina (EPO) de las que sintetizaban naturalmente. La eficacia de la terapia genética en la producción de EPO sorprendió a los propios investigadores.

Los hematocritos (porcentaje del volumen sanguíneo representado por los hematíes) de los ratones se incrementaron desde el 49% hasta el 81%; también los de los monos experimentaron un aumento espectacular: del 40% al 70%.

Según se recogía en el artículo publicado en 1997 por el equipo del doctor Leiden en la revista Human Gene Therapy, una sola inyección mantenía cifras elevadas de hematocrito en los monos durante tres meses. Un año más tarde, investigadores de la compañía californiana Chiron, especializada en biotecnología, publicaban resultados similares en un ensayo llevado a cabo con babuinos.

Sus hematocritos se elevaron en un 29% de promedio y se mantuvieron elevados durante seis meses. Si se traslada este descubrimiento a las prácticas de dopaje con EPO, el efecto sobre el transporte de oxígeno al músculo sería espectacular y quizá bastaría una sola inyección para estar dopado toda la temporada.

Lo cierto es que las nuevas prácticas de dopaje aparecen siempre como consecuencia de avances en la medicina clínica. Del mismo modo que la eritropoyetina aportó un enorme beneficio a los enfermos renales crónicos, la futura amenaza del dopaje genético para aumentar la fuerza física parte también de las investigaciones destinadas al tratamiento de otra patología: la distrofia muscular.

Anabolizante

El principal problema de esta enfermedad (así como del envejecimiento en general) estriba en la dificultad para generar una sustancia denominada IGF-1 o factor de crecimiento, similar a la insulina, que posee un potente efecto anabolizante. Es ahí donde puede actuar la genética para resolver esa carencia.

La Universidad de Pensilvania, en Filadelfia (EEUU), se ha situado en punta de la investigación en la modificación genética de los músculos. Debido a que las células musculares no poseen la capacidad de reproducirse y aumentar en número, el aumento de volumen muscular es siempre una hipertrofia, es decir, un aumento de tamaño de las células ya existentes que resulta en un engrosamiento de las fibras musculares.

Este aumento de tamaño suele conseguirse de forma natural a través del entrenamiento, que produce un daño muscular microscópico con reparación posterior y un músculo de mayor tamaño gracias a una mayor síntesis de IGF-1.

El doctor Lee Sweeney, catedrático de fisiología en Filadelfia, ha modificado el ADN de los músculos de las extremidades posteriores de los ratones, gracias a la inyección de virus que portaban un gen para la fabricación de IGF-1 y otro gen promotor que indica a las células musculares que sinteticen IGF-1 de forma permanente.

Una vez recibida la inyección, los ratones estuvieron durante varios meses sin realizar actividad física alguna. Simplemente se dedicaban a comer, descansar y dormir.

Los resultados fueron espectaculares. Se registró un aumento de un 18% promedio, en la masa muscular de las extremidades posteriores de los ratones en comparación con otro grupo que no recibió tratamiento.

En los roedores de más edad hubo ganancias en masa muscular superiores al 25%. Los beneficios de esta terapia son de gran interés para pacientes con problemas musculares y enfermos de edad avanzada que hayan sufrido importantes pérdidas de masa muscular.

Utilidad terapéutica

La modificación de la información genética de sus miocitos (células musculares) puede, en algunos casos, restaurar la movilidad de una persona con una seria discapacidad.

En lo que se refiere al deporte, la aplicación de estos avances clínicos en prácticas de dopaje es tan obvia que ya existe una profunda preocupación entre los responsables de la lucha anti-doping.

El doctor Mats Garle, director científico del laboratorio de control de dopaje de la Universidad de Huddinge (Suecia) ha declarado en 'Scientific American' que «si aparece un método en el que se incrementa el número de proteínas existente dentro de las células y ésto se hace de forma genética y directa, va a ser muy difícil dar con técnicas de detección satisfactorias. Es posible que nunca se encuentre una solución a este problema».

Las consecuencias

La única posibilidad de detección de esta forma de dopaje a través de modificación genética debería centrarse en el análisis directo de los músculos de los deportistas.

Sería necesario extraer muestras de tejido muscular de los atletas, algo que no parece viable teniendo en cuenta que ya la extracción de sangre (con el fin de detectar la EPO) se ha visto rodeada de muchos problemas y ha despertado quejas entre los ciclistas.

La realización de biopsias musculares dentro de la lucha antidopaje no parece factible, además de que ni siquiera queda claro qué músculos habría que analizar.

Esta nueva forma de dopaje tendría también sus propios efectos secundarios, al igual que sucede con la ingestión de medicamentos. El principal problema, como siempre, se centraría en la posibilidad de abuso.

Los atletas estarían tentados a administrarse un exceso de inyecciones que conduciría a problemas por un desmedido desarrollo de fibras musculares, incluso en zonas no deseadas. Infartos de miocardio y cardiomegalia (al fin y al cabo, el corazón es un músculo) son algunas de las situaciones patológicas que podrían desencadenarse.

Además, existiría el riesgo de que las células alteradas mantuvieran de por vida estos ritmos de producción de IGF-1 elevados.

Pendiente: la hormona del crecimiento

La posibilidad de detectar la EPO en los Juegos de Sydney ha satisfecho una de las principales carencias de la lucha antidopaje de los últimos años. Sin embargo, queda aún una gran asignatura pendiente que los controles de dopaje de Sydney no van a ser capaces de resolver.

Se trata de la hormona de crecimiento, que sigue sin ser detectada en los laboratorios que persiguen el dopaje. Hace tres años, pocos días antes del comienzo de los Campeonatos del Mundo de natación, un funcionario de aduanas del aeropuerto de Sydney examinaba con detenimiento el equipaje de la china Yuan Yuan.

A la subcampeona mundial de 200 metros braza, le descubrieron una nevera de plástico en la que se ocultaba entre hielos 13 viales marcados con la etiqueta «somatotropina», también conocida como hormona de crecimiento o hGH.

La noticia confirmaba que una parte de las deportistas chinas ya no se dopaban con esteroides anabolizantes (después de haber protagonizado en sólo siete años más de 20 casos positivos con estos compuestos), sino con hormona de crecimiento.

En medios deportivos se la conoce ya como la droga de los campeones, ya que su precio es 10 veces superior al de un tratamiento con andrógenos. Como denunció un deportista británico: «sólo los estúpidos o los pobres siguen tomando esteroides. La hGH es muy superior y además no te cazan».

Promover el crecimiento

La hipófisis, una pequeña glándula situada en la parte inferior del cerebro es nuestra fábrica de hormonas del crecimiento. Como cualquier hormona, es una sustancia que se libera en pequeñas cantidades a la sangre para ser transportada por ésta hasta un órgano diana donde ejerce su acción.

La principal misión de la hGH es promover el crecimiento en diferentes tejidos, especialmente del esqueleto. Este efecto anabólico se consigue mediante el aumento del transporte intracelular de aminoácidos y el incremento de la síntesis de ARN y ADN.

Desde la óptica del dopaje, el gran atractivo que ofrece en la preparación reside en su acción lipolítica. Consigue reducir el peso total del atleta pero manteniendo su masa muscular. De esta manera, el índice músculo/grasa aumenta y el trabajo físico es más eficaz.

Además del abuso de hGH, se está detectando también la existencia de deportistas que se dopan con estimulantes de la hormona de crecimiento. Entre éstos destacan el IGF-1 (factor de crecimiento similar a la insulina, y también conocido como somatomedina C, con un precio de cinco millones de pesetas por un mes de tratamiento), la galanina (un neuropéptido formado por una cadena de 29 aminoácidos) y el factor de liberación de la hGH, denominado GHRH.

La historia de la investigación en hGH exógena arranca a comienzos de este siglo. En 1920, dos científicos estadounidenses, los doctores Evans y Long, decidieron inyectar extractos de hipófisis en ratas y vieron cómo aceleraban su crecimiento hasta alcanzar proporciones desmesuradas.

Riesgos para la salud La administración exógena de hGH comporta el riesgo de efectos indeseables asociados, aunque no están tan bien estudiados como los de los esteroides anabolizantes. Cuando se administran en edades en las que ya se ha completado la fase de crecimiento, pueden conducir a la acromegalia (ensanchamiento de todos los huesos y engrosamiento de la piel y tejido subcutáneo).

La acromegalia aparece porque llega un momento en que el hueso deja de crecer a lo largo y comienza a deformarse. La posibilidad de detectar la hHG no parece tan lejana.

Bastaría con convencer a los fabricantes para que introdujeran alguna variación en la molécula para que pudiera ser distinguible de la hormona endógena sin alterar su eficacia.

El día en que se consiga detectar la hGH (y el IGF-1) desaparecerán las sospechas en las especialidades de fuerza y velocidad.



 
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