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 DIRECTORIO   Sábado, 23 de Septiembre de 2000, número 401
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INFECCIONES
Las vacunas comestibles pueden ser una realidad en el futuro
VICTOR CORDOBA
ULISES

Todavía no ha pasado un año. Una gran mayoría de las revistas científicas publicaron, en diciembre de 1999, un resumen de lo mejor que había ocurrido en Medicina a lo largo del siglo que acababa.

Se trataba, con la percha de que siglo y milenio concluían, de concretar los avances que se habían obtenido en biociencia y cómo esos avances habían mejorado la salud de toda la Humanidad. A la hora de elegir el hecho más relevante todos estuvieron de acuerdo.

Ni la anestesia, ni la moderna cirugía, ni los trasplantes, ni todo el arsenal terapéutico logrado durante el siglo XX podía compararse con los beneficios que habían aportado las vacunas. El que la viruela haya desaparecido, el que la polio vaya a hacerlo dentro de unas semanas y el que decenas de millones de vidas se salven cada año en el mundo por muy poco dinero se debe a las vacunas.

El esfuerzo realizado por la OMS para hacer llegar a todas partes, al menos seis vacunas (difteria, polio, tétanos, tosferina, sarampión y tuberculosis), ha tenido sus frutos. El 80% de los niños del planeta se puede vacunar contra estas enfermedades. Sin embargo, un 20% de chavales no tiene aún acceso a las vacunas.

Conservación de las vacunas

Y eso tiene un coste muy elevado. En las zonas más pobres del mundo, donde hay pocos que sepan poner una inyección, y ni siquiera se garantiza que el inyectable se conserve a una temperatura fría -algo que es necesario-, la mortalidad debido a enfermedades infecciosas que podría evitarse con vacunas se acerca a dos millones de personas al año.

Además, algunas de las patologías infecciosas que más muertes producen -el cólera y las diarreas por virus, por ejemplo-no tienen todavía una buena vacuna. Ésas son las razones por las que muchos científicos creen que, cuando se habla de prevención de enfermedades infecciosas, hay que dar un paso más allá.

Conseguir inmunizar a las personas sin tener que recurrir a una inyección y hacerlo únicamente comiendo una patata, un tomate, una lechuga o un plátano no es un sueño imposible. Un puñado de equipos de científicos trabaja desde hace varios años para conseguir, con ingeniería genética, que, por ejemplo, un plátano se pueda convertir en una buena vacuna contra el cólera.

A principios de los años 90, Charles Arntzen, un profesor de biología que entonces trabajaba en la Universidad de Texas (EEUU), tuvo una idea mientras estaba de visita en Tailandia. El científico vio cómo una madre hacía que su hijo dejase de llorar ofreciéndole un plátano.

Arntzen, experto en biología vegetal, se acordó del llamamiento de la OMS en el que se pedían vacunas por vía oral, que no tuvieran que conservarse en frío. Se trataría de modificar genéticamente una patata, un plátano o una lechuga con genes de microorganismos patógenos y lograr que estos alimentos sintetizaran los antígenos que, a su vez, pusieran en marcha la inmunidad de los que los consumían.

A los que conocen cómo modificar los alimentos no les resulta difícil hacer que un vegetal sintetice una determinada proteína. Es posible introducir en una lechuga un segmento de ADN para que ésta exprese un antígeno de la cubierta del virus de la hepatitis B.

En teoría, la persona que consumiera esa lechuga debería desarrollar inmunidad frente a una enfermedad que causa cada año en el mundo varios centenares de miles de muertos. Es verdad que la hepatitis B tiene, por vía parenteral, una vacuna eficaz, pero esa inmunización -que es muy costosa- no llega a todas partes.

Estómago .

Quizá un inconveniente de las vacunas que se dan por vía oral está en el estómago. El proceso digestivo puede destruir las proteínas y hacer que el antígeno que se pretende inocular desaparezca. Afortunadamente, la pared de las células vegetales aguanta el ataque del contenido gástrico y ésta llega al intestino delgado sin perder los antígenos.

Allí, se libera la proteína inmunogénica y, con ayuda del sistema linfoide del duodeno y del íleon, se produce el contacto entre la proteína del agente infeccioso y las células inmunes. Es entonces cuando se genera una reacción inmune capaz de proteger al individuo frente a ataques posteriores del microorganismo.

Después de realizar los primeros ensayos en el laboratorio, los científicos creen que las infecciones que provocan diarreas muy severas serían las primeras que deberían tener una vacuna alojada, por ejemplo, en una planta transgénica. De hecho, las experiencias que se han llevado a cabo por ahora han sido con el agente que causa la famosa diarrea del viajero (Escherichia coli), el virus de Norvark responsable de diarreas en la infancia y el cólera.

«Creo que las vacunas comestibles pueden ser de gran ayuda para frenar las hepatitis y las diarreas en el mundo», declaró hace ya un par de años el doctor Anthony Fauci, director del Instituto de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EEUU (NIAD). El NIAD financió parte de los estudios que se realizaron en 1998, en la Universidad de Tulane (EEUU), con ratones y patatas transgénicas que expresaban un fragmento de la toxina de E. coli. Las pruebas demostraron que los roedores alimentados con este tipo de vacunas comestibles desarrollaban inmunidad frente a la infección por agente patógeno.

ALIMENTOS .

Conseguir que un vegetal produzca una determinada proteína no es excesivamente complicado. Las patatas, los tomates, las zanahorias, los plátanos o el arroz pueden expresar antígenos que provoquen inmunidad frente a una enfermedad. Al contrario que los cultivos transgénicos comunes -que necesitan cientos de hectáreas para desarrollarse-, las vacunas comestibles se podrían cultivar en cada país del mundo en espacios pequeños, prácticamente en invernaderos.

Decidir qué alimento puede ser el mejor no es tarea fácil. Quizá el más indicado sea el plátano, ya que se consume crudo y tiene una piel que lo protege durante cierto tiempo, pero es una fruta que crece en árboles y tarda años en madurar.

Sin embargo, con la patata sí se tiene una amplia experiencia, tanto en animales de laboratorio como en las primeras fases de ensayos en humanos, aunque no es un alimento que se consuma crudo, que es como se han llevado a cabo los experimentos. Es posible que las vacunas de patata transgénica funcionen incluso cocinadas, pero no se puede asegurar nada antes de que se hayan realizado más estudios.

LABORATORIO .

Existen diferentes equipos de científicos que están llevando a cabo experiencias para inmunizar contra enfermedades comunes y muy graves con alimentos. William Landgridge, un experto en biología vegetal ha conseguido prometedores resultados inmunizando a ratones contra el cólera. Landgridge utilizó patatas crudas que expresaban una parte de la toxina de Vibrio cholerae.

Cuando se expuso a los animales a la toxina verdadera, la diarrea de los vacunados con patatas fue un 60% menos severa que la que tuvieron los roedores que formaban el grupo control. Landgridge es uno de los máximos expertos en vacunas comestibles y así lo prueba en un excelente trabajo publicado por él en el 'Scientific American' de este mismo mes.

Un grupo de especialistas polacos, de la Academia de Ciencias de Poznan, publicó hace un año en la revista FASEB los resultados en humanos de una vacunación contra la hepatitis B, utilizando una lechuga transgénica. El vegetal había sido modificado para que expresara el antígeno de la superficie del virus B de la hepatitis. Los voluntarios que consumieron una ensalada con esta singular lechuga consiguieron que su sistema inmune produjera anticuerpos específicos contra el virus.

El mismo Charles Arntzen, de acuerdo con un trabajo suyo que vio la luz en Nature Medicine en 1998, ha conseguido que los voluntarios tratados con patatas transgénicas crearan anticuerpos contra el E.coli, la bacteria que causa el mayor porcentaje de diarreas en los turistas que visitan países en desarrollo.

Hace poco más de un mes, un grupo de la Universidad de Maryland (EEUU), puso de manifiesto, en el Journal of Infectious Diseases, que también se pueden conseguir anticuerpos en humanos contra el virus Norvak, un agente que causa un elevado número de diarreas en el mundo.

El siguiente paso: estudio en humanos

«Poder comprobar cómo los humanos consiguen fabricar anticuerpos mediante vacunas comestibles contra varios tipos de enfermedades infecciosas nos tiene fascinados», declaró la doctora Carol Tacket, una pionera en el estudio de este tipo de inmunización, y la principal autora del trabajo del Journal of Infectious Diseases.

No obstante, las buenas intenciones de los científicos que estudian las vacunas comestibles se tendrán que enfrentar a tres hechos . El primero es el de pasar de la fase I de investigación clínica a estudios avanzados en humanos.

El segundo de los inconvenientes estará liderado por los ecologistas que han declarado la guerra a los alimentos transgénicos. Y el tercero es el de demostrar, en el caso de que los ensayos se realicen, que las vacunas comestibles son eficaces. Es muy poco probable que las compañías farmacéuticas financien los trabajos en fase II y III que serán necesarios para probar si las vacunas comestibles sirven o no.

Son estudios muy caros y si no hay negocio detrás de la inversión, nadie arriesga dinero en aventuras que son sólo románticas. Tendrán que ser los organismos oficiales los que apoyen, si pretenden que existan vacunas comestibles al alcance de todos. Las protestas de los ecologistas serán, posiblemente, la mayor de las pegas que tendrán las vacunas vegetales para llegar al público.

«Pensamos que la idea no es buena», dijo recientemente Romie Cummings, director de la Unión de Consumidores Orgánicos, una organización ecologista muy potente de EEUU. «No se puede controlar la cantidad de vacuna comestible que ingiere una persona. Quizá haya brotes de enfermedades en personas que se crean inmunes» .

Por otra parte, los expertos no saben si el consumo de antígenos llegará a producir tolerancia. Aunque se sospecha que no, el fenómeno de tolerancia a las proteínas ingeridas es algo bien conocido. En cualquier caso, y de acuerdo con las palabras de William Landgridge, «los obstáculos técnicos son todos salvables. Las vacunas comestibles pueden ser una realidad a medio plazo».



 
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