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 DIRECTORIO   Sábado, 12 de Enero de 2002, número 463
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SALUD PUBLICA
Antenas inocentes
ISABEL PERANCHO

Cuatro casos de cáncer infantil en apenas dos años en un reducido grupo de poco más de 400 escolares superan todos los cálculos estadísticos. La probabilidad indica que sólo cabría esperar entre cuatro y seis tumores de este tipo por cada 100.000 niños y año. Este inesperado fenómeno coincide en el tiempo con la instalación en las proximidades del colegio de 36 antenas de radio, y telefonía fija y móvil. No es de extrañar, que todas las miradas se tornen rápidamente hacia este dispositivo de indudable impacto visual. El resultado: un nuevo episodio de fobia eléctrica basado en los supuestos efectos nocivos para la salud de las radiaciones electromagnéticas emitidas por las nuevas tecnologías de la comunicación.

Lo ocurrido en Valladolid no es algo nuevo. Estas manifestaciones de alarma social se reproducen periódicamente desde 1979. Ese año, unos investigadores estadounidenses informaron de un incremento de leucemia entre los menores que residían en las cercanías de un tendido eléctrico. Pero tras más de 20 años de investigación, la ciencia no ha podido demostrar que este supuesto riesgo cancerígeno sea real.

Ni tampoco que la exposición a ondas electromagnéticas de intensidad similar a la que emiten desde los electrodomésticos hasta la telefonía móvil genere otro tipo de tumores o induzca malformaciones. Es posible que algún agente aún desconocido haya desencadenado los cánceres del colegio García Quintana de Valladolid, pero los expertos consideran «altamente improbable» que la respuesta a este enigma se encuentre en las azoteas.

La investigación científica no respalda el temor popular. La creencia de que las emisiones electromagnéticas procedentes de los tendidos eléctricos, pasando por los electrodomésticos de uso personal, las antenas de radio y televisión, y hasta la telefonía fija y móvil —es decir, aquellas de frecuencia comprendida entre los 0 herzios (Hz) y los 300 gigaherzios (GHz)— pueden provocar cáncer no ha sido verificada con datos concluyentes.

«Ni en el peor de los casos, a la máxima potencia de emisión, las antenas de telefonía podrían producir una leucemia», sentencia Juan Represa, profesor del Instituto de Biología y Genética Molecular que el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) tiene en Valladolid.

«Las emisiones medidas en la zona del colegio García Quintana se sitúan 10.000 veces por debajo de los niveles establecidos como potencialmente peligrosos», afirma este investigador que participó como experto en un comité multidisciplinar que el pasado año elaboró —por encargo de los ministerios de Ciencia y Tecnología y de Sanidad— el documento Campos electromagnéticos y salud pública.

A la luz de los actuales conocimientos, los científicos aseguran que la inquietud social respecto a esta fuente de energía, en los niveles de exposición cotidianos, carece de fundamento y se basa en informaciones no contrastadas.

Argumentos

Pese a esta electrofobia, no ha habido más tumores de mama, de cerebro o sanguíneos en el mundo desde que el consumo eléctrico se generalizó, ni desde que los móviles se extendieran como una epidemia. Este es uno de los principales argumentos que esgrimen para exculpar a las antenas acusadas.

«Estamos rodeados de ellas y expuestos a otros múltiples campos electromagnéticos. Cabría esperar que estas dolencias se hubieran incrementado. Pero no ha sido así», afirma Carlos Alberto González, epidemiólogo del Instituto Catalán de Oncología.

Si la hipótesis del efecto nocivo de las ondas radioeléctricas fuera cierta, y se extrapolara la incidencia de leucemia del centro vallisoletano al resto de la población infantil española que reside en el radio de acción de las 40.000 antenas de telefonía (fija y móvil) que salpican el país, el número de cánceres sanguíneos detectados cada año debería de oscilar entre ¡600.000 y 850.000! Pero la epidemiología demuestra que el total anual de tumores (incluidas las leucemias) en los menores españoles no sobrepasa los 1.500. «Algo no cuadra», proclaman los expertos.

La cifra de estudios realizados al respecto es ingente. Sólo en los últimos tres años se han publicado más de 900 artículos sobre el tema en las revistas científicas internacionales. Esta faraónica tarea de investigación no ha podido confirmar las sospechas sobre los potenciales efectos perjudiciales para la salud de estas radiaciones: cáncer, malformaciones, trastornos del sistema nervioso e inmunológico o alteraciones cardiacas.

Los estudios sobre la radiación que emite en concreto la telefonía móvil son muy recientes. Algunas aún están en curso. Sin embargo, los trabajos en otras frecuencias inferiores, como son antenas de televisión, de radar y las emisiones electromagnéticas de las instalaciones eléctricas, es muy amplia.

La información abarca tanto el seguimiento de poblaciones expuestas durante largos periodos a las radiaciones, como experimentos realizados en el laboratorio, bajo rigurosas condiciones, con el objeto de provocar intencionadamente un efecto nocivo para demostrar o confirmar su existencia.

«Me gustaría disponer de la misma cantidad de datos sobre otros posibles contaminantes que se usan sin suscitar ningún temor, como el cloro que se añade al agua corriente o los pesticidas agrícolas», manifiesta Alejandro Úbeda, investigador biofísico del Hospital Ramón y Cajal de Madrid y uno de los coordinadores del comité de expertos ministerial sobre campos electromagnéticos y salud.

Las recomendaciones incluidas en este informe se plasmaron en el Real Decreto que estableció los límites de seguridad y las medidas de protección sanitaria frente a las emisiones radioeléctricas en España. Tras revisar la abundante literatura científica, los especialistas (procedentes del sector público y de distintas áreas como la medicina, la epidemiología, la biofísica, la ingeniería, la valoración de riesgos, etc.) coincidieron en que «no se puede afirmar que la exposición a estas radiaciones [siempre dentro de los límites vigentes] produzca efectos adversos para la salud humana».

Este dictamen no difiere mucho al de otros comités de revisión convocados en los últimos años a instancias de los gobiernos de países del entorno europeo (Francia y Reino Unido), del Consejo de Ministros de Sanidad de la UE y de instituciones como la Comisión Internacional de Protección contra las Radiaciones No Ionizantes (ICNIRP, sus siglas en inglés).

Límites

Pero esto no significa que estas radiaciones electromagnéticas sean inocuas. Los estudios experimentales si han podido demostrar que, a intensidades muy superiores a las que se pueden encontrar en el ambiente, las radiofrecuencias tienen efectos térmicos (de calentamiento) que pueden provocar trastornos del comportamiento, aumento de la temperatura corporal, alteraciones en el desarrollo embrionario, abortos, así como cataratas y quemaduras.

Han sido estos resultados los que, precisamente, han permitido fijar los límites de seguridad para la exposición del público a estas emisiones que se emplean en muchos lugares del mundo. También en España. Las restricciones se sitúan 50 veces por debajo del nivel considerado como potencialmente nocivo. Aún en las circunstancias más adversas, sería prácticamente imposible rebasarlos.

La controversia se concentra en los posibles efectos no térmicos de los campos electromagnéticos de las radiofrecuencias. Los resultados de algunos experimentos llevados a cabo en condiciones extremas y particulares, muy distantes a las reales, sugieren que ciertos efectos biológicos inducidos por estas emisiones podrían no ser debidos al calentamiento. Entre ellos, se incluye algunos tipos de cáncer y ciertas mutaciones y alteraciones del desarrollo embrionario.

No se han conseguido demostrar estos resultados cuando se ha intentado reproducirlos en otros ensayos similares, trasladarlos a la situación real o cuando se han llevado a cabo en especies más cercanas a la humana.

Otros estudios recientes han utilizado intensidades incluso por debajo de los límites de seguridad, pero aplicadas a ratones modificados genéticamente para ser más susceptibles a padecer un tumor. Tampoco se ha logrado reproducir este supuesto efecto pernicioso en sucesivos experimentos realizados con roedores no propensos al cáncer.

Alarma social

Las conclusiones de estos trabajos y otros son inconsistentes, a veces poco representativas, en ocasiones utilizan una metodología deficiente y, en la mayor parte de los casos, han sido desmontadas mediante una investigación posterior más rigurosa. Pero han bastado para que una parte de la opinión pública les otorgara el valor de la certeza y para que ciertos grupos se apoyaran en ellas para enarbolar la bandera del temor.

«La alarma social se ha alimentado con interpretaciones erróneas de estos resultados, lo que ha generado una percepción distorsionada del riesgo», subraya Represa.

Y también por el lenguaje utilizado por los propios investigadores. ¿Altamente improbable significa imposible? En la práctica, sí. Pero un científico jamás dirá que la certeza es absoluta. De ahí que la investigación en este área, como sucede en otras tantas, siga su curso. «Este tipo de consideraciones suscitan dudas e incertidumbres», reconoce Represa, quien cree que por este motivo «deberían reservarse para los congresos y foros especializados, no para los debates públicos».

Los expertos solicitan un mayor esfuerzo de la Administración en la difusión de la información acerca de los efectos biológicos de las nuevas tecnologías. Y también que no se ceje en la investigación de sucesos como el de Valladolid. Un trabajo que llevará tiempo. No creen que los escolares enfermaran debido a una emisión radioeléctrica. Pero, ¿se puede decir lo mismo respecto a otras posibles causas?



 
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