Un suplemento de EL MUNDO  Un servicio de 
 DIRECTORIO   5 de abril de 2003, número 521
Portada
Números Anteriores
 OTROS SUPLEMENTOS
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economia
Motor
Viajes
Salud
Ariadna
La Luna
Aula
Campus
 OTROS MUNDOS
elmundo.es
elmundodinero
elmundolibro
elmundoviajes
elmundodeporte
elmundosalud
elmundovino
medscape
elmundomotor
Emisión Digital
Metrópoli
Expansión&Empleo
Navegante
mundofree
elmundo personal
juegos: level51
elmundomóvil
 
POLÉMICA
Los científicos también «hacen trampa» para publicar sus investigaciones
ISABEL ESPIÑO
Ilustración: Ajubel

El ojo del árbitro (al igual que el de cualquier humano) no puede realizar con la rapidez requerida los movimientos necesarios para detectar el fuera de juego. De ahí que se cometan tantos errores al pitar esta infracción. A esta curiosa conclusión —de la que se hicieron eco numerosos medios de comunicación— llegó hace unos años una investigación difundida en enero de 1998 en una carta publicada en 'The Lancet' y firmada por cinco facultativos de un hospital madrileño y un árbitro. Sin embargo un año antes, otro trabajo recogido en la revista Fútbol (perteneciente a la federación nacional de este deporte) ya había revelado un hallazgo similar. Demasiado parecido, según el autor de este último artículo, el médico de familia Francisco Belda.

«Algunos compañeros llegaron a telefonear para felicitarme por haber publicado en 'The Lancet'», dice este facultativo, quien recuerda que cuando leyó la misiva «lo primero que hice fue ver si se me citaba en la bibliografía». Unos meses después Belda interpuso una demanda por plagio.

Los firmantes de 'The Lancet' (uno de los cuales ha aclarado a este suplemento que por ahora no van a hacer ninguna declaración) señalan que su investigación había comenzado antes de que se publicase en Fútbol el otro artículo. «Es posible que todos los litigantes estuvieran realizando estos trabajos simultáneamente, [pero] no puede obviarse sin más (...) que el trabajo del demandante [Belda] fue publicado y registrado con mucha antelación al de los demandados», reza la sentencia que dictaminaba recientemente la Audiencia Provincial de Madrid. Este fallo judicial confirmaba otro pronunciamiento previo que había sido recurrido por los demandados: la carta de 'The Lancet' «es un plagio, o al menos se encuentra inspirada, en el estudio de don Francisco Belda».

El suceso español no es el único caso reciente. Hace sólo dos meses, la revista 'Science' recogía en sus páginas el desenlace de otro suceso similar, en este caso en la India. El año pasado, el físico Balwant Singh Rajput —por aquel entonces, vicerrector de la Universidad de Kumaon— y un colaborador publicaron en Europhysics Letters un trabajo acerca de los agujeros negros.

El artículo se parecía extraordinariamente al que una investigadora estadounidense publicara seis años atrás. Es más, «una mínima comparación de los dos trabajos, no desde el punto de vista de un lector muy técnico o meticuloso, sino desde el ángulo de uno medio, revelaría una semejanza completa no sólo en las ecuaciones matemáticas y los símbolos, sino también en el lenguaje, tono, contenido y modo de expresar las ideas», determinó un comité asesor constituido para aclarar este caso. Sólo unos días después, Rajput dejó su cargo.

¿Qué está pasando en la comunidad científica? «Aunque las triquiñuelas para plagiar o inventarse los resultados de un estudio han estado presentes desde siempre en la investigación, hoy en día son más comunes de lo que solían», opina Peter Lawrence, del Laboratorio de Biología Molecular de Reino Unido.

Obviamente, estas trampas no son lo más habitual, aunque sí son consecuencia de otra tendencia que se está generalizando: «Los científicos están cada vez más desesperados por publicar en unas cuantas revistas punteras y están gastando tiempo y energías en modificar sus manuscritos y cortejar a los editores», señalaba este experto en un artículo recogido en 'Nature' hace dos semanas.

Lawrence se lamentaba de que, actualmente, más que valorar el trabajo científico, se tiene en cuenta dónde ha sido publicado, ya que «las evaluaciones del investigador [para conseguir subvenciones] dependen de la cantidad de artículos, de su posición en listas de autores y del impacto de la revista». De hecho, actualmente llegan a Nature alrededor de 9.000 investigaciones anuales (de las que tiene que rechazar en torno al 95%), cuando hace sólo una década la publicación recibía la mitad. Otra prestigiosa revista, 'The New England Journal of Medicine', se encontraba hace un mes con las artimañas de otro científico. Ocho investigadores (en teoría, autores de un artículo que recogió la publicación en octubre) le enviaron una carta para solicitar que se retractase de dicho trabajo, pues «algunos denunciaban que nunca habían revisado los datos originales [del estudio] y la mayoría decía que no había visto ni aprobado las tres versiones del manuscrito», aclaraba un editorial del 'New England'.

Al parecer, uno de los autores había mentido a la revista y había falsificado varias firmas de sus colegas. «Este desafortunado incidente sirve de recordatorio a la comunidad médica de que el derecho de autor es también un deber de responsabilidad personal y profesional. (...) Por eso, lo que se publica debe ser completamente verídico», agrega el editorial. Lawrence también hace una llamada de atención a la comunidad científica desde 'Nature'.

Aunque los casos mencionados sean ejemplos extremos, la mera histeria por publicar —que sí parece estar muy extendida— puede hacer que «la presentación objetiva del trabajo, la accesibilidad de los artículos y la propia calidad de la investigación queden comprometidas».



 
  © Mundinteractivos, S.A. - Política de privacidad
 
  C/ Pradillo, 42. 28002 Madrid. ESPAÑA
Tfno.: (34) 915864800 Fax: (34) 915864848
E-mail: salud@elmundo.es