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 DIRECTORIO   14 de junio de 2003, número 530
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NEUROÉTICA
Las técnicas de imagen dan acceso a los contenidos íntimos del cerebro
ANGELA BOTO
Ilustración: Toño Benavides

Suponga que un buen día su jefe le comunica que, a la vista de los resultados de su examen médico, la empresa ha decidido dar por terminado su contrato. Su superior le explica que los escáneres cerebrales muestran que usted tiene tendencias agresivas y predisposición al alcoholismo. Imagine también una sociedad en la que los delincuentes salen de las cárceles con un microchip implantado en su cerebro que modifica su conducta convirtiéndolos en inofensivos ciudadanos.

Quizá piense que se trata de un extracto del guión de la segunda entrega de la película Minority Report. Sin embargo, este escenario ficticio podría estar más cerca de la realidad de lo que imagina. Los cada vez más sofisticados métodos de imagen cerebral permiten escudriñar cada rincón de las redes neuronales para descubrir lo que está ocurriendo en la mente de un individuo y los mismos dispositivos que sirven para que una persona sorda recupere el oído pueden emplearse para modificar su comportamiento.

Como ya ocurrió con las pruebas genéticas, la pregunta que surge inmediatamente es ¿dónde está el límite? En este caso se añade, además, la circunstancia de que la mente es el templo de la realidad profunda del individuo y encierra contenidos desconocidos incluso para él, lo que el psicoanálisis denominó el inconsciente .
En un artículo publicado en la revista 'IEEE Spectrum', un grupo de expertos en bioingeniería y bioética de la Universidad de Pensilvania, en EEUU, describe el panorama actual y el futuro de las tecnologías cerebrales tratando de dar respuesta a estas preguntas.

FUTURO. Estos investigadores subrayan que los avances médicos y tecnológicos para estudiar la mente y descifrar sus secretos pueden aliviar algunos males del ser humano, pero llevan consigo otros usos potenciales que quizá transformen «el mundo en un lugar donde no deseamos vivir». Muchos de los métodos de imagen cerebral ya se emplean en la clínica para el diagnóstico de patologías como el Alzheimer o el Parkinson. En este caso existe el gran dilema de qué hacer a continuación, teniendo en cuenta que no existe ningún tratamiento eficaz para ellas.

Sin embargo, los estudios de actividad cerebral tienen aplicaciones más profundas y controvertidas. Los autores del mencionado artículo vaticinan un futuro no muy lejano en el que será posible acceder a los aspectos más íntimos de la personalidad. «Un día los investigadores dispondrán de patrones de actividad cerebral que permitirán predecir tendencias al alcoholismo, a la agresión, al racismo o a la pedofilia».

Técnicas como la resonancia magnética funcional o la tomografía por emisión de positrones (PET) proporcionan imágenes de las reacciones de nuestro cerebro ante cualquier circunstancia exterior. Estudiando a muchos individuos en diferentes situaciones podrían llegar a generarse mapas completos de las asociaciones entre una respuesta cerebral determinada y una conducta. De modo que sus fotografías cerebrales se compararían con catálogos de comportamientos anormales en busca del lado oculto de su personalidad. «Será posible conocer tendencias a ciertos comportamientos, pero serán probabilidades y no certezas», asegura José Ramón Ara, jefe de la sección de Neurología del Hospital Miguel Servet de Zaragoza.

Uno de los ámbitos donde ya se han empleado técnicas de este tipo es en la investigación policial. En EEUU una compañía ofrece un sistema basado en estas técnicas que permite rastrear la información almacenada en el cerebro de presuntos delincuentes en busca de pruebas del crimen y que ha sido empleado en dos juicios en ese país. Sin embargo, este método aún no ha sido validado y ha dejado de emplearse por el momento.

EMOCIONES. Aunque le cueste creerlo, sus sentimientos hacia los otros e incluso sus percepciones sobre ellos también salen en la foto cerebral. Un equipo de la Universidad de Toronto publicó un estudio que indicaba que las imágenes de resonancia magnética y de PET permitían conocer las emociones de un individuo frente a otras personas.

Ara opina que «estos sistemas se introducen en la intimidad individual y en principio, no parece recomendable tener acceso a ella». Puesto que son datos extraordinariamente sensibles debería «existir un control público y toda la sociedad tendría que pronunciarse sobre su aplicación». Además del peligro de que una información tan personal pueda caer en malas manos, esta aproximación a la conducta puede llevar a posturas reduccionistas: lo que soy está en mi cerebro y no puedo cambiar. Con el ADN ocurrió algo similar, pero cada día es más evidente que el destino no está en los genes. ¿Estará en el cerebro o finalmente tendremos que asumir que somos responsables del camino que recorremos?



Cambiar de personalidad con implantes

Modificar el comportamiento manipulando el cerebro no es una práctica reciente. En los años 30 se extirpaba una parte de este órgano para reducir la agresividad. La tecnología actual se ha sofisticado considerablemente y se dispone de microcircuitos capaces de interactuar con las redes neuronales. Miles de pacientes portan dispositivos que les permiten recuperar la vista o la audición. Esta misma tecnología que sirve para curar puede emplearse para controlar el comportamiento. De hecho, los pacientes de Parkinson con implantes cerebrales para reducir los síntomas «experimentan alteraciones neuropsicológicas y de la memoria. Algunas positivas y otras negativas», explica José Ramón Ara, también experto en bioética.

Los métodos disponibles hacen posible implantar un dispositivo en el cerebro de un individuo y controlar su conducta, pero ¿a quién? y ¿bajo qué circunstancias es lícito manipular el comportamiento? ¿Se debería aplicar a delincuentes? ¿A individuos con tendencias violentas? La respuesta no es ni mucho menos sencilla. Ara explica que en este caso existe «una competencia entre el bien general y el particular. Se debería plantear para evitar un daño grave que no se puede impedir por otros medios». Y ¿quién decide cuándo aplicar esta medida? «Debe ser sometido a estudio con control público y no dejarlo en manos de un grupo de médicos», dice Ara. Añade, además, que es un tema que implica a todos: es una decisión social.

 
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