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 DIRECTORIO   21 de junio de 2003, número 531
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SALUD MENTAL
Cada vez estamos más deprimidos
ISABEL ESPIÑO
Ilustración: Ajubel

Los textos hipocráticos, allá por el siglo IV antes de Cristo, ya hablaban de ella. Entonces, no se conocía como depresión clínica, sino como melancolía. Pero el enfermo ya se definía por su «aversión a la comida, abatimiento, insomnio, irritabilidad, inquietud...». La causa, decían los escritos, era un exceso de bilis negra (uno de los cuatro humores). Hoy sabemos que, en realidad, tras esta enfermedad mental hay un desequilibrio en varios mecanismos neuronales y ciertas partes del cerebro afectadas. Además, contamos con modernos fármacos para tratarla, pero, pese a todos estos avances, lo cierto es que este trastorno está cada vez más instalado en la sociedad moderna.

Sólo en 2001, la sanidad pública española se gastó en antidepresivos 465 millones de euros (más de 77.000 millones de pesetas) y, según la primera oleada de la Encuesta Nacional de Salud de ese mismo año, un 21% de la población sufre este problema.
Los expertos creen que esta cifra «es un poco alta, la población que padecerá un trastorno depresivo es algo menor, un 13%, pero el dato anterior sí es indicador del elevado número de individuos que tienen síntomas de psicopatología», explica Jordi Alonso, coordinador de la Unidad de Investigación en Servicios Sanitarios del IMIM (Instituto Municipal de Investigación Médica) en Barcelona.

Pese a este panorama creciente, los especialistas señalan que la situación actual de la depresión en nuestro país es mejor que hace unos años: se diagnostica más y se trata mejor, aunque reconocen que aún existen numerosos retos a los que hacer frente.

Más deprimidos y más medicados. Este parece ser, a primera vista, el panorama de este trastorno en España: la Encuesta Nacional de Salud 2001 revela que la patología ha aumentado. También está creciendo el consumo de antidepresivos: la sanidad pública recetó casi 16 millones y medio de envases en 2000, más de 18 durante 2001 y, a juzgar por los primeros datos de 2002, el año pasado la venta de estos fármacos siguió aumentando.

¿Estamos más deprimidos que antaño?
En parte sí. Cierto incremento se debe a la sociedad que nos ha tocado vivir: «Estas enfermedades psíquicas aumentan según el nivel de civilización, afectan más a poblaciones mayores. Además, en ellas influyen factores como el consumo de alcohol y componentes de nuestra forma de vida, como la educación o la competitividad», explica Jerónimo Saiz, jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal de Madrid.

Asimismo, han cambiado los criterios para diagnosticar el trastorno. «Antes sólo tratábamos casos muy intensos. Ahora también se atienden depresiones menores», dice Valentín Conde, catedrático de Psiquiatría y jefe de ese departamento en el Hospital Universitario de Valladolid.

Pero también existe una lectura positiva de ese aumento. Hay más depresiones y se toman más fármacos porque «se diagnostica más y mejor y disponemos de más recursos farmacológicos», apostilla este especialista. Además, hay un mayor conocimiento popular del problema y se busca más ayuda. «Hace 20 años, no se sabía qué era la depresión», explica Enrique Álvarez, director del departamento de Psiquiatría del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona.

CONOCIMIENTOS. En un reciente trabajo acerca de cómo se percibe este trastorno en España, este especialista constató que «había una conciencia bastante extendida de la depresión como enfermedad». «La gente ya no piensa que es algo que le ha tocado. Sabe que existen tratamientos que ayudan a mejorar el estado de ánimo», coincide Josep María Haro, director de la Unidad de Investigación y Desarrollo del Servicio de Salud Mental Sant Joan de Déu (Barcelona).

En este sentido, los nuevos antidepresivos, con menos efectos secundarios que los clásicos, parecen haber jugado un papel importante, pues «posibilitan que el médico no especialista pueda tratar al paciente», agrega Álvarez.

Así, el número personas asistidas está aumentando, según revelaba esta semana un trabajo del 'Journal of the American Medical Association' (JAMA). Los autores han constatado que, actualmente, un 57% de los estadounidenses que padecen depresión mayor reciben algún tratamiento, cuando hace una década sólo un tercio de los deprimidos lo seguía. Pero no todas las terapias eran adecuadas: en realidad, sólo el 22% recibía una terapia correcta.

A este lado del charco, el ESEMED (un gran estudio que aún no ha terminado sobre los trastornos psiquiátricos en seis países europeos, entre ellos España) avanza que sucede algo similar: actualmente, un 25% de los afectados está recibiendo algún antidepresivo, cuando, según un trabajo de 1995, entonces sólo el 8% seguía estos tratamientos. Pero también aquí la lucha contra la depresión tiene áreas donde mejorar. Según explica Alonso, coordinador científico del ESEMED, «sólo un tercio de los deprimidos había acudido en el año previo a un médico por su salud mental». Aún existen algunas asignaturas pendientes en la lucha contra el trastorno:

Infradiagnóstico. «La depresión sigue siendo un iceberg del que los psiquiatras vemos una mínima parte y los médicos de atención primaria otra pequeña porción», señala Conde. De hecho, se calcula que en torno a la mitad de los casos de este trastorno permanece sin diagnosticar.

Parte de culpa la tiene el propio afectado: «Muchos no llegan a ser diagnosticados porque no acuden al médico», aclara Saiz. «Los pacientes con depresión se sienten desesperanzados, indefensos e inútiles. Estos síntomas pueden impedir la búsqueda de tratamiento, porque un gran número creen que no son dignos de sentirse mejor. Pueden pensar que el estigma de pedir tratamiento es mayor que el de vivir con el trastorno», señala un artículo, también de 'JAMA', firmado por dos expertos del Instituto Nacional de Salud Mental de EEUU (NIMH, sus siglas en inglés).

De hecho, aunque parece que la patología ya no presenta las connotaciones de antaño, para Saiz aún persiste cierta «estigmatización de la consulta psiquiátrica», es decir, que el paciente remitido a estos especialistas rehúsa acudir a ellos.

En otros casos, al deprimido no se le detecta su problema porque su trastorno mental sólo ha dado la cara mediante manifestaciones somáticas (dolor de cabeza, mareos, etcétera), de modo que «se tratan esos síntomas, pero el núcleo de la depresión no», agrega Conde.

Detección por el médico de familia. Los especialistas consideran que una de las batallas contra esta enfermedad mental ha de librarse en los centros de salud. «El primer filtro del tratamiento de la depresión está en la atención primaria», explica Haro. En ese sentido, ya se están produciendo algunos cambios.

«Cada vez estamos más sensibilizados. Hace una década se derivaba siempre al especialista, pero ahora el médico de familia ve los trastornos depresivos como una patología más donde intervenir», explica Asensio López Santiago, vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC).

Sin embargo, al galeno aún se le escapan muchos casos. Según un trabajo publicado en 2001 en la revista Atención Primaria, un 44% de las personas con depresión que acuden al centro de salud no es diagnosticada. De todos modos, Haro, uno de los firmantes de este trabajo y coordinador español del ESEMED, explica que los pacientes no detectados «suelen ser los menos graves». «Está mejorando el reconocimiento», agrega.

Para López Santiago, las mayores dificultades son la falta de tiempo y la mencionada confusión que ocasionan los factores psicosomáticos. Por eso, la semFYC ha empezado a recomendar «que se explore el estado emocional del paciente en cada consulta, del mismo modo que se le pregunta si es fumador o se le toma la tensión», añade este experto.

Grupos vulnerables. El mencionado trabajo de Atención Primaria también aconsejaba al galeno que prestase especial atención a ciertos grupos más sensibles a este trastorno: mujeres, viudos, jubilados, los que han experimentado acontecimientos vitales estresantes y los que acuden con frecuencia a la consulta. Conde coincide en que atender a estos colectivos (también, la población infantil) es otro aspecto al que hay que dedicar esfuerzos para así prevenir y diagnosticar el trastorno. Además, Alonso recuerda que en personas con enfermedades como cardiopatías o cáncer habría que vigilar ese riesgo.

Suicidio. La enfermedad «no sólo está extendida, sino que puede ser fatal: un 90% de los suicidios están relacionados con trastornos mentales, sobre todo depresión», explican los expertos del NIMH en su artículo.
Más del 10% de los que sufren el trastorno se quita la vida, de modo que «todo el que haga un intento de suicidio debería ser correctamente evaluado y tratado», dice Haro.

Mejores terapias. A pesar de que los nuevos antidepresivos han facilitado la lucha contra la depresión, todavía existe un número elevado de pacientes (entre un 20% y 40%) en los que fracasa el tratamiento. Las causas son el incumplimiento terapéutico por parte del enfermo, o que éste «no recibe la terapia que precisa: no se dan suficientes dosis y no se mantienen durante el tiempo que sería necesario», explica Saiz. Para Haro, las principales asignaturas pendientes se encuentran en esta línea: «Hay que conseguir que toda la gente que sufre depresión reciba tratamiento y que los fármacos funcionen más rápido».

Pero no todo han de ser pastillas: «Existe cierto desequilibrio de las medidas farmacológicas, en detrimento de las psicoterapéuticas y ambientales, que exigen más tiempo y son más costosas», aclara Conde, para quien «no podemos hacer una sociedad que sólo tome medicamentos. Se necesitan también cambios en el entorno, en la manera de afrontar el entorno», es decir, la estresante vida moderna.

 Gráfico pdf: Por qué estamos tristes


 
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