PATRICIA MATEY
Una comunidad española: la Valenciana; una enfermedad infecciosa:
la hepatitis C; una lista con 226 casos confirmados de pacientes contagiados
y un presunto culpable de haber transmitido el virus: Juan Maeso, anestesista
de los hospitales La Fe y Casa de la Salud. Estos son los protagonistas
de una historia real de suspense, sin final esclarecedor, que ha desatado
inquietud entre los españoles y aunténtico asombro entre
la profesión sanitaria. Los ciudadanos se preguntan si los hospitales
son seguros, y los médicos tratan de entender cómo ha podido
producirse un contagio tan elevado de hepatitis C entre los pacientes intervenidos
en ambos hospitales, sin que se dispararan las alarmas de seguridad de
los centros.
"Creo que todo es muy complejo", afirma Vicente Carreño,
uno de los expertos en hepatitis C y jefe del Servicio de Hepatología
de la Fundación Jiménez Díaz
de Madrid. "No hay nada claro. Me parece insólito que,
de forma involuntaria, un anestesista contagie a sus pacientes, porque
las medidas preventivas establecidas para evitar este tipo de contagios
suelen seguirse a rajatabla y todo el personal sanitario las conoce. Como
también me parece increíble que este profesional haya contagiado
a sus pacientes de forma voluntaria", insiste este especialista. El
tiempo esclarecerá los hechos. Mientras tanto, los datos de un último
estudio van a despejar las dudas de una ciudadanía intranquila:
la prevalencia de infecciones hospitalarias se ha reducido significativamente
desde 1990 a 1996. Y los expertos afirman: nuestros hospitales son igual
de seguros que los del resto de Europa o EEUU.
La secuenciación del virus de la hepatitis C de los pacientes
valencianos infectados pondrá el punto final a esta trama de intriga
que ha despertado todo tipo de recelos entre los españoles. "No
hay base científica para establecer nada. Sólo si el virus
de la hepatitis C de los valencianos afectados coincide en un 98% con el
del anestesista, entonces podremos saber que el médico es culpable",
insiste el doctor Carreño. Ahora, el enemigo público parece
ser el virus de la hepatitis C, pero la verdad científica enseña
que, de todas las enfermedades infecciosas que pueden contraerse en un
hospital, ésta es, precisamente, la menos frecuente. "Tiene
que suceder una catástrofe, un accidente, para que se produzca un
contagio por hepatitis C", destaca.
Sin embargo, y sin la ayuda de ningún tipo de accidente, una
legión de microorganismos habita los centros hospitalarios españoles,
al igual que los de todos los países desarrollados. Son los agentes
infecciosos responsables de las llamadas enfermedades nosocomiales u hospitalarias,
aquéllas que afectan a los enfermos ingresados por un proceso distinto
a esa infección y que, en el momento de traspasar las puertas del
hospital, ni siquiera estaban en proceso de incubación.
Los últimos datos sobre enfermedades nosocomiales indican que,
en 1996, un 8,4% de todos los pacientes españoles que ingresan en
un hospital adquiere una de estas infecciones. "Nuestro país
es el único que anualmente y, desde 1990", insiste Vicente
Pastor, jefe del Servicio de Medicina Preventiva del Hospital La Princesa,
de Madrid, "realiza estudios de prevalencia de infecciones nosocomiales
en todo el territorio español. A partir de ahora, además,
y en el próximo estudio que empieza el día once de este mes
vamos a empezar a analizar, también, la incidencia". Se trata
del proyecto EPINE, elaborado por la Sociedad Española de Medicina
Preventiva e Higiene Hospitalarias, con la colaboración de SmithKline Beecham. "Gracias al EPINE, sabemos
que desde 1990 a 1996, la prevalencia global de infecciones nosocomiales
ha descendido del 9,9% al 8,4%", insiste este especialista. Eliminar
por completo la posibilidad de que los pacientes que entran en un hospital
contraigan una enfermedad nosocomial es un imposible al que ya se ha resignado
la profesión sanitaria. Argumentos: muchos de los microorganismos
que acaban provocando una infección nosocomial conviven de forma
pacífica con el hombre.
Por ejemplo, el enterococo, una bacteria inofensiva que reside en el
intestino de todas las personas, puede convertirse en mortífera
si penetra en el sistema sanguíneo. Otro caso: el stafilicoco, que
de forma natural está en la piel, sin causar ningún daño
a su huésped, puede viajar a través de una catéter
y causar una infección de vejiga.
De la paz a la guerra
Los factores principales que pueden alterar la coexistencia pacífica
de estos microorganismos y provocar una rebelión que acabe dañando
al anfitrión son: el propio estado del paciente (edad, gravedad
de la enfermedad que padece, si está malnutrido, etc); entrar en
un ambiente hospitalario y, por tanto, aumentar la probabilidad de estar
en contacto con microorganismos malignos que provienen del mismo enfermo,
del personal sanitario o de otros pacientes y, finalmente, el uso de técnicas
médicas invasivas: la llave, en definitiva, que utilizan estos agentes
infecciosos para entrar en el paciente y empezar una infección.
Sin embargo, y a pesar de que los hospitales son un campo abonado para
estos microorganismos, las autoridades sanitarias de todos los países
batallan para reducir las enfermedades nosocomiales mediante la aplicación
de ciertas normas preventivas conocidas mundialmente como precauciones
universales. El Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Atlanta es,
en este sentido, tajante: "Cada año, en EEUU, 80.000 pacientes
mueren por culpa de una enfermedad hospitalaria, un tercio de estas muertes
podría evitarse con programas de control de infecciones y seguimiento
de las normas preventivas". El fin último de estos programas:
salvar vidas y, en segundo término, ahorrar dinero. En EEUU se calcula
que el coste anual de las infecciones hospitalarias asciende a 4.500 millones
de dólares, debido a los cuidados adicionales que necesitan los
pacientes y al aumento de los días de ingreso.
Precauciones como el simple lavado de manos de todo el personal sanitario
antes y después de tocar a cada enfermo han demostrado insistentemente
su eficacia. "Existen unas medidas universales que son básicamente
tres y que se adoptan en todos los centros hospitalarios. Normas de higiene,
que incluye desde lavado de manos hasta cómo rasurar a un paciente
o la esterilización y el desechado de material o la utilización
de barreras protectoras (mascarilla, guantes, etc); la política
antibiótica, es decir dar el medicamento preciso a dosis exactas,
según el germen que esté atacando al paciente, y el aislamiento
del enfermo cuando se juzga necesario", insiste el doctor Pastor.
La lista de medidas preventivas para proteger al enfermo, y al propio
personal sanitario, de las infecciones nosocomiales, es innumerable. "Todos
los profesionales del sector conocen estas normas y las aplican con rigor
para su propia seguridad y la de los pacientes. Al igual que nadie recibe
una transfusión sanguínea sin que la sangre haya sido sometida
a controles rigurosos, los profesionales saben qué tienen que hacer
para reducir al máximo las probabilidades de que un paciente contraiga
una infección hospitalaria", insisten los expertos consultados
por este diario. Sin embargo, siempre existe y existirá un riesgo
de contraer una enfermedad nosocomial. Las más comunes son: infecciones
del tracto urinario, responsables del 26% al 27% de todas las infecciones;
las producidas por herida quirúrgica culpables del 17,5% de todas
las infecciones adquiridas en el hospital; y la neumonía nosocomial,
frecuente entre los que necesitan respirador, y que representan el 20,6%.
Y el tipo de paciente con más riesgo de sufrirlas es aquél
que tiene que pasar por quirófano o por una unidad de cuidados intensivos.
"Igual que los conductores saben que cada vez que se ponen en carretera
tienen el riesgo de sufrir un accidente, las enfermedades nosocomiales
no se pueden eliminar por completo", afirma Vicente Pastor. Así,
los expertos apuntan a que la reducción máxima de este tipo
de infecciones en nuestro país está, aproximadamente, entre
el 5% y el 6%. "Este es nuestro ideal, a lo que aspiramos".
A favor del personal sanitario para lograr este objetivo está
la aplicación rigurosa de las precauciones universales y el seguimiento
de las infecciones dentro de los centros.
"Podemos afirmar que los hospitales españoles son seguros
por dos razones. Primero, porque somos pioneros en la introducción
de servicios de medicina preventiva en los hospitales para hacer seguimiento
y control de las enfermedades nosocomiales y, segundo, porque creo que,
en general, los profesionales trabajan bien y siguen las normas preventivas",
asegura Vicente Pastor. En contra de mantener a raya las infecciones, y
para beneficio de los microorganismos, está el hecho de que los
avances tecnológicos están logrando mantener con vida a los
pacientes durante más tiempo, otorgando más oportunidades
a las bacterias para que pentren en el organismo de pacientes más
debilitados.
Además, décadas de abuso de antibióticos han provocado
que ciertos microorganismos se vuelvan resistentes a las terapias convencionales.
"Las resistencias a los antibióticos son el moderno Frankenstein
de la profesión médica", destaca Jo Hofmann, director
del programa de enfermedades infecciosas del Departamento de Salud de EEUU.
Para el doctor Pastor "la mala política antibiótica,
dar fármacos de amplio espectro (que pueden atacar a varios microorganismos)
en lugar de proporcionar el medicamento exacto para cada tipo de infección,
y la memoria bacteriana, son las causas de la aparición de las resistencias".
De hecho, y tras la introducción masiva de la penicilina en los
años 50, muchas bacterias como el neumococo (que causa neumonías
y meningitis) o el Staphylococus (origen de infecciones generalizadas)
-ambas responsables del 50% de las infecciones hospitalarias- han aprendido
a defenderse tanto de la sustancia descubierta por Alexander Fleming como
de otros antibióticos, antes eficaces.
En este sentido, y a los tres tipos de resistencias que traen de cabeza
a la comunidad científica: resistencia del Enterococo a la vancomicina;
del Staphylococcus aureus a la meticilina y del Streptococcus pneumoniae
a la penicilina, se añade ahora la desarrollada por la Salmonella
enterica. Un estudio, publicado en el número de hoy del New England Journal of Medicine, demuestra que
las resistencias de este patógeno a los antibióticos se "están
convirtiendo en un auténtico problema de salud en los humanos y
en los animales, especialmente en Gran Bretaña". Los autores
del estudio, del CDC, insisten en que el abuso de antimicrobianos en animales
de granja -una medida utilizada desde hace 30 años, tras demostrarse
que los antibióticos en los piensos hacían crecer rápidamente
a los animales- ha sido la razón de dichas resistencias.
Lavarse las manos
Ignaz P. Semmelweis es el nombre del primer médico que quiso
poner freno a las infecciones nosocomiales. El fue quien, hace ya casi
140 años años, insistió en que la causa de la expansión
de la fiebre
puerperal (un tipo de fiebre que afectaba a las parturientas debido
a infecciones contraídas durante el alumbramiento, y que era mortal)
que invadía su hospital de Viena se debía a la falta de higiene
de los médicos. Al parecer, éstos no se lavaban las manos
entre una práctica médica, como eran las autopsias y, otra,
los partos. Pero sus colegas le ridiculizaron. Fue, precisamente, en el
año de su muerte, 1865, cuando sus teorías fueron probadas
y desde entonces la profesión sanitaria ha adoptado como medida
higiénica y preventiva el lavado de manos. "Las manos son el
primer vehículo de transmisión de un paciente a otro",
afirma el doctor MaGuckin, epidemiólogo de la Universidad de Pensilvania.
Sin embargo, un estudio llevado a cabo el año pasado por la Asociación
Médica Americana, en el que se ocultaron cámaras de vídeo
en hospitales estadounidenses, demostró que los médicos se
lavaban las manos un 59% de las veces entre paciente y paciente; las enfermeras
en un 45% de las ocasiones y el resto del personal sanitario en el 73%
de las ocasiones. "Todos deben lavarse las manos antes y después
de tocar a cada paciente, antes y después de comer, de ir al baño
o de realizar cualquier tipo de técnica médica. Yo creo que
esta norma se cumple, a excepción de cuando se producen urgencias,
en las que lo primero es salvar al paciente", destaca el doctor Vicente
Pastor.
Carteles de cómo deben asearse las manos, el tiempo que hay que
dedicar al lavado y la forma correcta de hacerlo, cuelgan en ciertas áreas
de algunos hospitales españoles para que los familiares de los enfermos
se laven las manos antes y después de entrar en contacto con pacientes.