JOSE LUIS DE LA SERNA
Enviado especial a Londres
Tenía una tarea difícil. A Phillip Campbell, doctor en
Física de 48 años de edad, le tocó hace muy pocos
años sustituir al que durante mucho tiempo había sido uno
de los editores científicos con más prestigio y poder del
mundo, John Maddox, que entonces se retiraba de sus responsabilidades como
editor jefe de Nature.
Campbell, que casi nunca concede entrevistas a la Prensa, asumió
a su llegada el reto de mantener a Nature en el número uno entre
las revistas científicas multidisciplinarias más influyentes
del mundo, a la vez que intentaba diversificar la línea del negocio
y crear nuevas publicaciones satélite de la revista madre. Parece
que lo ha conseguido todo.
Pregunta.- ¿Sigue siendo Nature la revista científica
más importante del planeta, puesto que tiene el mayor factor de
impacto conocido?
Repuesta.- Hay una enorme competencia en el mundo de las publicaciones
científicas y, además, ahora con la llegada de Internet y
de los medios electrónicos es más difícil poder medir
el valor real de una publicación.
De hecho, la idea de una revista que llega impresa en papel y puntualmente
a casa cada semana es algo que se está cuestionando. Sin embargo,
Nature está manteniendo su calidad legendaria sin mayores problemas.
P.- ¿Cree que a corto o medio plazo, la Web puede ser
una amenaza para el papel impreso tradicional?
R.- No lo creo. De momento, Internet y papel van a coexistir
sin mayores dificultades. Sí creo, en cambio, que hay dos clases
de científicos: aquellos que trabajan en terrenos donde la competitividad
es muy fuerte y que necesitan una gran rapidez de acceso a las nuevas informaciones
y usan, por lo tanto, la red muy intensamente. Y, por otro lado, un grupo
de profesionales que trabaja de una forma algo más relajada y que
disfruta más con el papel en las manos, ojeando de una forma pausada
los contenidos de Nature.
P.- ¿Cree que algún día los medios electrónicos
sustituirán al papel a la hora de transmitir información
científica?
R.- Quizá dentro de 10 años exista una tecnología
portátil lo suficientemente buena como para que el futuro de lo
impreso en papel peligre, pero de momento y, a corto plazo, eso no parece
posible. Ahora, y en muchos sitios, la velocidad de Internet, por citar
algunas de las actuales desventajas de la red, es muy lenta.
P.- ¿Sigue Nature rechazando la mayoría de los
originales que recibe de la comunidad científica?
R.- Cada año llegan a nuestra redacción alrededor
de 10.000 trabajos originales y sólo se publica el 15% de lo que
recibimos. El 40% de lo que rechazamos lo hacemos directamente en la redacción
y, el otro 60%, siguiendo las indicaciones que nos hace nuestro extenso
equipo de revisores independientes.
P.- ¿Están comiendo la biociencia y la medicina
el terreno del resto de las ciencias, y está aumentando de una forma
importante el porcentaje de publicaciones de los biocientíficos?
R.- Es verdad que la biociencia se ha disparado y gana terreno
en el campo de las publicaciones, pero el resto de la ciencia tampoco se
está quedando atrás. Los físicos, por ejemplo, están
muy activos y publican trabajos excelentes, sobre todo en física
pura.
P.- Desde su incorporación como editor, Nature ha remodelado
su diseño y ha creado áreas que son más atractivas
de leer. ¿Cree que el lenguaje de la revista es, a veces, muy difícil
de entender incluso por los propios científicos?
R.- Bueno, eso es verdad. En primer lugar, me he preocupado de
que los resúmenes de cada trabajo sean perfectamente inteligibles
para cada uno de los especialistas del área de ese trabajo en concreto
y después hemos dividido la revista en dos zonas: una -el 40% del
total- elaborada por nuestro equipo editorial: muy de noticias, opiniones
y revisiones. Y la otra -el 60% restante- consistente en los trabajos originales
que nos remiten los científicos.
P.- ¿Qué se puede hacer para que la ciencia, que
en sus publicaciones de origen es casi siempre incomprensible para los
no iniciados, llegue al gran público y para que lo que se publica
en Nature tenga transcendencia social?
R.- Estoy de acuerdo en que el lenguaje científico de
nuestra revista es complicado, pero nosotros hacemos llegar a los medios
de comunicación notas de prensa con los contenidos más importantes
de Nature, con la suficiente antelación, como para que los periodistas
puedan elaborar la noticia con sosiego. Lo que ocurre es que, a veces,
se saca de contexto alguna de las frases del press release y se crean falsas
expectativas.
P.- ¿No cree que eso puede pasar porque al reportero le
falta, en ocasiones, una formación científica sólida?
R.- Es verdad que cada vez hay más periodistas que tienen
una muy buena formación científica y eso ayuda mucho a la
transmisión de las noticias, pero, también, es verdad que
hay buenos corresponsales sin base en ciencias que lo hacen muy bien. Yo
diría que lo elemental con este tipo de información es mantener
el sentido común.
P.- Pero la verdad es que muchas ocasiones los científicos
venden sus trabajos tan bien que se olvidan de remarcar que, de las ratas
al hombre, a veces la distancia es infinita y son ellos, y no los periodistas,
los que crean las falsas esperanzas. ¿Por qué siempre se
culpa al mensajero y no a la fuente de estas noticias, a veces un tanto
hipertrofiadas?
R.- Yo creo que el periodista tiene que preguntar al científico
una y otra vez sobre el alcance real de sus trabajos y su trascendencia
en la clínica humana. No obstante, a mí me parece bien que
se denuncie en la Prensa este riesgo para que todos sean más prudentes.
P.- Dolly ha sido el acontecimiento más relevante en ciencia
en las últimas décadas. ¿Imaginaban que la noticia
iba a ser portada innumerables veces en los medios de comunicación?
R.- La verdad es que no. Ni nosotros en la redacción lo
adivinamos, ni los revisores nos alertaron de lo que podría suponer
Dolly en los medios de comunicación. De hecho, un trabajo similar
-con células fetales, eso sí- ya se había publicado
un año antes y pasó casi inadvertido. Creo, por ejemplo,
que pocos hubieran apostado por lo que podría significar mediáticamente
la muerte de Lady Di y, no obstante, fue un fenómeno enorme. Lo
mismo pasó con Dolly.
P.- Desde su llegada, la empresa que edita Nature, Mc Millan,
está sacando al mercado satélites de la revista madre, me
refiero a Nature Medicine, Nature Genetics, Nature Biotechnology y ahora
Nature Neuroscience. ¿Tanto nicho de mercado hay como para lanzar
con éxito una hermana de Nature casi todos los años?
R.- Nos dimos cuenta de que estábamos rechazando un número
muy elevado de trabajos de excelente factura que podían ser aprovechados
en revistas más especializadas, por eso apoyamos la existencia de
publicaciones nuevas.
Sin embargo, estas revistas son totalmente independientes, con redacciones
en otros países y sin que ahora mismo sepamos incluso qué
es lo que hacen y qué es lo que piensan publicar.
De hecho, como tienen muy buena aceptación y un impacto elevado,
las hijas de Nature llegan a convertirse en nuestra propia competencia.
P.- Hace un par de semanas su revista publicó un suplemento
dedicado a la ciencia en España. ¿Cree que España
empieza a tener peso específico desde el punto de vista científico?
R.- Por supuesto. Existen indicios muy claros de que en España
hay buenos científicos, y productivos, y de que la relación
de Nature con todos los españoles, incluido el lenguaje, puede ser
algo muy interesante. Lo que no sabemos aún es si, desde el punto
de vista empresarial, sería conveniente tener una oficina de Nature
en Madrid, de la misma forma que existen delegaciones de la revista en
otras ciudades europeas importantes.