PATRICIA MATEY
El arma más eficaz y que mayor protección ofrece a la
Humanidad frente a uno de los enemigos más temidos, las enfermedades
infecciosas, es la vacuna. Gracias a ella, el ser humano ha conseguido
mantener a raya patologías que durante siglos han provocado millones
y millones de muertos.
Hoy, los científicos y las industrias farmacéuticas a
las que pertenecen están trabajando en una nueva forma de inmunización,
-las vacunas de ADN- que puede convertirse en el gran negocio de estas
compañías y en el escudo defensivo contra muchos de los enemigos
invisibles del hombre. Con el logro de nuevas formas de inmunización
se podrían prevenir 12 millones de muertes anuales en todo el mundo.
De hecho, y gracias a la revolución tecnológica que actualmente
asiste a los científicos, ya están en marcha ensayos en humanos
para probar la eficacia y la seguridad de vacunas de ADN contra el virus
influenza (el de la gripe), la malaria, el VIH, la hepatitis B, el virus
herpes simple, el cáncer de colon, y el linfoma de células
T cutáneas. Al mismo tiempo, otros estudios en animales están
tratando de demostrar la efectividad de esta forma de inmunización
contra el virus Ebola.
Las vacunas de ADN logran que sea el propio huésped el que desarrolle
el antígeno contra el germen inyectado, ofreciendo así una
protección eficazmente superior frente al patógeno que invade
el organismo.
La diferencia entre esta forma de inmunización y la tradicional
es que la primera es capaz de estimular una respuesta inmune en los lugares
donde las vacunas convencionales suelen fracasar. Así, las vacunas
de ADN activan una respuesta de todas las células del sistema inmune,
por lo que su efectividad es mayor. Por el contrario, las vacunas convencionales
sólo funcionan activando una respuesta humoral, es decir de los
anticuerpos, por lo que se consideran menos eficaces.
No obstante, y a pesar de que el futuro de las vacunas de ADN tiene
esperanzados a los científicos, existen algunas dudas, aún
sin resolver, sobre su seguridad. Se desconoce si estas vacunas pueden
llegar a provocar carcinogénesis o si la circulación de ADN
tras inyectarse en el huésped puede acabar afectando a las células
germinales, provocando problemas de tolerancia al patógeno en la
descendencia. La posibilidad de que las personas inmunizadas de esta forma
desarrollen enfermedades autoinmunes también está siendo
contemplada.
A pesar de estas incógnitas, la revolución de las vacunas
está en marcha. Los científicos trabajan en la manipulación
genética de ciertos alimentos, como la patata o el plátano,
para lograr formas de inmunización comestibles contra la Escherichia
coli, o con leche como vacuna contra la malaria.