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Número 203. Jueves, 23 de Mayo de 1996 |
El papel de los genes y su relación con la epidemiología molecular del cáncer, la verdad del diagnóstico precoz de los tumores de la mama y la próstata, el estado actual de la prevención farmacológica de algunos cánceres y la realidad de los nuevos tratamientos, han sido los puntos que más se han revisado en el Congreso.
"Contra el cáncer no existen, de momento, balas mágicas -insistió uno de los mejores oncólogos del mundo, el doctor de Vita-. Hay miles de científicos trabajando muy duro en esta patología y se están produciendo constantemente discretos, pero significativos avances frente a la enfermedad. La buena ciencia siempre avanza poco a poco".
El resumen de lo que este año ha sido ASCO bien podría ser este:
-No se deben realizar análisis genéticos a alguien que no haya sido informado completamente de qué es lo que se sabe hasta hoy sobre genes y predisposición al cáncer.
-No tiene ningún sentido buscar el gen del cáncer de mama hereditario en las mujeres que no tengan una historia familiar muy importante de cáncer diagnosticado a edades muy tempranas. No hay razón suficiente para llevar a cabo análisis genéticos si los resultados no pueden ser adecuadamente interpretados y si éstos no pueden influenciar en decisiones terapéuticas.
-No se deben realizar análisis genéticos en busca de genes que indiquen un riesgo de padecer cáncer, al menos que esté absolutamente garantizada la confidencialidad permanente de los resultados de dichas pruebas. En el caso contrario, los resultados podrían servir para que la persona fuera discriminada por su compañía de seguros o por su propia empresa.
Fuera de estos contextos, los oncólogos creen que el test del BRAC1 y el BRAC2 sólo deben llevarse a cabo dentro de ensayos clínicos con objetivos muy definidos.
"Las implicaciones éticas y legales de un determinado análisis genético pueden ser muy importantes -manifestó en una conferencia George Poste, director de investigación de SmithKline Beecham-. La relación entre genotipo y fenotipo, es decir entre la existencia de un determinado gen y que éste llegue a expresarse y codificar una proteína dada, a veces está mal definida, y esto puede llegar a confundir a los que no sean expertos en el tema y perjudicar a la persona a la que se le ha realizado el test genético".
Sin embargo, Poste es muy optimista cuando habla de genes y de cáncer. El científico cree que dentro de pocos años se conseguirán análisis de sangre, basados en técnicas genéticas, que permitirán mejorar el tratamiento tumoral. Los nuevos marcadores lograrán que los médicos sepan desde el primer momento cómo se va a comportar un cáncer dado y seleccionar, por tanto, la terapia más adecuada a cada caso.
Los médicos de familia, sobre todo, creen que hasta que no haya más datos el mejor chequeo es el consejo médico. Es mejor perder unos minutos en intentar convencer a los pacientes en que cambien sus estilos de vida, con lo que disminuirá su riesgo canceroso, que ponerse los guantes para palpar la próstata o mandar sangre al laboratorio en busca de antígeno prostático elevado.
Sin embargo, la ciencia nos tiene acostumbrados a pensar que lo que hoy es blanco mañana sea negro. Un trabajo presentado en la reunión de Filadelfia vuelve a colocar bajo palio científico a las mamografías en mujeres a partir de los 40 años. Según Stephen Feig, director de la Unidad de Imagen de la Mama de Massachusetts General Hospital de Boston, los estudios que descalificaban a las mamografías antes de los cincuenta años no están bien realizados, aunque los hayan hecho en el Instituto Nacional del Cáncer en EEUU. El radiólogo cree que con las modernas técnicas, las mamografías de rutina cada año en todas las mujeres que han cumplido los cuarenta reducirán la mortalidad del cáncer de la mama en un 35%, por lo menos.
Por otra parte, no se puede hablar ya de quimioprevención en el cáncer sin nombrar -y en voz alta- a la aspirina. El papel del ácido acetíl salicílico en la disminución del riesgo del cáncer de colon parece cada vez más definido. Todos los estudios epidemiológicos indican que el uso de aspirina durante muchos años, en dosis moderadas, puede disminuir el riesgo de padecer cáncer de colon. No existen, claro está, estudios controlados que lo prueben, y será difícil que los haya. Sin embargo, el trabajo que ha sido publicado en el último número de la revista Cancer, en el que se demuestra el papel antitumoral de la aspirina en el laboratorio, tiene a los científicos entusiasmados. Según muchos de ellos, recomendar aspirina a las personas que tienen serios antecedentes familiares de cáncer de colon o de recto tiene mucho sentido.
Trabajos del Anderson Cancer Institute de Houston, en Texas, han probado que la trombopoyetina, una hormona esencial en el desarrollo plaquetario, aumenta las plaquetas en un 158% en los enfermos sometidos a quimioterapia. Además, existe otro producto -el factor de crecimiento plaquetario- que ha dado también muy buenos resultados. Científicos de la Universidad de Emory, en Atlanta, han probado que el factor de crecimiento plaquetario reduce el tiempo que los enfermos cancerosos tratados con fármacos potentes permanecen con las plaquetas bajas.
Al taxol -el producto derivado del tejo, considerado como el avance más significativo en la terapia cancerosa de los últimos años- le va a salir pronto un competidor muy serio. Se trata del topotecam, un fármaco que inhibe un enzima esencial en la reproducción de las células (la topisomerasa I) y que en los estudios que se han presentado en el congreso ha demostrado que dará que hablar en el futuro.
Aunque los cánceres en los que se ha ensayado eran cánceres de ovario muy avanzados, y no se pueden sacar conclusiones muy claras todavía, los datos que se tienen hacen pensar que con el paso del tiempo es muy probable que el topotecam sea eficaz en cánceres de mama y de pulmón, patologías en las que el tratamiento con taxol ya está casi instaurado. El trasplante de médula después de quimioterapia a muy altas dosis ya es rutinario en medio mundo. De hecho, en EEUU, el cáncer de mama con metástasis es la razón que justifica el mayor número de trasplantes de médula incluso por encima de cualquier cáncer de origen hematológico.
Asimismo, un trabajo controlado realizado en la Universidad de Duke, en Detroit, ha conseguido demostrar cuál es el mejor momento dentro de la evolución de una enferma con cáncer de mama metastásico para llevar a cabo un trasplante de médula. Según el oncólogo Williams Peters, la supervivencia del trasplante de médula en el cáncer de mama metastásico es del 40% a los cinco años (una buena estadística si se tiene en cuenta el mal pronóstico de este cáncer) si se realiza después de haber tratado a la paciente con quimioterapia estándar y se espera a que se presente la primera recaída.
Una de los mayores pegas que la sociedad suele anteponer a los oncólogos es que todas sus estadísticas se basan en cantidad de vida y se olvidan a veces en calidad de vida del enfermo. En una discusión llevada a cabo en la reunión del ASCO se puso en evidencia que ya es hora de que la Oncología evalúe los resultados de todas sus terapias teniendo en cuenta no sólo el número de semanas o meses que han prolongado la vida del paciente. No pensar si ese tiempo ganado ha valido la pena a los pacientes es un contrasentido hoy en día.
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