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jueves, 6 de Febrero de 1997
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¿Tenemos un sexto sentido?
Los científicos investigan un órgano localizado en la nariz de los humanos que puede estar relacionado con la sexualidad

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ROBERT TAYLOR. New Scientist/El Mundo


No hay forma educada para decir esto: algunos científicos afirman que tenemos un órgano sexual en la nariz. Si el mero hecho de pensar en ello le trastorna, no hay que preocuparse mucho. A otros investigadores no les huelen muy bien tales afirmaciones. La diminuta estructura sobre la que los científicos no se ponen de acuerdo es el órgano vomeronasal, o el OVN. Este órgano consiste en un par de minúsculas fosas que están a ambos lados del septo nasal. Esta estructura es sin duda un órgano sensorial en otros mamíferos y cumple una función clave en la actividad sexual y en otros juegos que llevan a cabo los animales. El OVN de los ratones o los hámsters detecta pequeñísimas cantidades de feromonas, substancias químicas que los animales segregan para comunicar que están dispuestos a aparearse, que están ovulando e incluso para identificar a sus crías. Ahora casi todos los anatomistas están de acuerdo en que tenemos una estructura que guarda un curioso parecido con el OVN, tras haberlo negado durante décadas. Lo que se ha puesto en duda es si el OVN de los humanos cumple alguna función o si no es más que un vestigio inservible heredado de nuestros antepasados cuadrúpedos.

David Berliner, fundador de Pherin Corporation, laboratorio de Menlo Park, California, está al frente del grupo de científicos que piensan que el OVN humano es sin lugar a dudas un órgano sensorial sorprendentemente sensible, y que los compuestos que lo estimulan causan importantes cambios fisiológicos. Pero muchos otros investigadores que estudian la comunicación química entre los animales no están convencidos de las afirmaciones más extravagantes de los laboratorios Pherin, si bien se apresuran a decir que no descartan la posibilidad de que el OVN humano cumpla alguna función. Los defensores del OVN afirman que sus incrédulos colegas, al igual que los anatomistas de antaño, se niegan a aceptar la verdad. A fin de cuentas, si resultase cierto que los humanos tenemos un OVN funcional, el hallazgo tendría implicaciones asombrosas (y un tanto embarazosas). Se confirmaría que los fisiólogos han pasado por alto uno de los principales órganos sensoriales, pieza clave de nuestro equipamiento sexual, pese a los siglos que llevan hurgando, pinchando y haciendo la disección del cuerpo humano. Aún más ominoso, este presunto órgano del sexto sentido podría desvelarnos todo un nuevo frente subconsciente de la batalla de los sexos. De hecho, ya se están explotando comercialmente las consecuencias del descubrimiento en el campo de la sexualidad. En Estados Unidos y en Europa se ha puesto a la venta una gama de perfumes cuyo contenido de feromonas actúa en teoría sobre el OVN. Y se venden muy bien.

Cirujanos

Los expertos en cirugía plástica quizá también estén interesados en la controversia en torno al OVN. Después de todo, suelen extirpar este órgano al realizar la reconstrucción de la nariz, bien porque no saben nada de su existencia, o porque están seguros de que sus pacientes no van a echarlo de menos. Pero quizá la consecuencia de más ancha repercusión sea la posibilidad de emplear feromonas sintéticas, que actúan estimulando el OVN, para el tratamiento de enfermedades tan distintas como el cáncer de próstata y el síndrome premenstrual. Ante esta perspectiva, los inversores han aportado un total de 9 millones de dólares (alrededor de 1.240 millones de pesetas) a los laboratorios Pherin. Aunque hace siglos que se descubrieron en humanos y animales, las sustancias químicas que estimulan el OVN, las feromonas, se convirtieron en objeto de investigación hace apenas unas décadas. El término feromona fue acuñado en 1959 por un grupo de científicos que estudiaba la comunicación química entre insectos. Lo aplicaron a cualquier compuesto, esteroide, alcaloide, proteína o cualquier otra substancia que emiten los miembros de una misma especie para comunicarse entre ellos. Más tarde lo comprobaron en mamíferos. De todos modos, el hecho de que algunos mamíferos tengan un órgano sensorial en la nariz parecía no tener repercusión alguna para los humanos, ya que se creía que carecíamos de OVN. La situación comenzó a cambiar en 1986, cuando dos investigadores se propusieron comprobar de forma sistemática los constantes rumores sobre la existencia del OVN humano. Valiéndose de sólo un pañuelo de papel y de un espéculo, David Moran, entonces biólogo de la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia, y Bruce Jafek, otorrinolaringólogo de la Universidad de Colorado en Boulder, descubrieron fosas vomeronasales en prácticamente todas las personas que examinaron.

Y cuando los investigadores estudiaron con el microscopio electrónico el tejido de la zona posterior de fosas extirpadas en intervenciones quirúrgicas de reconstrucción de nariz descubrieron células parecidas a las células sensoriales de los OVN de las ratas. Las células de ambas especies tienen la forma de un puro abultado en el centro. No obstante, el OVN humano presentaba una diferencia importante. Ni Moran ni Jafek descubrieron axones que comunicaran las células del OVN humano con el cerebro. Y es en este momento cuando entra en escena Berliner, profesor de anatomía convertido en empresario, con una curiosa afición a los Rolls Royce rojos. Al estudiar ciertos aspectos químicos de la piel humana, Berliner había descubierto un misterioso extracto de piel que ponía de buen humor a los trabajadores de su laboratorio. A finales de los 80 contrató a otros científicos para que lo ayudaran a comprobar si los OVN tenían alguna relación con los cambios de humor que causaba su extracto. Uno de sus colaboradores, Luis Monti-Bloch, fisiólogo de la Universidad de Utah en Salt Lake City, diseñó un dispositivo, combinación de microatomizador y electrodo, para registrar los cambios de voltaje que se producían en la superficie de las células que recubren el OVN cuando les administraba un pequeño chorro de distintos compuestos del extracto de piel. También se emplearon unas pequeñas sondas para registrar los cambios de voltaje que se producían en la superficie del epitelio olfatorio en respuesta a las moléculas que estimulan los receptores del olfato. Dos esteroides del compuesto de Berliner provocaron una reacción eléctrica en las células del OVN, sin hacer lo mismo en el epitelio olfatorio, lo que daba a entender que los compuestos eran detectados por el órgano vomeronasal pero no por la mucosa olfativa.

Pero lo más sorprendente de todo fue que la sensibilidad del OVN a los dos esteroides del extracto dependía del sexo de la persona. El OVN de los voluntarios varones reaccionaba al esteroide de la piel de las mujeres. Y otro tanto ocurría en el caso de las mujeres. Según Monti-Bloch y Berliner, estos resultados sugerían que el OVN humano cumplía una función tan importante como la de cualquier otro órgano sensorial. Incluso cabía pensar en que desempeñaba un papel en la transmisión de ciertas señales sexuales subliminales. A raíz de estos descubrimientos Berliner decidió crear una nueva empresa, Erox, con sede en Nueva York, que en la actualidad comercializa dos perfumes, uno para hombres y otro de mujeres. El reclamo publicitario hace hincapié en su contenido de feromonas, de modo que el usuario piensa que el perfume atrae a las personas del otro sexo. En realidad Real Men contiene el esteroide de la piel de las mujeres, mientras que Real Woman contiene el de la piel de hombres. La empresa afirma que las feromonas crean la sensación de bienestar que se experimenta después de hacer el amor. El pasado mes de junio, sin embargo, no fue el perfume lo que levantó el ánimo del departamento comercial de Erox, sino la publicación por parte del equipo de investigación de Berliner de lo que se considera la prueba definitiva de que el OVN es un órgano activo. En el artículo publicado en el Journal of Steroid Biochemistry and Molecular Biology, se afirma que 10 voluntarios varones se relajaron repentinamente tras administrarles en las fosas del OVN pequeñísimas cantidades, menos de la millonésima parte de un miligramo, de un esteroide sintético llamado PDD. Advirtieron un descenso en el ritmo de respiración y los latidos del corazón de los voluntarios, así como la dilatación de los capilares de la piel de las manos, al tiempo que registraban un aumento de las ondas cerebrales alfa, claro indicio de relajación. Pero el descubrimiento más importante, afirma Monti-Bloch, vicepresidente del departamento de investigaciones experimentales de los laboratorios Pherin, es que el PDD rociado sobre el OVN alteró el ritmo diario de dos hormonas clave, la hormona luteinizante y la estimulante de folículos.

Nivel de testosterona

Al llegarle la orden del hipotálamo, la pituitaria segrega varias veces al día estas hormonas en el torrente sanguíneo. Las hormonas, por su parte, determinan el nivel de testosterona en el hombre. Tras rociar apenas 200 millonésimas de un gramo de PDD en el OVN de los hombres varias veces cada hora durante seis horas aumentó el intervalo entre cada secreción de dichas hormonas. En cambio el tratamiento no tuvo efecto alguno en las mujeres voluntarias. Según Monti- Bloch, otros resultados de las pruebas, aún no publicados, demuestran que el nivel de testosterona de los hombres también se redujo. «Por primera vez hemos conseguido manipular las conexiones nerviosas de la parte más primitiva del cerebro empleando derivados sintéticos de feromonas humanas que estimulan el OVN», asegura Berliner, aduciendo que las dosis de esteroides eran tan pequeñas que es imposible que hayan entrado en el flujo sanguíneo y sean responsables de los efectos registrados. Berliner está convencido de que es posible crear medicamentos que tengan un efecto directo sobre el OVN. Asegura, por ejemplo, que los compuestos que actúan sobre el OVN podrían algún día emplearse en lugar de los medicamentos que se usan ahora para reducir la testosterona en enfermos de cáncer de próstata, o de los que disminuyen la hormona leuteinizante y la testosterona en las mujeres que padecen de ovarios poliquísticos. Por otro lado, el uso de fármacos que pueden rociarse directamente en el OVN supondría otras ventajas. No sólo tendrían un efecto rápido, sino que además causarían menos efectos secundarios, ya que sólo habría que emplear cantidades muy pequeñas que no han de viajar por todo el sistema sanguíneo para llegar a su objetivo.

Pero quizá el uso de mayor interés comercial de estos compuestos a los que Berliner ha llamado vomeroferinas sea el tratamiento para trastornos emocionales como la ansiedad aguda, ya que inducen un inmediato estado de relajación. Los laboratorios Pherin ya han comenzado un pequeño estudio clínico en la Clínica para el Síndrome Premenstrual de la Universidad de Utah, en Salt Lake City, con el fin de comprobar si las vomeroferinas pueden aliviar los síntomas de esta dolencia. Michael Meredith, de Florida State University en Tallahassee, que estudia el sistema vomeronasal de los mamíferos, se ha hecho eco de muchos de sus colegas al afirmar que no existen pruebas de que el OVN de los humanos sea un órgano inactivo, pero aún hay muchas interrogantes. Asegura que, en particular, nadie ha descubierto pruebas anatómicas de la existencia de una conexión entre el OVN y el cerebro. Según Meredith, resulta muy difícil llevar a cabo este tipo de experimento. Habría que esperar meses para comprobar si un tinte aplicado en el OVN de un cadáver se filtra o no por los axones que en teoría llegan hasta el cerebro. Además, aunque el equipo de Pherin ha presentado el tipo de pruebas fisiológicas que demuestran que el OVN es responsable de una especie de sexto sentido, Meredith no vacila en afirmar que «sería más fácil creer en estos resultados si fuesen confirmados por alguna otra fuente que no tuviera tantos intereses económicos en juego». Richard Axel, experto en biología molecular de la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de Columbia en Nueva York, también ha expresado cierto recelo, pese a haber descubierto el año pasado dos genes humanos muy parecidos a los responsables de la síntesis de las proteínas receptoras del OVN de las ratas, el lugar donde se acoplan las feromonas. El único problema, según Axel, es que los genes humanos contienen secuencias que determinan la síntesis de proteínas receptoras pequeñas que seguramente no podrían cumplir la misma función.

Las feromonas (GRÁFICO)

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