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jueves, 13 de Febrero de 1997
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En el amor hay mucha química
Los científicos han encontrado algunos mecanismos neuronales y hormonales que explican los signos del enamoramiento


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MYRIAM LOPEZ BLANCO
Cierre los ojos (después de leer este párrafo) y trate de recordar alguna intensa situación romántica que haya vivido: quizás cuando le dieron el primer beso, o su primera cita con la chica o el chico a quien había estado amando en secreto durante meses. Seguramente aún se acuerda, como si fuera hoy, de todos los detalles del momento y quién sabe si hasta del perfume que llevaba puesto la otra persona. Nervios, palpitaciones, manos sudorosas,... sin contar las locuras que llegó a hacer para estar de nuevo con la persona amada. Decirle después de este experimento que tanto esa emoción placentera que ha vuelto a revivir con una sonrisa dibujada en sus labios como la que sintió en realidad no son más que el resultado de unas miles de neuronas lanzando descargas eléctricas en su cerebro sería algo imperdonable ¿verdad? No se preocupe, nadie lo va a hacer, por lo menos no de forma tan tajante. Pero el fenómeno del amor tiene mucho de química, y como tal podría llegar a ser descrito. Algunos científicos ni siquiera se atreven a separar unos sentimientos de otros (la ira, el miedo, la felicidad, la tristeza, la sorpresa, el desagrado, el amor, etc) y prefieren creer que todos se solapan entre sí. Pero otros, en cambio, opinan que todo es cuestión de tiempo, que si todavía no podemos distinguirlos con claridad es porque las técnicas que poseemos en estos momentos son demasiado rudimentarias. Aunque ahora todavía estamos a años luz de descubrirlo. La química del amor es una expresión acertada. En la cascada de reacciones emocionales hay electricidad (descargas neuronales) y hay química (hormonas y otras sustancias que participan). Ellas son las que hacen que una pasión amorosa descontrole nuestra vida y ellas son las que explican buena parte de los signos del enamoramiento: somos capaces de cometer locuras; pueden dejar fuera de combate a nuestra lucidez mental y paralizar nuestro cerebro pensante; etc.

Aunque en realidad, por suerte o por desgracia, los sentimientos muy intensos son poco frecuentes y la mayoría de las personas tienen vidas bastantes grises sin demasiados sobresaltos, es un hecho comprobado que, una emoción negativa fuerte descontrolada puede derivar en un estado patológico que requiera medicación, psicoterapia o ambas cosas a la vez.Pero, empecemos por el principio: Según los científicos, ¿qué es lo que hace que el ser humano sea un animal tan sensible y amoroso? Según el doctor Barry Keverne, un investigador de Cambridge, todo se debe, en parte, al tamaño del cerebro. A medida que el cerebro se expandió en la evolución ocurrió algo crucial: se formó un canal neural de comunicación entre el cerebro pensante (corteza cerebral) y la parte interna o cerebro emocional (sistema límbico). En los mamíferos inferiores, la mayoría de la información de los sentidos fluye hacia el cerebro interno sin que sea procesada y por eso son esclavos de las feromonas y otras sustancias químicas estimuladoras. Pero en los primates, es procesada primero en el cerebro pensante. Esto hace que el sistema de recompensa cerebral la segunda cuestión clave se ponga en marcha delineando la personalidad emocional de cada uno de nosotros.

Años 50

Estos circuitos se descubrieron en los años 50. Los investigadores James Olds y Peter Milner encontraron zonas del cerebro de sus animales de laboratorio que, si se estimulaban, producían placer. Vieron cómo el animal, con un sistema accionado con una palanquita, volvía una y otra vez a recibir la fuente de su dicha. El hallazgo, que se publicó en el Journal of Comparative Physiologic Physiology, revolucionó el concepto de emoción que hasta entonces se tenía. Más tarde, en los 60, el doctor Heath llegó a conclusiones semejantes en el ser humano. Mientras estudiaba formas para curar la depresión, Heath se topó con una región del cerebro humano (septum) que si se estimulaba provocaba sensaciones muy placenteras. Estos y otros muchos estudios posteriores han ido atando cabos en el conocimiento de los mecanismos neurológicos humanos. Ahora se sabe, por ejemplo, que las drogas (cocaína y heroína) activan sustratos moleculares del cerebro que mueven a la persona a buscar la dosis una y otra vez. Y lo mismo ocurre en el individuo enamorado, que sólo cuando está cerca de la persona amada consigue calmar su ansiedad. En este sentido, el enamoramiento sería como una adicción temporal y la persona amada sería como la palanquita del experimento de Olds y Mildner que satisface nuestro sistema de recompensa cerebral. El doctor Barry Keverne es uno de los científicos que estudian las endorfinas, unas sustancias químicas cerebrales que apuntan a las mismas dianas en el cerebro que las drogas morfina y heroína. Las endorfinas se conocen como analgésicos naturales y parece que se liberan en el cerebro como una recompensa del comportamiento sexual o amoroso. «Nadie lo ha probado todavía», dice Keverne, «pero cuando los amantes se encuentran bien podrían estar experimentando un flujo de endorfinas».

Por otro lado, el flechazo amoroso también activa los circuitos de la motivación, otro aspecto clave de la emoción, que hace que aumente la capacidad de aprendizaje . Es una frase muy oída esa de: «Su hijo no rinde en la escuela porque no está motivado, porque no le gusta». Si todos los alumnos se enamoraran perdidamente de sus profesores/as, seguramente los conocimientos se asimilarían con una fluidez asombrosa. Por la misma razón se suelen memorizar sin esfuerzo todos detalles nimios que tienen que ver con la persona amada. Se despierta el interés por los mismos gustos que ella: hobbies, gustos musicales, inquietudes intelectuales, etc. Aunque este circuito de la motivación, no obstante, también puede desembocar en la mayor de las frustraciones, que es la emoción negativa derivada de no haber conseguido al ser amado. Al mismo tiempo que el enamorado se motiva hacia la persona de sus sueños, su concentración para el resto de actividades de su vida diaria puede quedar anulada. Según escribe Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional, «cuando las emociones dificultan la concentración, se dificulta el funcionamiento de la capacidad cognitiva que los científicos llaman memoria de trabajo, que es la que hace posible cualquier otra actividad intelectual, desde pronunciar una frase hasta formular una compleja proposición lógica. Y la región cerebral encargada de procesar la memoria de trabajo es el córtex prefrontal, la misma región en donde se entrecruzan los sentimientos y las emociones. Es por ello que la tensión emocional compromete el buen funcionamiento de la memoria de trabajo a través de las conexiones límbicas que convergen en el córtex prefrontal, dificultando así toda posibilidad de pensar con claridad».

Amor patológico

Dependiendo de la estructura del cerebro de cada uno, la respuesta al amor puede ser de lo más variada, desde el que parece no tener sentimientos hasta el que depende obsesivamente del ser amado. Goleman cita en su libro el caso de un hombre que carecía de sentimientos. Gary era un cirujano de éxito e inteligente, pero su novia, Hellen, estaba desesperada porque en el terreno emocional era una persona absolutamente inexpresiva y por más que la chica intentaba remover sus emociones, Gary permanecía impasible e indiferente. «No sé de qué hablar» dijo Gary cuando llegó el momento de enfrentarse a la situación «no tengo sentimientos ni positivos ni negativos». La monotonía emocional de Gary tiene un nombre psiquiátrico: alexitimia (incapacidad de expresar los sentimientos con palabras y de saber lo que se siente). El doctor Peter Sifneos fue quien dio nombre en 1972 a los alexitímicos: «dan la impresión de ser diferentes, seres extraños que provienen de un mundo completamente distinto al nuestro, seres que viven en una sociedad gobernada por los sentimientos». En el otro extremo estaría el amor obsesivo. El doctor Eric Hollander, psiquiatra del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, lleva años estudiando a los obsesivos compulsivos y ha dedicado parte de sus investigaciones al amor obsesivo. Los obsesivos compulsivos pueden desarrollar su patología de distintas formas (comprar compulsivamente, juego, cleptomanía, etc) y según Hollander afecta a un 10% de la población. El doctor Michael Jenike, psiquiatra de la Universidad de Harvard, declaró al EL MUNDO el caso de varios pacientes con amor obsesivo. «Generalmente se fijan en una persona y creen que les corresponde. Pueden llegar a seguirla, acosarla e incluso conseguir los informes de sus estudios en la universidad y llamar a los miembros de la familia o a los amigos para decirles que tienen un afair con la persona en cuestión».

Según Goleman, uno de los problemas característicos de los trastornos obsesivo compulsivos es que cuando la persona está inmersa en plena crisis maníaca, está convencida de que no necesita ningún tipo de ayuda a pesar de las desastrosas decisiones que pueda estar tomando. «Conocí a un médico que incluso tuvo que abandonar la consulta porque una de estas pacientes llamaba repetidamente poniendo voces distintas para que le diera cita y al final él no fue capaz de resolver todos los problemas que esta mujer llegó a causar», dijo el doctor Michael Jenike. Para el doctor Juan Antonio Burzaco, neurocirujano del hospital Ruber Internacional de Madrid, no es que el amor sea o pueda llegar a ser obsesivo, sino que los enfermos obsesivos pueden llegar a obsesionarse por alguna persona a lo largo de la evolución de su patología. Según declaró al EL MUNDO el doctor Paul Hanning, director del Instituto de Terapias de Transformación de California, gran parte de la forma en la que amamos está determinada por nuestra relación con la madre, desde el mismo momento en el que estamos en el vientre materno. Si la relación fue intensa seremos capaces de mantener relaciones intensas en la vida adulta. «Y sólo me refiero al amor verdadero entre madre e hijo y no al posesivo», dijo Hanning. Hanning cree que si no recibimos el cariño que necesitamos al principio de nuestra vida, se crea una especie de vacío que algunas personas llenan con comportamientos obsesivos. Para este especialista, por mucho que se investigue sobre estructuras y circuitos neurales, «ninguna metodología científica será capaz de cortar la cicatriz que deja el no haber tenido amor verdadero de papá y mamá».

La química del amor
Corazones solitarios

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