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jueves, 20 de Febrero de 1997
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PROFESION MEDICA

Amabilidad y comprensión
La buena comunicación evita que los pacientes demanden a los médicos

Un estudio publicado en el «JAMA» de la semana pasada ha servido para analizar las habilidades que tienen los médicos para comunicar con sus pacientes y la relación entre éstas y las demandas judiciales de los enfermos.
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ALEJANDRA RODRIGUEZ

Los médicos más simpáticos y agradables en la relación con sus pacientes corren menos riesgo de ser demandados en caso de cometer algún fallo en el tratamiento. Esta es una afirmación que ya había sido objeto de estudio aunque sin llegar a determinar qué comportamientos específicos incrementaban o reducían el riesgo de sufrir una queja.


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Los enfermos exigen seriedad y cierto protocolo sobre todo cuando se trata de recibir malas noticias.
Pero ahora, unos científicos de la Universidad de Chicago han intentado identificarlos. En el número del pasado martes del JAMA se publica un estudio dirigido por la doctora Wendy Levinson en el que se analizan las habilidades de un amplio número de médicos generales y cirujanos para comunicar con sus pacientes y la relación entre estas habilidades con las demandas judiciales de los enfermos a sus facultativos por mala práctica. El objetivo final del estudio es que los médicos logren incorporar a su rutina de trabajo una serie de tácticas de comunicación que les eviten problemas con los tribunales de justicia. Una mala comunicación (o la falta de ella), si bien no es la principal causa de una denuncia, sí es la que provoca la insatisfacción del paciente. Entonces el enfado le predispone para un litigio si sospecha que ha habido un error médico.El equipo ha estudiado a 124 médicos generales y cirujanos de Oregón y Colorado, divididos en dos grupos: los que a lo largo de su vida habían tenido más de dos quejas formales y los que no habían llegado a ese número. Todos ellos tuvieron que grabar sus consultas en cintas magnetofónicas tras obtener el consentimiento de sus pacientes. Después, las grabaciones se analizaron usando un sistema conocido como RIAS (Roter Interaction Analysis Sistem), que divide los comportamientos en la forma de comunicar en tres categorías: los de capacidad, los de progresión y los emocionales.

La primera categoría se refiere a las típicas preguntas entre médico y paciente acerca de cuestiones psicosociales, información y consulta. La segunda trata acerca del transcurso de la visita y de la participación del paciente a través de comentarios que le permitan expresar sus opiniones y conocer mejor la enfermedad que le afecta. Por último, la fase emocional incluye comentarios de tipo afectivo, humorístico, donde tiene cabida la risa, comentarios de aprobación, de ánimo, o de preocupación, si la hubiera. En la categoría referente a la capacidad, las diferencias apenas eran perceptibles entre el grupo de los médicos con más de dos quejas en su carrera y los que no las habían sufrido. En cambio, las dos siguientes etapas sí parecen ser determinantes en lo que se refiere al riesgo de ser denunciado por mal ejercicio de la profesión. Los investigadores encontraron que los médicos con menos quejas de sus pacientes eran aquellos que les dejaban hablar sin interrupciones; los que les informaban acerca del tratamiento; les concedían tiempo suficiente para elaborar preguntas y, en definitiva, ponían en práctica la llamada escucha activa. En estos casos, el paciente se siente parte del proceso que va a acabar con su enfermedad e incluso las consecuencias de este estado de ánimo se notan posteriormente en su salud.

El humor y la risa

Por otro lado, Levinson refleja en su estudio la importancia del humor y la risa, así como de la duración de la visita. Crear un clima amigable y cálido que haga al paciente sentirse especialmente conectado a su médico, que le ve como persona y no como a una enfermedad. No se trata, en cualquier caso, de que la falta de habilidades comunicacionales sea consecuencia directa de una demanda, pero esto suele ser un factor determinante en el caso de que se produzcan malos resultados para el enfermo. Finalmente, los estudiosos de Chicago advierten que los resultados obtenidos con este estudio no se han podido aplicar a los cirujanos quizá porque los enfermos que acuden a ellos esperan el consejo de un especialista cualificado, del que exigen una mayor seriedad y cierto protocolo, sobre todo a la hora de las malas noticias. En cualquier caso, deben servir, según aclaran sus autores, para establecer diferencias entre los comportamientos comunicacionales más adecuados para cada especialidad médica. Levinson y su equipo proponen para ello programas de formación continuada y específica que ayuden a los facultativos a mejorar sus habilidades para comunicarse con sus enfermos. En definitiva, se trata no sólo de evitar los errores médicos, sino de crear un clima poco propicio para una denuncia en el caso de que los errores no se hayan podido evitar.

 

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