La vida,
clónica o no, se puede mirar de dos formas, básicamente:
con arrogancia (creyendo que la ingeniería genética nos va
a convertir en dioses capaces de dominar la evolución y hacer un
negocio con ella) o con humildad (sin olvidar que nosotros sólo
somos una parte más de la vida y que los otros seres vivos pueden
servirnos como fuente de material genético para curar las enfermedades
que ahora no tienen solución). Sea como fuere, parece que, humildes
o arrogantes, las empresas farmacéuticas ya se han puesto manos
a la obra para hacer negocio con los clones y, a partir de ahora, es muy
probable que los animales se conviertan en fábricas vivas de fármacos.
La compañía PPL Therapeutics tiene todos los derechos del
desarrollo tecnológico que se produzca en el Instituto Roslin de
Edimburgo (y, de momento, sus acciones han subido casi un 70%). Hasta ahora,
este instituto ha estado desarrollando animales transgénicos. Pero
clones como Dolly van a dejar de lado el costoso procedimiento de inyectar
los genes clave a unos embriones; esperar a que los animales transgénicos
crezcan (normalmente varios centenares); y después comprobar cuál
de ellos ha expresado el gen adecuado para producir el fármaco en
cuestión para curar enfermedades como, por ejemplo, la fibrosis
quística o el cáncer. Con la nueva técnica de Escocia,
en cambio, los científicos podrán estar seguros de que todos
(o prácticamente todos) los animales clónicos han nacido
con el gen correcto. PPL ya va a empezar a producir con este método
proteínas humanas y medicamentos beneficiosos en la leche animal.
Y, según Ron James, jefe ejecutivo de la empresa, podrán
empezar con los ensayos clínicos en 1999. Otras compañías
se van a beneficiar también, lógicamente, del invento. La
técnica de la clonación hará posible, por ejemplo,
que se creen manadas capaces de producir mucha más leche. Y lo que
parece más apasionante, si cabe, es la idea de que quizás
los ecologistas puedan salvar las especies de animales en peligro de extinción.
