Salud y Medicina

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jueves, 6 de septiembre de 1997

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ENDOCRINOLOGIA

El incierto negocio de la obesidad
Los medicamentos diseñados para bajar de peso no han demostrado aún sus beneficios a largo plazo pero en cambio los científicos los asocian con efectos secundarios a veces muy severos
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ROBERT POOL. New Scientist/El Mundo

Estamos sentados frente a una magnífica hamburguesa de ternera, recubierta por una loncha de queso fundido, lechuga, tomate y cebolla, y todo entre tiernos bollos de pan. A uno se le ilumina la cara ante tan suculento festín y alarga la mano dispuesto a engullirlo todo de un bocado. Pero... ¡alto! ¿Está seguro de que quiere meterse tantísimas calorías en su cuerpo, sabiendo que irán a parar directamente a sus caderas?

Ante tan complicado dilema, siempre han existido dos posibles soluciones: o sacrificarse y apartar el plato o comerse la hamburguesa con el firme propósito de hacer después ejercicio para compensar tan sabroso bocado.

Estas son precisamente las dos opciones que las autoridades sanitarias llevan recomendando desde hace años y que no han conseguido frenar una obesidad galopante que afecta cada vez más gravemente a las sociedades occidentales. Sin embargo, todo indica que ha surgido una tercera vía: los laboratorios farmacéuticos han conseguido sintetizar medicamentos de diseño que, por primera vez, tienen en cuenta los mecanismos que utiliza el organismo para controlar el peso.

"La gente tendrá que seguir vigilando lo que come, pero en un futuro próximo conseguiremos sintetizar medicamentos que nos ayudarán a controlar nuestro peso", afirma Xavier Pí-Sunyer, director del centro de investigación sobre la obesidad del Hospital Luke's Roosevelt de Nueva York. Estos medicamentos que, en un primer momento se destinarán a las personas con problemas graves de obesidad, podrán modificar nuestra reacción ante la famosa hamburguesa. Para comprender el proceso, veamos lo que sucede cuando nos la comemos.

La atracción que puede ejercer una hamburguesa sobre nosotros depende de la combinación de las distintas señales que nos envían el estómago, los intestinos, el sistema vascular y los depósitos de grasa de nuestro cuerpo, que van a parar al hipotálamo, una zona del cerebro del tamaño de una cereza que se encarga de recibir los estímulos del cuerpo.

Cuando desciende el nivel de azúcar, el hipotálamo envía a la parte consciente del cerebro un mensaje incitándolo a comer. Dependiendo de otros factores, como lo cerca que esté la hora de comer, el olor que desprenda la hamburguesa y el sentimiento de culpabilidad que pueda invadirnos en ese momento, escucharemos al hipotálamo o ignoraremos su mensaje.

Pero una primera negativa no significa que el mensaje vaya a desaparecer; pasado cierto tiempo, el hipotálamo volverá a insistir, y esta vez lo hará con más fuerza.

Voz interior

Hasta hace muy poco tiempo, no se podía hacer gran cosa para escapar a esa voz interior. Los fármacos que reducen el apetito y que se comercializan en Estados Unidos se parecen cada vez menos a las anfetaminas, como es el caso del hidroclorato de fenilpropanolamina. Al igual que ocurre cuando hacemos puenting, este tipo de fármaco envía al cerebro una dosis de dopamina, un neurotransmisor que, según parece, produce una sensación de saciedad y reduce el apetito. A diferencia de las anfetaminas, estos fármacos no tienen efectos secundarios, pero tampoco son totalmente efectivos, y los pocos kilos que se consiguen perder se recuperan en seguida.

Este fracaso llevó a los científicos de los laboratorios a fijarse en otro neurotransmisor, la serotonina, una sustancia química que los fármacos antidepresivos, como el Prozac, se encargan de activar. Otro medicamento que aumenta los niveles de la serotonina en la sangre es la dexfenfluramina, un compuesto activo que, el año pasado y por primera vez en 20 años, empezó a comercializarse en Estados Unidos después de ser aprobado por la Food and Drug Administration (FDA). El Dexfen se comercializa en Europa desde hace años.

A diferencia de las anfetaminas, los fármacos que aumentan los niveles de serotonina no frenan las ganas de hincarle el diente a la hamburguesa, sino que producen una sensación de saciedad que seguramente nos impedirá acabarla.

En pacientes obesos a quienes se administró en pruebas de laboratorio este tipo de medicamentos, la pérdida de peso llegó a ser hasta de 10 kilos. (Aunque no existe una clasificación única, se considera que una persona es obesa cuando supera en 20 kilos su peso ideal). Cuando un animal come, su nivel de serotonina aumenta en el hipotálamo, por eso se cree que el Dexfen actúa de la misma forma.

Pero el Dexfen no es la panacea de todos nuestros males: en algunos casos se ha relacionado su consumo con problemas de hipertensión pulmonar que pueden provocar enfermedades pulmonares. Y también existen indicios de que el Dexfen, como la fenfluramina, puede dañar las neuronas. Sin embargo, esta desgraciada noticia no ha frenado la aparición de nuevos medicamentos que producen reacciones químicas en el cerebro.

El próximo fármaco que seguramente hará furor en Estados Unidos es la sibutramina, desarrollada por los laboratorios Knoll Pharmaceuticals de Whippany, en Nueva Jersey. Es una especie de medicamento dos en uno que aumenta los niveles de serotonina y noradrenalina, un segundo neurotransmisor que produce sensación de saciedad. Este medicamento aumenta también los niveles de noradrenalina en las terminaciones nerviosas de nuestro organismo. El sistema nervioso simpático secreta noradrenalina, presente en la mayoría de nuestro órganos. Esta sustancia se encarga de ordenar a las células adiposas que quemen energía para producir calor, reduciendo la eficacia de los músculos del esqueleto. Cuando se reduce la eficacia de los músculos del esqueleto, éstos necesitan más calorías para poder funcionar. Por ello, al igual que el Dexfen, la sibutramina permite a las personas obesas perder hasta 10 kilos de peso.

Pero por ahora nadie se atreve a erigir al Dexfen o a la sibutramina en panacea universal porque, después de todo, perder 10 kilos no parece un gran logro cuando hablamos de personas con graves problemas de sobrepeso.

La imagen muestra un corte de una arteria pulmonar muy dilatada y anormalmente más ancha que la aorta, en una paciente con hipertensión pulmonar secundaria a fármacos antiobesidad.

Supongamos que usted, desconocedor de todas estas reacciones químicas que se producen en su cerebro, decide comerse toda la hamburguesa. Todavía existen otros medios para quemar las calorías.

Cuando se mastica la hamburguesa, ésta queda desmenuzada en trozos muy pequeños que se mezclan con la saliva rica en amilasa, una enzima que hidroliza las enormes moléculas de almidón. Estas pequeñas porciones de la hamburguesa pasan por el esófago hasta el estómago. Allí, se sumergen en un mar de ácido clorhídrico y son sometidas a los efectos de otras enzimas. El estómago remueve esa mezcla durante horas, liberándola poco a poco en el intestino delgado.

Al tiempo que el estómago y el intestino se encargan de triturar la hamburguesa, van informando del proceso a otras partes del organismo. El nervio vago, por ejemplo, le envía un mensaje al hipotálamo avisándole de que el estómago ha aumentado de volumen por los efectos de la comida.

"Hace ocho o nueve años, existían médicos dispuestos a introducir globos en los estómagos de sus pacientes para provocarles sensación de saciedad", afirma el psiquiatra Timothy Moran, de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore. "Era el procedimiento gastrointestinal más utilizado en aquella época".

Química

Este procedimiento hacía comer menos a los pacientes. Pero los globos que se introducían en el estómago terminaban desinflándose y pasando al intestino, bloqueándolo y llegando incluso a provocar la muerte del paciente. "Este tratamiento dejó de aplicarse muy pronto", afirma Moran. Por ello se pensó enseguida en utilizar la química en vez de los globos para producir sensación de saciedad.

Los ínfimos pedazos de la hamburguesa estimulan a las células de la mucosa intestinal para que segreguen una hormona llamada colecistoquinina (CCK). La CCK envía un mensaje al páncreas para que libere enzimas que trituren todas las proteínas convirtiéndolas en uno, dos o tres tipos de aminoácidos y para que transformen los carbohidratos en glucosa.

La CCK también avisa a la vesícula biliar para que secrete ácidos biliares que conviertan la grasa en ácidos grasos y glicerol.

Pero esta hormona tiene además otra misión: es quien se ocupa de decirle al nervio vago que envíe una señal al cerebro. Desde mediados de la década de los 70, los científicos saben que el CCK reduce la sensación de apetito cuando se inyecta en animales de laboratorio.

Las pruebas que se han realizado desde entonces muestran que este proceso también es efectivo en seres humanos. Pero la colecistoquinina no permanece en el organismo demasiado tiempo si se introduce por vía oral, así que la solución estaría en encontrar un medicamento que activase los receptores del CCK en las terminaciones del nervio vago antes de ser destruido.

En 1991, los investigadores del laboratorio Glaxo Wellcome del Research Triangle Park, en Carolina del Norte, empezaron a introducir en sus bases de datos cientos de compuestos que tuvieran los mismos efectos que esta hormona, lo que se conoce como sustitutos del CCK.

El interés creció y hubo hasta 120 químicos, farmacólogos, bioquímicos celulares y otro tipo de especialistas enfrascados en la búsqueda de la milagrosa sustancia, algo que pone de manifiesto no sólo la dificultad de la tarea, sino los miles de dólares que estaban en juego si se conseguía sintetizar una píldora que controlase el apetito.

El momento de tan esperado hallazgo se produjo en 1996. La doctora Elizabeth Sugg junto a su equipo de especialistas del laboratorio Glaxo descubrieron un equivalente sintético del CCK que puede suministrarse por vía oral y reduce el apetito en ratas y primates de laboratorio. "Es efectivo al 100%", afirma la doctora.

Dosis exacta

Dependiendo de la dosis suministrada, Sugg ajusta la cantidad de alimentos a sus animales y puede incluso dejarles sin comer durante todo el día. Este medicamento todavía no se ha probado en seres humanos (aunque ya se ha previsto su administración) y, como afirma la doctora, en cuanto se consiga sintetizar la dosis exacta, se podrá reducir la cantidad de alimentos que ingiere una persona entre un 10% y un 20%.

Todavía habrá que esperar por lo menos siete años antes de que se comercialice la píldora de la doctora Sugg, pero se espera que este mismo año pueda adquirirse en el mercado de Estados Unidos otro medicamento con los mismos efectos.

Al Orlistat, un fármaco desarrollado por el laboratorio Hoffmann-La Roche, sólo le falta el visto bueno de la FDA, que se producirá seguramente antes de finales de año. El estómago y los intestinos se encargan de extraer de los alimentos todo aquello que tenga algún valor nutricional, algo fundamental en el caso de las personas con problemas de sobrepeso.

Hace 100 años, cuando los alimentos escaseaban, la gente comía lo justo. Pero en la sociedad de opulencia en la que vivimos, tendemos a comer más de lo necesario, multiplicando así los problemas digestivos.

El Orlistat ayuda precisamente a erradicar este mal común, al adherirse a las enzimas lipasas del estómago y los intestinos para obstaculizar la síntesis de moléculas adiposas, y para que gran parte de éstas no sean absorbidas por el organismo. En las pruebas de laboratorio que se han llevado a cabo, el Orlistat ha conseguido reducir la absorción de grasas hasta un 30%.

Desde que hace dos años se empezara a administrar esta droga a pacientes que estaban sometidos a una dieta moderada, éstos han conseguido perder un 65% más que aquellos a los que se les suministró un placebo. Además, se ha comprobado que este nuevo medicamento reduce el nivel de colesterol en la sangre y los problemas intestinales, como la diarrea, provocada por un exceso de grasas en el intestino grueso.

Nadie sabe a ciencia cierta cuál de estas hipótesis funcionaría mejor en el caso de la hamburguesa. Tal vez los médicos del mañana puedan ofrecer a sus pacientes un tratamiento personalizado para perder peso, mezclando y combinando los distintos medicamentos que eliminan el apetito, bloquean la digestión y agilizan el metabolismo. "Los tratamientos se combinarán, como ocurre en el caso de la hipertensión", afirma el doctor Pí-Sunyer. Por ahora, la próxima hornada de medicamentos para controlar el peso sólo se suministrará con receta médica y para aquellas personas con problemas muy graves de sobrepeso.

Además, con estos fármacos se puede caer en una actitud aún más frívola, ya que desprovistos del sentimiento de culpabilidad que nos invade ante la fabulosa visión de la hamburguesa, ya no nos parecerá tan apetitosa.

Fármacos bajo sospecha
Cómo funcionan los fármacos antiobesidad


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