En las entrañas de las mafias del Estrecho

En las entrañas de las mafias del Estrecho

MARK WIETING
HARI CAMINO
Enviados especiales.-
CASABLANCA. Nuestra investigación arrancó en Casablanca. Después de asesorarnos en Madrid con distintos marroquíes ya asentados en España, decidimos trazar nuestra estrategia: nos haríamos pasar por dos sudamericanos que habían sido expulsados de España y que querían volver a la Península a cualquier precio.

El primer contacto lo hicimos en una garita en la aduana del puerto, donde conocimos a dos policías. Les contamos nuestro deseo de entrar en Europa y les dijimos claramente que no teníamos documentación de ningún tipo. Les cambió el tono de voz y nos preguntaron: «¿Cuánto dinero me podéis dar? Venga, dadme el dinero y yo os paso para Europa», dijo uno de los Policías. Pero no quisimos entrar en más detalles, ya que cualquier trato con ellos hubiera resultado demasiado caro.

Pero sí seguimos los consejos del segundo de los policías: «Si queréis llegar a España, tenéis que marchar hacia el norte; cerca de Tánger lo podéis conseguir», dijo. Y hacia el norte nos encaminamos. Nuestro objetivo era encontrar las redes que trafican con personas y lograr cruzar con ellas, metidos en una patera, como si fuéramos dos ilegales más.

Un día después de nuestra partida de Casablanca llegamos a Martil, en la zona costera del Rif. El Café Río fue nuestro primer punto de encuentro e información, como lo fueron tantos otros cafetines durante el mes y medio que duró nuestra investigación. En estos lugares, pronunciar las palabras sin papeles o patera suponía dar un giro a la conversación. Inmediatamente, mostraban atención hacia quien las pronunciaba.

Así, dos días después dimos con un tipo llamado Fahrid que, como tantos otros en este negocio, había vivido en España y pagó más de una condena relacionada con el tráfico de chocolate o de ilegales, lo que le facilitó nuevos contactos con los que continuar sus trapicheos. Fahrid se encargaba de pagar a los soldados para que hiciesen la vista gorda y así asegurar el arranque del viaje.

Llegamos a fijar un precio con él: el viaje nos costaría 100.000 pesetas. Tiempo después, comprendimos que ese precio tan asequible tenía relación con los 500 kilos de hachís que transportaría nuestra patera. Este pago de 100.000 pesetas también incluía un taxi (conducido por un pariente de Fahrid) que nos llevaría hasta Málaga.

Después de cuatro días dejándonos ver por el Café Río, nos enteramos de que los traficantes habían decidido transportar únicamente a sus familiares, dejándonos en tierra junto con otros 11 inmigrantes del sur del país. Según pudimos averiguar, es poco frecuente que la mercancía se combine con los ilegales, pero si esto sucede el viaje es mucho más barato, aunque también más arriesgado. Empezamos a entender que cada traficante funciona de manera diferente

Territorios marcados

Los puntos de salida de las pateras se encuentran a todo lo largo de litoral Atlántico y Mediterráneo. Pero cuánto más lejano está el punto de salida de las costas españolas, más posibilidades existen de que te engañen. Son numerosas las historias de viajes que terminan frente a las luces de Tánger, en los que la gente salta al agua convencida por los patereros de que está en tierras europeas.
Buscar nuestro contacto en la línea más septentrional de la costa nos parecía una apuesta más segura, así que nos dirigimos al pueblo pesquero de Ksar Seghir. Al día siguiente de llegar y en el único café del pequeño puerto pesquero, se nos aproximó Abdel Kader, quien, con su acento gaditano, nos dio muchas pistas. El nos explicó cómo operan las mafias en la región, cómo manejan el tráfico de droga y cómo los ilegales se mueven por rutas diferentes.

Los que trabajan en estos asuntos viven cerca del mar, tienen su sitio bien delimitado y respetan sus turnos para actuar.

Abdel Kader nos prometía ponernos en contacto con esos «chavales que lo organizan», como llamó a los traficantes, pero al cabo de una semana de citas fallidas, nuestro contacto nos advierte de que nos están buscando: «Los soldados me están preguntando por vosotros y me han trincado a mí. Les he dicho que no sabía nada de vosotros», se lamentaba, mientras nos aconsejaba que marchásemos a Tánger.

Haciendo un mapa en la arena, nos recomendó dirigir nuestros pasos hacia el zoco chico y preguntar en el café Manara. «Ese es el sitio en donde se junta ese tipo de personas, ahí paran siempre», nos dijo.

 

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