Exequias con honores de Estado
Tributo del Papa a "la
diminuta monja que luchó por los pobres"
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PIERRE HASKI
La santa de los desamparados
OPINION |
Muere
la Madre
Teresa de Calcuta
Sábado, 6 de septiembre de 1997
Ultima actualización: 03.00 hora local
Con los más pobres de todos
Se fue la Madre Teresa de Calcuta. Y se fue luchando contra su propia muerte
y contra su viejo corazón cansado de latir y de ver y socorrer tanto
dolor, miseria y sufrimiento. Pero el legado de esta misionera, que intentó
convertir el infierno de Calcuta en una casa con calor de hogar, permanecerá
en la conciencia de la Humanidad como un aldabonazo de solidaridad y amor
hacia los más desfavorecidos, los últimos: aquéllos
que no cuentan.
La Madre Teresa llevaba varios años, aquejada de crecientes problemas
de salud, contemplando la posibilidad de jubilarse. Una y otra vez retrasó
la fecha de su retiro, pero finalmente en marzo de este año abandonó
su puesto a la cabeza de las Misioneras de la Caridad, la congregación
por ella fundada hace casi medio siglo.
Su rostro sembrado y surcado de profundas arrugas, su aspecto menudo
y frágil eternamente enfundado en su sarí blanco con franjas
azules ha quedado grabado para siempre en la retina, en el subconsciente,
en los corazones de millones de personas en todo el mundo.
Inés Goinxha Bejaxhiu nació hace 87 años en una
familia burguesa de origen albanés de la ciudad, entonces turca (y
hoy capital de la nueva República de Macedonia), de Skopje. Desde
niña a los 12 años sintió la llamada de la vocación
religiosa y de misión, "para ir a propagar el mensaje de amor
de Cristo" y, siendo aún una adolescente, a los 18, ingresó
en Dublín, en la congregación de Loreto, más conocida
en todo el mundo con el nombre de las Damas Irlandesas.
Al poco tiempo de estar en la orden, fue enviada a la India, para dar
clases en uno de los mejores colegios de Calcuta, el St. Marys High School,
al que, sin embargo, llegaba un fuerte olor de la miseria de los barrios
de chabolas de Calcuta, la ciudad a cuyo nombre quedará para siempre
ligado el de la religiosa.
Dejar el convento
Ese hedor de Calcuta tortura la conciencia de la joven monja, que tras cumplir
con sus obligaciones de directora del colegio, recorre las chabolas ayudando
en lo que puede. Pero a la vuelta a la comodidad de su colegio, su conciencia
sigue turbada y angustiada. Por eso, en 1946 la Madre con sus 36 años
recién cumplidos, toma la decisión de dejar su congregación
y dedicarse por completo a los más pobres de los pobres.
"Tengo que dejar el convento y ayudar a los pobres viviendo entre
ellos. Oigo la llamada a abandonarlo todo y seguir a Cristo en las chabolas,
a fin de servirle entre los más pobres de los pobres. Es su voluntad
y debo cumplirla", escribe en aquella época.
La hermana Inés debe obtener el permiso del arzobispo católico
de Calcuta, Ferdinand Periers, para poder abandonar las Irlandesas. El obispo
no era ningún entusiasta de la monja. Según recuerda la agencia
France-Presse, se le atribuyen estas palabras: "Conozco a esa mujer.
Es una novicia que no sabría ni siquiera encender correctamente un
cirio en una capilla".
Pero a principios de 1948, con el apoyo de su superiora y del propio
Papa, que tenían mejor opinión de ella que el arzobispo, es
autorizada a abandonar su orden. Y la hermana Inés cambia el hábito
de las hermanas de Loreto por el sarí blanco con ribetes azules de
las mujeres pobres, y también cambia su nombre en honor de Santa
Teresa de Jesús. Se dedicará a socorrer a los hambrientos,
a visitar a los enfermos y a acompañar a los moribundos abandonados
en las calles. Pronto se le unieron unas cuantas jóvenes, que también
querían luchar contra tanta pobreza que les gritaba desde cada esquina
y en cada recodo de la misérrima Calcuta.
En 1950, la monja del sarí fundó una nueva congregación
religiosa con el nombre de Misioneras de la Caridad. Era una congregación
especial, como su fundadora. Por ejemplo, la nueva congregación añade
a los clásicos votos de pobreza, castidad y obediencia, el de entregar
su vida exclusivamente a los más pobres y no aceptar recompensa material
por su trabajo.
¿Por dónde empezar? Por los más débiles e
indefensos. Lo primero que hacen las hermanas de la Caridad es recoger a
los recién nacidos abandonados en las calles, en los vertederos o
en las cunetas.
Y de los niños a los moribundos, cuando en 1952 la Madre Teresa
se encuentra con una joven herida y moribunda, con los pies roídos
por las ratas, en una calleja. Para los moribundos, Madre Teresa abre la
Nirmal Hridaya o Casa de los Moribundos, en unos cobertizos a pocos metros
de un templo dedicado a la diosa Kali, que es la diosa de la muerte para
los hindúes.
Los sacerdotes del templo, intrigados por el continuo ir y venir de enfermos
y harapientos, se acercan para comprobar qué pasa. Uno de ellos vuelve
diciendo: "En el templo de la diosa Kali, he visto a una diosa viva:
la Madre Teresa".
Desde la fundación de Nirmal Hridaya, las misioneras de la Caridad
han recogido sólo en Calcuta a más de 30.000 personas que
se estaban muriendo en las calles. "Han vivido como animales, al menos
que mueran como personas", solía decir la Madre Teresa.
Poco a poco, sus casas florecen y se extienden por toda la India: Sishu
Bhavan, residencia que acoge permanentemente a cientos de niños,
que luego son adoptados (a menudo por matrimonios extranjeros); Shantinagar,
la primera leprosería, y luego otras muchas. También se extienden
las casas de la congregación por todo el mundo, desde Venezuela (la
primera fundación fuera de la India) hasta Estados Unidos donde se
ha abierto recientemente un centro para enfermos del sida, Colombia, Perú,
Africa o los países del Este. Hoy su imperio está formado
por más de 400 centros, repartidos por los cinco continentes, de
los que se ocupan unas 3.000 misioneras de todas las nacionalidades.
En plena época de sequía vocacional, las monjas de la Madre
Teresa aumentan sin cesar, a pesar de la vida espartana que llevan. Cada
hermana sólo tiene tres saris (el que lleva puesto, el que lava y
el que se está secando), un par de sandalias, una jofaina y una esterilla
de paja. La propia Madre Teresa llevó siempre la misma vida de una
absoluta austeridad que sus más jóvenes novicias, en la casa
matriz de Lower Circular Road, en el corazón de Calcuta.
El rolls del Papa
Siempre se las ingeniaba para arrancar algún dinero, o mucho dinero,
a todos los que podían darlo. Pidió a Juan XXIII, con el descaro
que la caracterizaba, que le diese parte de las riquezas del Vaticano para
poderlas dedicar a sus pobres. El Papa le regaló entonces su Rolls
Royce, y ella organizó una subasta para venderlo, obteniendo varias
veces su precio. También logró convencer a los organizadores
de la ceremonia del Nobel para que renunciasen a organizar la clásica
recepción y le entregasen la suma ahorrada.
Con el paso de los años, aumentan sin cesar sus casas y sus obras.
Madre Teresa alcanza renombre mundial y le empiezan a llover los premios
y las condecoraciones. La culminación de todos los honores fue el
Premio Nobel de la Paz, que le fue otorgado en 1979 cuando ella creía
que nunca lo obtendría porque pensaba que el jurado estaba dominado
por protestantes, y ella sabía que su concepto muy tradicional de
la moral católica no era bien visto en sectores cristianos diversos.
En Oslo, la gente salió a recibirla a la calle, en una gigantesca
procesión de antorchas. Al recibir el premio sólo dijo: "Personalmente,
no lo merezco. Sólo he procurado ser una gota de esperanza en un
océano de sufrimiento. Pero si esta gota no existiese, el mar la
echaría en falta".
Convertida en una estrella, agasajada por príncipes y banqueros,
reyes y gobernantes, Papas y artistas, la Madre Teresa se convierte en el
símbolo por excelencia de una santa viva, ante la que se postra el
mismísimo Juan Pablo II.
Quizá por eso, surgen las primeras críticas hacia la Madre
Teresa y hacia su labor. Sobre todo desde los sectores más progresistas
de la Iglesia, que la acusan de dedicarse simplemente a hacer caridad, sin
luchar por la implantación de la justicia, y desde ciertos ámbitos
de la sociedad inglesa, donde se la acusa de fundamentalista en el ámbito
moral y de haber aceptado sin remilgos las ayudas que le ofrecieron personajes
poco claros: dictadores como Jean-Claude Duvalier o personajes corruptos
como Robert Maxwell. Ella, como siempre, aceptaba todo y desde cualquier
lugar para poder aliviar las miserias de los desheredados. Su fundamentalismo
cedía ante un enorme sentido práctico que la llevaba a pasar
su tiempo negociando con todos: el Ayuntamiento de Calcuta controlado por
los comunistas o los más poderosos gobiernos occidentales. Así
lograba el caudal de medios necesario para una obra en constante expansión.
Uno de esos gobiernos, el de Estados Unidos, la honraba el año
pasado de una manera absolutamente excepcional: concediendo la nacionalidad
estadounidense a esta religiosa, símbolo de la emigración
y de la universalidad durante toda su vida entre la Macedonia turca, Irlanda
y la India.
La Madre Teresa no escondía su respeto a los valores más
tradicionales de la Iglesia. Un día confesó a un periodista
que, de haber vivido en tiempos de Galileo Galilei, habría dado la
razón a la Iglesia frente a sus postulados científicos. Estaba
frontalmente opuesta a toda forma de contracepción y solía
proclamar: "Si no queréis esos bebés, yo si los quiero.
Traédmelos a mi".
Los nuevos mitos
A los que la acusaban de utilizar un método demasiado ingenuo para
cambiar el mundo y prestar un peligroso servicio a los culpables de la miseria
social, Madre Teresa respondía: "A mí no me interesan
las estructuras sociales. No tengo tiempo para pensar en grandes programas.
Nuestra misión es el hombre individual que nos necesita ahora".
Por eso, después de su muerte, el mito de la monja más
célebre del mundo continuará vivo, socorriendo a los pobres,
sin denunciar a los ricos. Y es que, como dice el teólogo jesuita
francés Paul Valadier,"los tiempos han cambiado y, con ellos,
también las figuras carismáticas dominantes: Helder Cámara
ha sido sustituido por la Madre Teresa. Uno y otra son figuras excepcionales,
pero mientras el primero es un denunciador vigoroso de los responsables
de las injusticias, la segunda aparece devorada por el socorro inmediato".
Quizá por eso, hace unos años, la Madre Teresa se convirtió
en centro de debate y de polémica en la India sobre la situación
de los intocables bautizados en el catolicismo. La Madre Teresa participó
en una amplia campaña de oración en favor de los católicos
cuya pertenencia a la casta inferior los intocables seguía siendo
causa de que se les colocara, en la propia comunidad católica, en
una posición tan discriminada que, incluso en misa, se veían
obligados a ocupar bancos distintos a los de sus correligionarios de castas
superiores.
Con alegría
Pero la Madre Teresa nunca se paró ante las dificultades a la hora
de defender a los más desgraciados. Una defensa a ultranza que siempre
hizo con alegría. No en vano repetía constantemente a sus
hijas que el espíritu de su obra es de "entrega, confianza y
alegría". "Queremos que sientan que se les quiere. Si vamos
a ellos con una cara triste se sentirán aún más deprimidos",
añadía.
Ninguna congregación, ninguna orden ha tenido tanto éxito
en la Iglesia durante este siglo como la de la Madre Teresa. Los poderosos
de este mundo hacían cola para fotografiarse junto a la frágil
religiosa con fama de santidad. Una fama que, quizá, la haga acreedora
a ser canonizada en un breve lapso de tiempo.
Su final ha sido difícil, no sólo por sus extremos sufrimientos,
sino por una agria polémica que, hace menos de dos semanas, había
amargado su último cumpleaños. Sus más próximos
afirman que se sentía "muy contrariada" por una película
sobre su vida, realizada para la televisión con guión del
escritor francés Dominique Lapierre que hoy escribe en EL MUNDO sobre
la Madre Teresa, al que la religiosa había otorgado un visto bueno
que luego, según afirmó, le retiró.
La Madre Teresa ha muerto en vísperas del funeral y entierro de
Lady Diana Spencer en Londres. Estas dos mujeres, que parecían estar
en las antípodas en cuanto a cualquier consideración social
y personal de la vida y de sus valores, se conocieron hace cinco años
en Roma, congeniaron de inmediato porque compartían una devoción
muy marcada por la ayuda a los necesitados, y la Madre Teresa nunca cuestionó
los motivos de la princesa británica.
Ya el jueves una portavoz de la congregación había anunciado
que Madre Teresa no podría, debido a su mala salud, asistir a las
honras fúnebres en Londres, a las que había sido invitada.
En las horas posteriores al accidente del domingo en París, y antes
de conocerse la muerte de la princesa de Gales, se informó de que
la religiosa de Calcuta había estado rezando por ella.
(Madre Teresa (Inés Goinxha Bejaxhiu), nacida el 26 de agosto
de 1910 e Skopje (Macedonia), falleció el 5 de septiembre de 1997
en Calcuta)
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