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domingo 8 de junio de 1997 |
SANDRA FERNÁNDEZ GUEIMONDE
Clases particulares que se imparten a horas intempestivas (las pocas que el alumno tiene disponibles), conversaciones con profesores nativos, tertulias convocadas periódicamente en algún café de moda, sistemas acelerados, métodos que reproducen el modo como aprenden a hablar los niños, vídeos, cintas de casete, programas de ordenador, fascículos... No será por falta de propuestas.
Sin embargo, el idioma continúa siendo la gran asignatura pendiente de los jóvenes universitarios que han de sustituir los vaqueros y las aulas por el traje y la oficina.
A los otros agobios y problemas que conlleva el incorporarse al mundo laboral, se suma esta exigencia (presente ya en casi todas las ocupaciones) de saber manejarse con el inglés. Y no son sólo los jóvenes los que acaban tropezando en este escollo. Los trabajadores con experiencia (que han de pasar por un necesario proceso de reciclaje en su formación) también han de vérselas con el idioma.
Los sistemas convencionales resultan, a veces, poco prácticos y demasiado impersonales. El alumno, que suele carecer de tiempo, peca, además, de inconstante. Aburrimiento, falta de motivación..., muchos métodos terminan fracasando por más que el estudiante ponga su mejor voluntad.