Nos creemos que cuando lea el reportaje principal de este número, usted será uno más de la legión de ciudadanos de cualquier rincón del Estado que recogerá sus enseres más necesarios, empaquetará sus recuerdos, cargará a su familia en el coche y se pondrá rumbo a Navarra. Las carreteras que enlazan con la comunidad foral se atascarán de vehículos de aragoneses, catalanes, andaluces o madrileños, llenos hasta la baca. Además de la belleza de sus paisajes y de su prosperidad, Navarra ofrecerá a estos nuevos pioneros un sistema fiscal envidiable, con un IRPF mucho más favorable que el vigente en otras comunidades, y con unos impuestos de Sucesiones y de Sociedades que invitan a comprarse una casa en Pamplona e instalar allí la residencia.

Guiños aparte, el nuevo impuesto sobre la Renta que preparan las autoridades forales es, junto al vasco y sobre el papel, el más ventajoso para los contribuyentes. Si el proyecto que está a punto de aprobar el Parlamento establece una tabla para los asalariados de seis tramos, entre el 18% para las rentas más bajas y el 48% para las más altas, en Navarra este mismo baremo oscila entre el 15% y el 47%.

Además, como comentábamos hace un momento, el Impuesto de Sociedades en estudio por las autoridades navarras establece un tipo impositivo del 20% para los beneficios que las empresas reinviertan, y que, por tanto, no repartan entre sus accionistas. En las comunidades de régimen general, este impuesto es del 35%. En la vecina Euskadi, del 32,5%.

En el País Vasco también están de enhorabuena. El proyecto de IRPF que maneja su Gobierno sonríe a las rentas bajas y medias. La famosa tabla de retenciones contempla una escala entre el 17% y el 50%, y exime a las rentas de hasta cinco millones de pesetas de presentar la declaración. La reforma fiscal de Rato es más timorata, y sólo permite a los asalariados que cobren menos de 3,5 millones no rendir cuentas con Hacienda.

Además de las diferencias en la letra grande de la ley tributaria entre los territorios forales (País Vasco y Navarra) y el resto del Estado, las comunidades autónomas disponen de la oportunidad de añadir nuevas deducciones a la lista vigente en toda España. Por ejemplo, ¿cuánto cuesta un hijo? Pues depende de donde usted viva y de si es el primero, el segundo o el tercero. En Madrid, cualquier niño nacido en 1998 trae bajo el brazo un pan de 25.000 pesetas. En Valencia, sólo si su nuevo pequeñín es el tercero... o el cuarto.

Una vez que conozca el rompecabezas tributario, usted puede atreverse a instalar su empresa en Navarra y aprovecharse de su nuevo Impuesto de Sociedades, mantener su residencia fiscal en el País Vasco para beneficiarse de la declaración de la Renta... mientras no tenga familia numerosa, porque, quizá, echando números, le interesa asentarse en Galicia, donde la paternidad goza de un trato muy preferente. Eso sí, le recomendamos que cuando sienta que su vida se acaba, coja las maletas y se instale en Pamplona, donde tiene ya montada su empresa, porque Navarra también cuenta con una legislación de sucesiones muy ventajosa y sus herederos se lo agradecerán eternamente.

Dejamos de lado otra vez el chascarrillo y planteamos una asunto más serio. El complejo sistema fiscal de nuestro país puede provocar la paradoja de que todos los ciudadanos seamos iguales ante la ley, excepto ante la ley tributaria. De que por el mero hecho de la residencia un contribuyente se vea sometido a una mayor presión fiscal. La Unión Europea mira con recelo este galimatías y ha hecho llegar sus resquemores al Gobierno español. Incluso en algunas regiones, como en La Rioja, se ha propuesto que las comunidades firmen un código ético para no emplear medidas de dumping fiscal con sus vecinas. Mientras tanto, usted cómprese un mapa y una calculadora.

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