SU DINERO


Año 3 / Número 89 / Domingo 7 de septiembre de 1997

EN PORTADA
Por Jesús Maraña

'Tempus horribilis' para el ciudadano medio

Con la que está cayendo, parece milagroso volver de las vacaciones no ya vivo, sino sin heridas leves siquiera. (Heridas físicas, se entiende, que las del alma no figuran en las estadísticas). Sin embargo, no hay economía doméstica que no sufra al final del verano un choque aparatoso, una avería de difícil arreglo o al menos un alcance, que diría un locutor de información de tráfico. Cualquiera que pertenezca a ese perfil estadístico común e innumerable conocido como 'ciudadano medio' se enfrenta en lo económico al mes más negro del año. Quien tiene hijos en edad escolar sabe que la cuesta de enero es pura broma comparada con este septiembre complejo e interminable. Y el que no tiene hijos pone el oído atento o ve hacer sumas y restas al vecino y pierde cualquier apetito de procrear.

La tez morena del verano se torna pálida al abrir el buzón de los disgustos. La 'extra' de julio es un recuerdo lejano; los recibos de luz, gas, agua y teléfono son el presente contable, por no enumerar la puntualísima letra de la hipoteca, el coche, el seguro, el ordenador o algún impuesto municipal. Si algo quedaba en el fondo de la cesta de los ahorros, unos días después llega el susto casi definitivo: las tarjetas de crédito se cobran esos gastos olvidados, cuya cifra total siempre parece imposible.

Pero el horror surge con ese fenómeno tan tierno y ruidoso de 'la vuelta al cole'. Si se trata de un centro privado, el precio de los uniformes sólo estaría justificado si el chico pudiese utilizar el traje el día de su boda. Las leyes del crecimiento y el escasísimo gusto de los diseñadores de la vestimenta colegial impiden esta posibilidad de ahorro. En la escuela pública no hace falta uniforme, pero el clima y el decoro aconsejan no enviar a los chavales desnudos, de modo que cada otoño se impone renovar el vestuario. La distancia sociológica entre la educación privada y la pública se estrecha cada año gracias a la televisión: todos los adolescentes prefieren unas marcas determinadas de anoraks, deportivas o vaqueros. Y sus padres, si pueden, las pagan.

Llegamos al utensilio fundamental en la educación: los libros. Épocas hubo en que pasaban de un hermano a otro menor cuidadosamente forrados con plástico, papel marrón o esparadrapo en los lomos. Pero los rápidos cambios en las ciencias, la geografía o las humanidades, así como la imperiosa voracidad de negocio de las editoriales hacen que el manual de matemáticas de la semana que viene no pueda ser el mismo que valía hace dos meses. Se calcula que el 70% de los libros escolares manejados en España se compran nuevos cada año.

No hace tanto tiempo, escribir algo en un libro de texto era un delito castigado con un sonoro bofetón. Hoy, las editoriales utilizan el truco ­consentido por las autoridades educativas­ de incluir ejercicios en los manuales, de modo que los hagan inservibles para el curso siguiente.

La ministra Aguirre acaba de anunciar nuevas becas para la compra de libros a familias cuyos ingresos anuales no excedan 1.200.000 pesetas. Las ayudas son de 10.000 pesetas por alumno de Primaria o Secundaria Obligatoria. Según las editoriales, cada familia española gasta más de 9.000 pesetas en material escolar. Las organizaciones de consumidores dicen que ese gasto oscila entre las 12.000 y las 18.000 pesetas. Sea como fuere, esas ayudas no se acercan ni de lejos a las que existen en la mayor parte de los países europeos, y tampoco sirven al citado, innumerable y siempre pagano 'ciudadano medio', cuyos ingresos superan el tope establecido pero no llegan para cubrir gastos.

Esta retahíla de lamentos contables sería un simple ejercicio de masoquismo si no la acompañáramos de algunas ideas útiles para superar este 'tempus horribilis'. Con la ayuda de expertos y del sentido común, recogemos en páginas interiores varias fórmulas que ayudan a salir del bache. Eso sí, ninguna sale gratis y todas exigen un férreo control de gastos, una disciplina de colegio privado... sin uniforme.


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