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Púgil. El boxeo y el At. de Madrid son dos de sus pasiones.
Púgil. El boxeo y el At. de Madrid son dos de sus pasiones.

El actor hiperactivo

[foto de la noticia]

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por Jordi Costa
fotografías de Rosa Muñoz


"Graffitero", golfo de barrio, boxeador, pendenciero en busca de problemas y finalmente actor. Daniel Guzmán, el tierno Roberto de la serie de TV "Aquí no hay quien viva", revela una trayectoria personal y profesional pintoresca. Intérprete tentado por proyectos cinematográficos cada vez más ambiciosos, cortometrajista con un Goya y aspirante a director, ahora estrena "A golpes", donde se calza los guantes junto a Natalia Verbeke.

"El ‘Dani’ y el ‘Guzmán’ están muy unidos. El ‘Guzmán’ es el actor y el ‘Dani’ es con quien estás hablando ahora. No hay una disociación. A Dani le está saltando la luz de alarma y está diciendo: ‘¡Para, para!’ Me está diciendo: ‘Debes parar para escribir y para dirigir’". Daniel Guzmán (Madrid, 1973) acaba de rematar un día de promoción maratoniano fotografiándose sobre el ring donde entrena desde hace dos o tres años. Esta noche tiene que estudiarse 30 páginas de guión para rodar mañana un capítulo de Aquí no hay quien viva, y aún tiene que someterse a esta entrevista que nos hará cruzar la madrugada.

Así no hay quien viva, probablemente. Pero el actor tiene energía para eso y más. Aunque todo buen momento profesional es, también, una encrucijada: "Ahora mismo, no disfruto de mi trabajo. La cocina necesita su tiempo. El valor más preciado en la sociedad actual es el tiempo y nos hemos vuelto un poco locos. Hemos perdido la noción de que todo necesita su maduración. Lo que más me gusta del trabajo es la búsqueda: ensayar mes y medio o dos meses antes de enfrentarme a un papel. Quiero probar cosas. Lo que ya controlo no me llena. Para mí es tan importante la preparación de una película como el rodaje mismo".

Quizás ésta sea su última temporada en el reparto de Aquí no hay quien viva. En A golpes, la última película de Juan Vicente Córdoba —que ya le dirigió en Aunque tú no lo sepas—, el actor da una nueva vuelta de tuerca a su ya probada naturaleza de camaleón encarnando a Fran, una bestia parda de barrio, frente a una Natalia Verbeke que también testa su facilidad para el derechazo, tanto físico como emocional.

Guzmán tiene otras películas pendientes de estreno: Arena en los bolsillos, de César Martínez Herrada —en la que da vida al educador de un centro de acogida de jóvenes desarraigados— y Mia Sarah, de Gustavo Ron, que acaba de rodar en Galicia junto a Fernando Fernán-Gómez, Verónica Sánchez y Manuel Lozano. "Aquí hago un personaje completamente diferente a mí, en un registro ajeno al realismo", adelanta el actor. "Es un psicólogo introvertido, inseguro, sin ninguna relación extra-profesional. Se trata de un relato muy mágico, sin sexo explícito, violencia gratuita, ni efectos especiales. Tiene ecos de Tim Burton", comenta.

Tras la cámara. Después del Goya al mejor cortometraje en 2004 por Sueños, el "Guzmán director" está pugnando por volver a manifestarse y consolidar su talento en un largo. La idea está ahí: "Será una historia de amistad entre un adolescente y su profesor, dos personajes de generaciones distintas que se ayudan mutuamente…". Pero falta tiempo para madurar el proyecto y afrontar el reto. De momento, parece que la tranquilidad y el reposo no llegarán esta noche. Cualquiera consideraría que está en su mejor momento, pero no ha nacido para dormirse en los laureles: "El mayor enemigo al que me enfrento ahora mismo es mi oficio, el control que tengo sobre mi trabajo. Eso me pierde. La única manera de progresar y crecer como actor es asumir un riesgo. Saber a dónde quieres llegar y cómo hacerlo, aunque sea un sacrificio muy fuerte. No quiero ser un funcionario de la interpretación. No mitifico este trabajo. Es como cualquier otro. El día en que no se me muevan las tripas, haré otra cosa", confiesa.

Daniel Guzmán se llamaba Tifón. Ése era el nombre de guerra que le llevó a una temprana fama. La firma que estampaba en graffitis que eran el rastro visible de unos años salvajes que, hoy, son su paraíso perdido: "Era muy conflictivo. Siempre me ponía en la piel de otro. Luchaba contra la monotonía, contra lo establecido. Había riesgo, ilegalidad y mucha incertidumbre en esa vida de graffitero. A veces trabajaba en sitios donde te jugabas la vida, o tenía que irme corriendo de una estación de metro a otra escapando por las vías, porque me perseguían o me iban a dar una paliza, o me iban a denunciar o se iban a enterar mis padres. No tenías dinero y conseguías el material como fuera. Te metías en muchos líos. Fue una época preciosa. Era un tío libre".

Daniel Guzmán se acelera rememorando ese pasado frenético que hoy alienta su nostalgia: el día en que metió un perro vagabundo en clase, o cuando robó en un camión de reparto y le llevó el desayuno a toda la clase, o cuando copió en un examen usando un walkie-talkie y un pinganillo que camufló pintándolo de color carne y tapándolo con su pelo largo. "He sido muy malo. He hecho de todo, pero me lo he pasado de puta madre", afirma. "He sido muy peleón. He arriesgado mucho con los coches y con las motos. Me he metido en problemas. Yo no tenía barreras: quería algo e iba a por ello, y lo conseguía. Me he saltado normas y leyes. Por principios. He estado muy cerca del delincuente juvenil. He intentado no hacer daño a nadie, pero no siempre lo he conseguido. Era un tío sin moral. No entendía ni de lo bueno, ni de lo malo. Tenía libertad, autonomía. Con todo lo que he sido, hace poco fui al instituto a ver a mis antiguos profesores y me hizo mucha ilusión ver el cariño que me tenían. No me importa ser cabroncete, pero ser mala gente no me gusta".

Fueron los caminos del graffiti los que le permitieron descubrir su vocación futura: su celebridad underground en ese terreno le llevó a protagonizar junto a Muelle —otra leyenda de la pintura de guerrilla— el documental Mi firma en las paredes. A partir de ese momento supo que quería ser actor —"me pagaban por jugar: cobraba un sueldo por no ir al colegio, por estar en pie hasta las cuatro de la mañana, por disfrutar y pasármelo bien"—, aunque a punto estuvo de tomar otro desvío de riesgo: "Tengo una relación muy estrecha con mi abuela, es un referente de sabiduría y bondad para mí. Cuando dije que quería ser actor, mis padres me apoyaron, pero mi abuela me dijo que mejor me buscara un oficio aparte. Me preparé las oposiciones para bombero. Es un trabajo bonito, en el que estás en contacto directo con tu cuerpo. También me atraía el peligro, eso de entrar en un sitio y no saber qué ibas a encontrarte. También hubiera podido ser futbolista. Desde pequeñito me gustó, pero tuve una lesión a los 14 años: me rompí el fémur y la rótula y tuve que dejarlo por dos años y ahí ya se me pasó el tren. Llegué a entrenar en un equipo de Tercera División. No sé si hubiera llegado a Primera, pero lo soñaba y me preparaba para ello".

Pero dos ofertas de trabajo se interpusieron a tiempo: Fernando León le propuso protagonizar Sirenas, su primer cortometraje y, poco más tarde, Fernando Colomo le dio la oportunidad de explotar su vis cómica en Eso, la comedia con la que el director de Tigres de papel decidió aproximarse a las generaciones emergentes. Daniel, huelga decirlo, no se presentó a las oposiciones al Cuerpo de Bomberos.

En Daniel Guzmán libran un pulso perpetuo el niño encerrado en cuerpo adulto y el talento proteico capaz de lograr todo objetivo. No es nada descabellado ver en su corto Sueños, su remarcable trabajo como director, un transparente intento de volver a tocar esa edad en la que todo, incluso lo más peligroso, era un juego: "Lo que viví es lo que me hace ser como soy ahora. La adolescencia es una de las partes más importantes de la vida: hay caminos que eliges en esa época y ya no hay marcha atrás".

Su experiencia dirigiendo a los jóvenes actores del premiado cortometraje le permite marcar distancias con uno de sus mitos personales: "Discrepo de Hitchcok cuando afirmaba que no era conveniente trabajar ni con niños, ni con animales. Con los animales siempre me he llevado bien y con los niños volvería a repetir, porque tienen una verdad que no puede alcanzar nadie. Si te comprenden, son los más disciplinados. Y su mirada es totalmente pura y transparente".

Observado. Hablando de miradas, Aquí no hay quien viva, la serie que ha añadido un nuevo capítulo a su larga trayectoria televisiva, es vista por 11 millones de personas. A consecuencia de ello, Guzmán ya no puede ver la vida como antes, porque la calle se ha convertido en una jungla de miradas dirigidas a él: "No te das cuenta de lo preciada que es la intimidad hasta que la pierdes. Hay veces en que necesitas aislarte y no puedes estar en la calle. Me gustaría ser el actor que trabaja y no es famoso. Me gusta mucho observar a la gente y la fama me lo impide".

Dice que desde que se entrena metódicamente en el ring se ha convertido en un hombre tranquilo: "El boxeo es para listos. No gana el que más pega, sino el que menos se lleva". Para Fran, su personaje en A golpes, el cuadrilátero no posee ese valor balsámico, sino que es el territorio abstracto de su único lenguaje posible: "No juzgo a mi personaje. Sus antecedentes tienen mucho que ver con su forma de ser. Tampoco lo justifico, pero no es lo mismo nacer en un sitio que nacer en otro. No es lo mismo tener una educación que otra, comunicarse a golpes o hacerlo con las palabras. Dicen que puedes llegar a ser lo que quieras, que conseguirás lo que te propongas, pero la vida no es así. Tú eres lo que puedes y lo que te dejan ser".

La película ha vuelto a reunir a Guzmán con Natalia Verbeke años después de un curso de común aprendizaje bajo el magisterio de Lee Strasberg, que les llevó a ser Hamlet y Ofelia. A golpes les reserva otra relación atravesada por la desdicha y confirma que esa intensidad de aprendices ha madurado en buena dirección. Conviene no perderse este tour de force en la carrera de Daniel Guzmán: su capacidad de transformación y su empeño en cuestionarse constantemente puede convertir este trabajo en pieza clave para descifrar su inabarcable futuro.

"A golpes", dirigida por Juan Vicente Córdoba, se estrena el próximo viernes.



 
 
 
No permite que le doblen


Aunque “A golpes” no es únicamente una película de boxeo –en ella se habla de “alunizajes”, bandas juveniles y demás aledaños de la marginalidad–, los incondicionales de Daniel Guzmán la recordarán como la película en que el actor se sube a un cuadrilátero y noquea toda idea recibida sobre su imagen mediática. El actor quiso que sus escenas pugilísticas estuviesen tocadas por la verdad: “Al director, Juan Vicente Córdoba, le dije: ‘llevo muchos años entrenando y yo no quiero hacer coreografía, quiero pegarme. Confía en mí, tío. No me gusta doblarme a mí mismo. Tú rueda tus planos, pero dame un par de tomas para mí de dos asaltos de dos minutos. Y si me tumban, ¿qué?. Pues me despiertas y a por otra toma’”. Guzmán se bate con el altísimo listón que han colocado otros actores en retos semejantes, pero, frente el triunvirato integrado por Sylvester Stallone, Robert de Niro y Russell Crowe, él escoge otro referente: “Ante Hillary Swank me quito el sombrero: si ves ‘Million Dollar Baby’ y sabes algo de boxeo, te das cuenta de que, desde el principio hasta el final, esa tía está haciendo lo que tiene que hacer. Es una grande. Es una tía con mayúsculas. Hay cosas que no me gustan de la película, que tiene algo de ‘Estrenos TV’, pero lo que hace ella como boxeadora es impresionante. Me ha dicho mi entrenador que Russell Crowe está excelente en ‘Cinderella Man’, pero no puedo decir mucho más porque no la he visto. ‘Rocky’ es una gran película: crecí con ella. Y el gran clásico es ‘Toro salvaje’, pero no tiene tanto boxeo como parece”.
 
 
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