Estoy en la comarca del río Guadalmellato, un rincón de Sierra Morena cordobesa que en la época de lluvias -o en los años de lluvias-, es lo más parecido a un Serengeti español. Una tierra de una serenidad y una belleza majestuosas. Ubérrima como los campos de la Biblia. Esta vez no es así. La sequía de este año terrible ha dejado el terreno seco como una garganta en día de resaca. Media España luce así este otoño sin nieblas, amarilla y parda en pleno noviembre, pero eso no impide que en Guadalmellato todo esté lleno de actividad.
Las fincas están a punto de recibir los primeros linces salidos del programa de cría en cautividad. Un paso sin precedentes. Una buena noticia. Y algo que llama la atención de los conservacionistas en todo el mundo. Porque la especie era el felino más amenazado del planeta y su ocaso en directo era un oprobio para la soberbia España de la economía pujante... o el nuevorriquismo rampante. Ahora, nuestro tigre ibérico levanta el vuelo tras varios años de intenso trabajo, tanto sobre el terreno, donde habitan los últimos ejemplares salvajes, como fuera, en los laboratorios de la cría en cautividad, donde los técnicos se han afanado durante años para lograr una población viable de ejemplares reproductores.
Pero antes de relatar lo que se ha logrado con el lince y lo que se va a hacer con él, habría que recordar de qué situación venimos. Y lo haré con una historia personal. Yo, por ejemplo, sólo he visto un lince en mi vida y hace muchos años. Estaba en el salón de una casa de un pueblo cercano a Gredos, disecado junto al televisor. Lo había matado la abuela de un amigo, cuando era moza. El bicho se metió al corral y se encontró un cepo y un leño que le rompió la cabeza. Esas cosas pasaban antes. De hecho eran legales y fomentadas por la Administración pública. Eran los años 50, en el campo había linces y personas en abundancia. Y también había necesidad. Se mataba a las 'alimañas' porque 'molestaban' al hombre. El Gobierno daba premios en metálico por cada lince y otros animales hoy protegidos que cualquier persona atrapara.
Luego todo fue cambiando... De abundantes y perseguidas, muchas joyas de nuestra fauna pasaron a ser escasas y protegidas. Ahora, por ejemplo, sólo quedan 230 linces en toda la Península y hacerles daño se ha convertido en un crimen. ¿Cómo ha empeorado tanto la situación de una especie?
Los expertos dan varios motivos. Y el primero es el descenso de conejos. El pequeño roedor constituye el 95% de la dieta del felino. No necesita muchos -una hembra con crías consume un conejo al día-, pero sí los requiere de forma constante. El lince es un superespecialista adaptado a vivir de un recurso, el conejo, que era muy abundante en el ecosistema mediterráneo, de donde es propio. Pero dos enfermedades, la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica vírica, han diezmado las poblaciones del herbívoro. Las epidemias estallaron en los años 60 y 80 respectivamente. Y siguen presentes en el campo en mayor o menor medida. El hombre tuvo que ver en la dispersión y en su creación. De hecho, la mixomatosis fue una creación de laboratorio, ideada para acabar con los conejos en países donde se los consideraba una plaga.
Pero la cuestión del alimento no es la única que contribuye al declive del lince. Algunos científicos señalan que la muerte por el hombre ha causado también muchas bajas. El uso de cepos está prohibido, pero se siguen empleando ilegalmente para 'controlar' predadores en muchas fincas. Buscando capturar zorros, por ejemplo, son muchos los felinos que han caído en ellos, sostienen algunos investigadores. Y ésto ha actuado como un 'sumidero' de animales. Han ido desapareciendo en el silencio de lo que ocurre dentro de las fincas.
Además, está la fragmentación del hábitat provocada por las carreteras y otras infraestructuras que empezaron a aumentar desde mediados del siglo. Y, por último, pero no lo menos importante, está la transformación del campo en España. El desarrollo experimentado en las últimas décadas ha cambiado el paisaje tradicional, variado y con un mosaico de usos, que resultaba óptimo para el lince y el conejo.
Ha habido dos tendencias: a dejar de cultivar los terrenos poco rentables o a intensificar las tareas en los hábiles. Eso ha producido montes abandonados donde el matorral prospera o campos uniformes donde la producción es lo que cuenta. No hay ya la mezcla de usos y cultivos, de zonas abiertas y otras cubiertas de vegetación en las que medraban nuestras especies.
Ese campo actual es un terreno hostil para el lince. Y eso es lo que está cambiando. En Guadalmellato, la Junta de Andalucía, con ayuda de fondos LIFE de la UE, está restaurando el hábitat. Se han creado madrigueras para conejos o mejorado las existentes; se abren claros en las manchas de jaral; se han sembrado herbáceas o leguminosas para apoyar con alimento al conejo y se han creado puntos de agua.
Frente al abandono de muchos montes, estas fincas, cuyos propietarios apoyan y participan en el proceso, han cambiado su aspecto. Seguirán dedicadas a la caza o la cría de ganado, pero también serán un buen terreno para el lince. En ellas van a aterrizar, en este mes de diciembre, los primeros elegidos. Vuelve el lince. Y si puede ser, para quedarse. Las cosas cambian.
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