Es joven, inteligente, tiene un indiscutible instinto empresarial y luce en su currículum una ingeniería. Y vive en un pueblo. María Alfonso encarna a la perfección el papel de eso que se ha venido a llamar mujer rural emprendedora, una especie en peligro de extinción.
Lo de menos es que hace apenas un par de meses recibiera el primer premio de la Fundación Biodiversidad -concedido por el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino- en la modalidad de Liderazgo e Innovación por su trabajo al frente de la bodega Nuntia Vini en la localidad zamorana de Sanzoles. Lo verdaderamente importante es su compromiso con el campo, con la gente del pueblo, con un tipo de agricultura sostenible en la que tiene una fe ciega y en la que confía para mejorar el mundo.
María no se ha marcado solamente como objetivo la venta de vino. En realidad, esa parece ser una meta secundaria. La suya es casi una labor apostólica, encaminada a la mejora de la calidad de vida del ser humano. Su mensaje es el de la sostenibilidad, el de la apuesta por la agricultura racional y capaz de perpetuar la presencia del hombre sobre la tierra en vez de esquilmarla sin piedad.
Antes de ser mujer rural, de apostar por la ecología, María Alfonso probó a llevar una vida 'normal'. «Mientras cursé ingeniería en Vigo descubrí lo que es vivir en una gran ciudad, con el agobio de los coches y los horarios. Entonces fui consciente de que mi sitio estaba en Zamora, en mi pueblo, en los viñedos entre los que crecí», asegura convencida. El regreso a su terruño de origen tuvo más de convencimiento que de necesidad. «Sentí que sólo el mundo rural podía darme el tipo de vida que quiero y con el que verdaderamente soy feliz».
En Sanzoles, un pequeño pueblo de apenas 200 vecinos, tomó las riendas de la bodega para transformar el pequeño negocio familiar en «algo más que una bodega». En gran parte, suyo es el mérito de haber descubierto en los vinos Volvoreta, elaborados hasta hace unos años por su padre, propiedades antienvejecimiento, cardiosaludables o anticancerígenas. Como un bálsamo de Fierabrás, los caldos tintos elaborados con las uvas ecológicas cultivadas en sus viñedos, en plena Denominación de Origen Toro, son buenos para casi todo. «Y no lo son porque lo diga yo, son buenos porque lo dicen estudios de universidades tan prestigiosas como la de Barcelona que aseguran que en este tipo de vinos hay sustancias muy beneficiosas para el corazón», señala María.
Las bondades del vino ecológico no son sino la consecuencia de un cultivo natural de los viñedos. «Las cepas devuelven lo que reciben, si se las explota producen una uva vulgar, llena de las sustancias indeseables utilizadas para forzar su crecimiento; si se las trata de forma respetuosa, es posible vendimiar uvas ricas en elementos saludables como los compuestos fenólicos o el resveratrol, del que están confirmadas sus propiedades anticancerígenas».
Sin embargo, detrás del vino, María Alfonso quiere que vayan más cosas. Siempre bajo la cobertura del marchamo ecológico, pretende hacer mermeladas y mostos. A medio plazo, pretende levantar un centro de interpretación del viñedo ecológico, restaurar las casas de adobe del pueblo y poner en marcha un museo del vino. El objetivo es mostrar que la sostenibilidad no es un capricho, sino una necesidad. «Hay que mentalizar a la gente de que es necesario volver a lo natural, a la vida saludable de los pueblos».
María Alfonso, a pesar de su mensaje transgresor, es conciente de la dificultad que conlleva vaciar las grandes ciudades para llenar de vida los pueblos. «Es un proceso de cambio que tiene que ser progresivo y, sobre todo, debe tener su punto de partida frenando el éxodo rural». Porque en el campo, asegura, «hay una gran necesidad de mano de obra», sólo hay que solucionar el problema de la rentabilidad, algo que ya ha demostrado que es posible.
Para María, es imprescindible trasladar a la sociedad un mensaje real con respecto a la vida en el campo. «En los pueblos es más fácil conciliar la vida familiar y laboral y se puede llevar una vida más sana. Se puede ser más feliz en un pueblo de Zamora que en una vivienda de Madrid».
El nuevo mundo rural, encarnado por jóvenes como María Alfonso dista mucho del imaginado por los urbanitas. «Es un error identificar la vida en un pueblo con el aburrimiento o la falta de oportunidades». Lo cierto, subraya, es que la mejora de las carreteras, la generalización de internet y la telefonía móvil, hacen que vivir en un pueblo sea una experiencia bastante aproximada a «lo ideal».
Mientras encara el futuro con el convencimiento de estar en el camino correcto, María Alfonso sueña con terminar cuanto antes sus viajes de negocios para regresar al mundo perfecto levantado entre viñedos y casas de abobe.
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