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 DIRECTORIO   Viernes 25 de julio de 2003, número 310
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EN PORTADA
Corralas redimidas
El Ayuntamiento de Madrid convierte las antiguas infraviviendas del distrito centro en modernos apartamentos
LUIS ALEMANY

¿Vivir en una corrala? A muchos ciudadanos no les sonará muy bien la idea. Durante siglos, las corralas han sido un sinónimo de infravivienda: cubículos mínimos, condiciones de salubridad inaceptables, baños compartidos entre vecinos, ausencia de intimidad... Aún hoy, el centro de Madrid conserva un buen número de edificios en los que sus habitantes (ancianos e inmigrantes, sobre todo) ocupan viviendas deplorables.
Sin embargo, la vivienda popular del antiguo Madrid también tiene redención. Así lo entiende el Ayuntamiento de la capital, que ha incluido la recuperación de estos edificios en los programas con los que, a través de la Empresa Municipal de la Vivienda (EMV), quiere devolver a la vida al distrito uno.


«En todo Madrid hay unas 400 corralas», indica Ángel Rodríguez Hervás, gerente de la EMV, «que, sobre todo, están en el distrito Centro, pero también en Arganzuela, Tetuán, Chamberí, Carabanchel, Latina y Vallecas. En la mayoría de los casos, se encuentran en muy mal estado aunque no tenemos información completa».


«Precisamente esta primavera», continúa Rodríguez Hervás, «hemos alcanzado un acuerdo con el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos y con la Universidad Politécnica de Madrid para hacer un censo definitivo y completo de las corralas de Madrid: localización, datos históricos, dimensiones, estado de conservación y, sobre todo, ocupación y uso que reciben. Es fundamental saber en cuántos de esos edificios hay situaciones de infravivienda».


En ese sentido, los datos que ya maneja el Consistorio son descorazonadores. La vivienda tipo de estos inmuebles mide entre 18 y 32 metros cuadrados, y acoge a tres o cuatro personas. Rodríguez Hervás explica que, aunque parezca increíble, «muchas de esas casas tienen cuatro piezas: dos dormitorios, una cocina y un distribuidor comedor», a razón de seis metros cuadrados por estancia.


Además de por las condiciones de hacinamiento, el Ayuntamiento también se preocupa por la seguridad física de los habitantes de unos edificios que, a menudo, cuentan con siglos de antigüedad y cuyo mantenimiento ha estado abandonado por sus propietarios. El eterno problema de la renta antigua.



A PIE DE CALLE

Conocer para actuar. En la oficina que la EMV ha abierto en la calle de Lavapiés para dirigir las obras que promueve en el barrio, la arquitecta Angelina Ruiz de Temiño atiende a los propietarios de casas que han solicitado ayudas a la rehabilitación y «en sus ratos libres» dirige las obras que tratan de recuperar algunas de esas 400 corralas.


Más que visitas de obras, Ruiz de Temiño hace auténticas giras por el barrio: asesora una rehabilitación de promoción privada en la calle de Mesón de Paredes -«por favor, no pongáis esos pomos dorados que quedan fatal»- ; se interesa por el realojo de los vecinos de otra finca dos manzanas más arriba; inspecciona el estado de los pilares de un edificio abandonado (después de haber sido okupado) que parece irrecuperable en la calle del Oso; supervisa el trabajo de los soladores en otro inmueble y, al final, se recrea con el buen aspecto que tienen las viviendas de la corrala ya entregada de la calle del Amparo...


No en vano, la EMV ha adquirido 30 edificios (actualmente negocia la adquisición de cuatro más) que, en la mayoría de los casos, tenían un solo propietario y muchos inquilinos de renta antigua. «El Ayuntamiento, al adquirir la propiedad», explica la arquitecta, «se hace cargo de la remodelación de las viviendas y de realojar a los inquilinos durante todo el periodo que duran las obras».


El realojo es inevitable. Las obras en las corralas no sólo consisten en reforzar los pilares y hacer algunas reparaciones, como puede ocurrir en cualquier otro edificio que hay que poner al día; también es imprescindible cambiar radicalmente el modelo de las viviendas para lograr que los nuevos pisos cumplan con la cédula de habitabilidad. Por eso, es imposible que los vecinos convivan con las obras, y, por eso, Ruiz de Temiño habla de remodelación y no de rehabilitación.


Así, la lista de deberes que hay que cumplir en cada corrala empieza con el apuntalamiento, la restauración o la sustitución de los pilares y las crujías. En la mayoría de los casos, las construcciones anteriores al año 1900 se levantaban sobre estructuras de madera, que no en todos los casos son recuperables. En esas ocasiones, hay que colocar pilares metálicos.



RENOVACIÓN COMPLETA

Pero ésa es sólo la primera de las reparaciones a las que hay que someter a estos edificios: suelos, aislamientos, fachadas, carpinterías y cristalerías, canalizaciones, bajantes, además de buscar un hueco, allí donde sea posible, para instalar el ascensor.


Sin embargo, la clave de estas remodelaciones está en la reasignación del espacio: la cuestión no consiste en adecentar los cubículos originales de 18 metros cuadrados, sino en crear viviendas con tamaños aceptables (a partir de 40 metros cuadrados) con todos los servicios necesarios y con nuevos conductos de ventilación. Es imprescindible, por tanto, deshacerse de los baños comunes e instalarlos en el interior de cada piso, con sus respectivas ventilaciones. Inevitablemente, se reduce el número de viviendas en cada casa.


¿Qué ocurre con los vecinos realojados, si se ha reducido el número de viviendas disponibles? «Ése no suele ser un problema», explica Ruiz de Temiño, «porque en muchos casos, los inquilinos no tienen ganas de volver al barrio y prefieren vivir en las casas que les hemos asignado». Tanto es así que en muchas ocasiones se quedan apartamentos vacantes.

 REHABILITACIÓN DE UNA CORRALA


REINVENTAR EL MODELO
Lo de recuperar las corralas no sólo es una cuestión de sensibilidad histórica. Hay algo atractivo en su tipología para el mercado, también en pleno siglo XXI.


Así lo entendieron el promotor Carlos Iglesias y el arquitecto Felipe Pascual, que recuperaron un edificio en la calle de la Sombrerería. La finca alberga una corrala forrada en materiales metálicos y aspecto impecable que, al final, no es lo que parece.


«El edificio original», explica Pascual, «nunca fue una corrala. Cuando empezamos a trabajar en él estaba tan en ruina que la normativa sólo nos pedía que conserváramos la fachada, así que abrimos un patio al que dieran las casas y, a cambio, subir una altura para ganar superficie. La idea de crear una corrala, con materiales modernos, en la que los vecinos convivieran nos pareció muy atractiva».



 
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