EUROPA
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BLANCA |
El país escandinavo ofrece mucho más que fiordos
sobrecogedores. Su capital, Oslo, dorada y cobriza en otoño,
esconde el paradigma de la perfecta proporción.
NORUEGA
El camino al norte
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ESPIDO FREIRE
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Para muchos, el Bryggen, el puerto de madera perfectamente
conservado de Bergen, convierte a esta ciudad en la más bella
de Noruega. |
Existen países que se justifican únicamente por su capital;
fuera de ella, no aparece nada de interés. Noruega ha sido durante
mucho tiempo la excepción: se creía que, una vez vistos
los fiordos, o una vez que el crucero llegaba hasta Cabo Norte, no quedaba
nada por descubrir. En parte es cierto. Un turista que prefiera un viaje
bien organizado,...
... y una serie de experiencias para coleccionar y a las que acudir
cuando el invierno se haya asentado con grisácea monotonía
encontrará en las costas del sureste de Noruega paisajes bellísimos
y sobrecogedores, fiordos inmensos cortados por el hielo y el tiempo,
y unos cielos eternamente luminosos y añiles durante el verano
escandinavo. Disfrutará del salmón y el bacalao, que no
conocen rival, de un mar variable y de colores desconocidos, y, si el
mes del año es el adecuado, del sol de medianoche, inolvidable
y conmovedor. Ningún pintor, ninguna fotografía, puede
dar idea de la luminosidad plomiza, de la inmovilidad del cielo, de
la cortina que se descorre de modo perpetuo sobre ese recuadro de tierra.
Todo eso puede ser suficiente para moverle a afirmar que, pese a los
escandalosos precios, y al aire helado que sopla incluso en julio, Noruega
es uno de los países más bellos del mundo. Sin embargo,
quien disfrutará con auténtico deleite allí será
el viajero con calma, esa escasa porción de nómadas que
no valora el tiempo por minutos, sino por acciones.
Noruega no se entrega fácilmente; quien regrese a casa únicamente
con el recuerdo de un idioma imposible y jaspeado de circulitos y palitos,
con sus casas de madera y los trajes típicos que aún visten
los domingos, en bodas y celebraciones, no ha ni siquiera arañado
en la superficie.
Oslo, muchas veces despreciado durante los viajes, exagerada su arquitectura
de posguerra y minusvalorada su posición, podría ser el
paradigma del país: nada en la capital resulta obvio. La avenida
principal, Karl Johans, si bien flanqueada de edificios y hoteles de
mérito, de la Universidad, el Parlamento, y de centros comerciales,
no pasaría, en España, de ser la calle Mayor de alguna
ciudad de provincias. Su belleza radica en las proporciones, perfectas,
en las fuentes y los árboles que la convierten, durante el otoño,
en una alameda dorada y cobriza. Un poco más allá, en
Kristian IV, queda la Galería Nacional, con El Grito, de Munch,
exhalando su aullido silencioso entre las paredes escasamente custodiadas.
La catedral, ligeramente apartada, con un sobrio interior luterano y
un hermoso órgano, no puede compararse, ni en tamaño ni
en presencia, a las iglesias católicas, pero delata una mesura,
una serenidad que sólo quien ha sobrevivido al interminable invierno
nórdco sabe apreciar. Incluso el palacio real, de quienes los
propios noruegos dicen que podría confundirse con un internado
para señoritas, comparte esa pulcritud de líneas neoclásicas,
esa falta de ostentación. Se accede libremente a él, sin
verjas, en mitad de un parque muy transitado (el Slottsparken). Tras
observar los relevos de la Guardia Real no queda sino desear que ninguna
amenaza aceche al monarca: los soldados se aburren durante la guardia,
y a veces su apostura marcial deja bastante que desear.
ELEGANCIA. Si deseáramos ir de tiendas, continuaríamos
por detrás del palacio, hasta Bogstadveien, la calle comercial
por excelencia. Si nos interesaran los edificios más elegantes
y de aspecto más noble de Oslo, escogeríamos Gyldenloves,
con sus casas de colores avainillados y rosas, sus pequeños jardines
frontales, que en invierno recuerdan a composiciones japonesas de ramas
secas, sus tiendas de antigüedades y sus ventanas compuestas para
ser vistas desde la calle: velas, jarrones, pequeñas esferas
de cristal, arbustos perennes tras los cristales sin cortinas.
Por ambas rutas puede llegarse al parque Frogner y al tesoro que guarda
en su interior: el parque Vigeland, con sus centenares de estatuas de
cuerpos humanos desnudos, indefensos, su inmenso monolito central y
una estructura en terrazas que permite una visión casi global
en la distancia. Vigeland, el escultor emblemático de Noruega,
trabajó durante la guerra y la posguerra en esta obra gigantesca,
símbolo de la ciudad.
Quedan aún multitud de parques y de rincones escondidos, el museo
Kon Tiki, el Folkmuseum, el palacio de verano, el Ayuntamiento, el puerto,
transformado recientemente en una sofisticada filigrana de acero y cristal,
que en verano se convierte en una sucesión de terrazas abarrotadas.
Falta cenar mejillones con vino blanco en el Café del Teatro,
un trocito de Viena implantado en Oslo, y pagar una visita al Hotel
Ópera, el más moderno de la ciudad, forrado en su interior
de mármol blanco y negro en un juego óptico complejo,
pero de una rara pureza. Y nos resta especular sobre el futuro edificio
de la Ópera, que se elevará en lo que son ahora tinglados
portuarios, en unos cinco años.
Si elegimos visitar el resto del país, es recomendable partir
desde Oslo, y si es posible, en tren. Las carreteras pueden encontrarse
en mal estado, y el límite de velocidad, muy estricto, llega
a desesperar a los conductores sureños. Los trenes funcionan
con puntualidad y resultan especialmente agradables en invierno, cuando
no queda más que hacer que observar cómo elpaisaje varía
tras la ventana.
AURORA BOREAL. Si la dirección es norte, variará
enormemente. En el trayecto hacia Trodheim, por ejemplo, se dejarán
atrás los bosques. Si el viaje continúa hasta Bodo, aparecerá
la tundra, el liquen amarillento adherido a las montañas y las
dos esferas que marcan el cruce del Círculo Polar. La gente,
por el contrario, se refugiará del frío mostrando un carácter
mucho más comunicativo. De Bodo parten botes que desean observar
las costumbres de los pájaros y los movimientos de las ballenas,
y los habitantes observan a los turistas con una taza de café
en la mano y un deseo continuo de charla.
Es posible continuar hacia Cabo Norte en los barcos que cubren la Hurtingruten,
buscar la Aurora Boreal, si se ha llegado allí en el invierno,
o también en barco, descender hacia el sur. En el camino quedará
Molde, con su estadio de fútbol, empleado también para
eventos culturales (durante mi primera estancia en Noruega, sirvió
para un congreso literario), y su fealdad de caja de zapatos. Pero a
escasa distancia puede visitarse la casa natal del premio Nobel Bjornstern
Bjornsson, con hierba en el tejado para ahuyentar el frío.
Bergen sería el siguiente alto: para muchos, la ciudad más
hermosa de Noruega, con un puerto (Bryggen) en madera perfectamente
conservado, una cabeza de ciervo dorada que vigila la entrada por mar,
y siete montañas que custodian el acceso. Ni siquiera la lluvia
constante disuade a los compradores del mercado de fruta y pescado del
puerto, y donde es fácil encontrar vendedores gallegos con historias
curiosas que contar. Y, si aún queda tiempo, la casa de Grieg,
el amable compositor nacional, merece la pena. Le enterraron junto al
mar, en una pared en la montaña, con rocas cubiertas de mejillones
a sus pies.
Desde ahí es necesario sopesar si se desea regresar a Oslo (siempre
en tren, en el trayecto más hermoso imaginable, seis horas de
nieve atascada en las montañas, lagos, casas negras y rojas,
y verdes, bosques de hadas y de osos) o continuar hasta Stavanger, en
catamarán, por ejemplo. Stavanger disfruta discretamente de la
prosperidad del petróleo, y en sus calles aparecen sin cesar
las dos pasiones de los jóvenes noruegos: los cafés y
las peluquerías. Alma y cuerpo, inteligencia y belleza.
Y reservaríamos para otro viaje Kristiansand y Kristiansund,
Arendal y Alesund, Tromso, Lillehammer, y cualquier pueblo desconocido,
de cortinas de perlé y pulcras lápidas cuadradas en el
cementerio. Y luego, el regreso a casa, al sur, al ruido y el sol, desde
el precioso aeropuerto de Oslo, madera, vidrio y metal, y placas de
metacrilato en el suelo, como hielo sin fundir, mostrando el piso inferior,
las entrañas de la tierra, los entresijos de un país exquisito
y complejo, marcando el camino al norte.
Espido Freire es escritora. Ganadora del Premio Planeta 1999,
Diabulus in Música es su última novela.
Guía
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Geografía: Situada en la península escandinava,
limita con Suecia, Finlandia y, a lo largo de algunos kilómetros,
con Rusia.
Población: De sus 4,4 millones de habitantes, 500.000
viven en Oslo.
Idioma: El noruego.
Moneda: La unidad monetaria del país es la corona
(kroner).
Clima: Frío y húmedo. En invierno baja a -10ºC.
Cómo llegar
KLM (Tfno: 902 222 747) vuela a Oslo vía Amsterdam, desde
34.900 pesetas. SAS (Tfno: 902 117 192) vuela vía Copenhague
todos los días, desde 44.900 ptas. ida y vuelta . SABENA
(Tfno: 901 116 720) lo hace vía Bruselas, desde 49.915 pesetas.
Alojamiento
El Hotel Continental (Tfno: 22 82 40 00) es uno de los más
prestigiosos de Oslo. Su emplazamiento es ideal, a dos pasos de
la calle principal de la ciudad. De sus distintos bares y restaurantes,
el Theatercaféen es el más lujoso. La habitación
doble cuesta 41.000 pesetas (248,726 euros). El Frogner House Hotel
(Tfno: 22 56 00 56), emplazado en un bello edificio victoriano,
está situado en una de las zonas más elegantes de
la capital noruega, a dos kilómetros del centro. La habitación
doble cuesta 21.500 pesetas (129 euros). El Nobel House Hotel (Tfno:
23 10 72 00) queda cerca de los mejores resaturantes y museos de
la ciudad. La habitación doble vale 33.500 pesetas (201,728
euros).
Cuándo ir
La mejor época es de mayo a septiembre. Sin embargo, a partir
del mes de noviembre es el mejor momento para esquiar o buscar la
Aurora Boreal, en las noches polares.
Restaurantes
El Mauds (Tfno: 22 83 72 28) ofrece comida tradicional noruega,
y su especidalidad es el pescado, desde 4.000 pesetas (25,177 euros)
el plato. El restaurante Kaffistova (Tfno: 22 42 99 74) sirve buena
comida casera asequible, con platos desde 1.600 pesetas (10 euros).
El Blom (Tfno: 22 42 73 00) destaca por ser el restaurante donde
tradicionalmente se reúnen los artistas. Es famoso por sus
platos de salmón, reno y alce, así como por su prestigiosa
bodega.
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