Nº 08
Mayo de 2002

Motor & Viajes    
       
EL VIAJE

En uno de los países más mágicos del mundo se encuentran esparcidos verdaderos oasis de lujo y elegancia. Son los antiguos palacios de las grandes familias aristocráticas que hoy se han convertido en hoteles de leyenda

LA INDIA
Vivir como un ‘maharajá’

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JAVIER MORO

El Samode Palace de Jaipur, en Rajastán, pasó a ser hotel en el año 1987. Antigua residencia del principe Rawal Sangram y su descendencia, es un ejempli claro de la arquitectura Rajput-Moghul

Los acontecimientos del 11 de Septiembre han afectado al turismo en la India. Pero lo que es una mala noticia para la industria del viaje se convierte en una ventaja para quien quiera zambullirse en el país romántico y fastuoso de los maharajás. Hay sitio en todas partes y se pueden negociar precios interesantes en auténticos palacios de ensueño. La India está salpicada de maravillosos palacios y fuertes rehabilitados en hoteles (tipo Parador) que pertenecen en su mayoría a los descendientes de las familias aristocráticas. Estos reyes sin reino desde 1971, año en que Indira Gandhi los despojó de sus privilegios, se han tenido...

...que convertir en hombres de negocios muy a su pesar, ellos que consideraban el ganar dinero como una vulgaridad.

Hacer de la suntuosidad de sus antepasados un negocio moderno y rentable no es tarea fácil porque los edificios son vetustos, enormes, llenos de recovecos y de objetos que necesitan atención, reparaciones constantes y frecuentes inyecciones de capital. Sus dueños pugnan por no tener que venderlo todo a una cadena hotelera internacional o a un grupo financiero indio. Saben que ellos son los mejores garantes de la tradición. ¿Quiénes mejor que ellos van a cuidar de los tesoros acumulados por sus antepasados ? Y son tesoros que harían palidecer de envidia a muchos museos occidentales.

En una parte del vestíbulo del hotel Fateh Prakash en Udaipur, el maharana Arvind Singh Mewar ha montado el museo de cristal, una soberbia colección de vajillas antiguas y de objetos de cristal tallado importados de Europa a principios del siglo pasado. Udaipur es también el escenario de uno de los hoteles más famosos del mundo, el Lake Palace. Antiguo palacio de verano, el edificio se encuentra en medio de un lago frente a la ciudad antigua. Se accede a él gracias a un servicio de lanchas que constantemente unen esa isla de lujo con la ciudad.

UN MUNDO QUE YA NO EXISTERecorrer los hoteles-palacio salpicados por toda la India es como zambullirse en la riquísima historia del país. Y no hace falta ser millonario para hacer ese viaje al pasado. Muchos de estos paradores indios —aquí se les llama Heritage Hotels— son sorprendentemente baratos. Como el Narain Niwas o el Santa Bagh, ambos en Jaipur, el Metropole Hotel en Mysore o el Jehan Numa Palace en Bhopal, por sólo citar algunos. Son antiguos edificios llenos de encanto con habitaciones amuebladas de manera distinta. Puede tocar una cama con baldaquino, o una habitación de 60 metros cuadrados, u otra con una colección magnífica de grabados antiguos en las paredes, ¡y hasta una con terraza, quiosco de música y pavos reales! En ocasiones, el servicio es tan amistoso que uno no sabe qué artimaña inventarse para que le dejen solo en la habitación.

A veces la comida es deliciosa, como en el caso del hotel-palacio de Bhopal. La experiencia es siempre inolvidable porque no se trata únicamente de alojarse en un hotel, se trata de adentrarse en un mundo que ya no existe y, de sorpresa en sorpresa, empaparse de la esencia de un país y de una cultura tan variada como entrañable.

Muchos de estos palacios-hoteles se encuentran en Rajastán, el primer destino turístico de la India gracias a su deslumbrante belleza. En esta tierra árida y medieval todavía pueden verse desfiles de elefantes encaparazonados de oro y plata, montados por jinetes dignos como reyes, seguidos de dromedarios y de caballos fastuosamente enjaezados.

Las posibilidades de alojamiento son muy variadas, desde los suntuosos palacios hasta mansiones familiares donde la tradicional hospitalidad de los rajastaníes se expresa de manera más íntima y cálida. La familia que posee el Roop Niwas en la pequeña ciudad de Nawalgar recibe a sus huéspedes como a viejos amigos. Organizan fiestas en el desierto (a precios increíblemente módicos) y excursiones a caballo de varios días por la región de Shekhavati, un desierto salpicado de pueblos que parecen sacados de un cuento antiguo. Esos pueblos encierran suntuosas haveli, mansiones del desierto construidas por una casta de mercaderes que hoy controlan la mayor parte del comer- cio en las cuatro esquinas de la India.

Algunos, como los Birla, han logrado amasar fortunas considerables. Esos comerciantes encargaban a sus mejores artesanos sorprendentes murales para decorar el interior y el exterior de sus moradas familiares. Es gracioso ver imágenes del mundo occidental tal y como lo descubrían los dueños de las haveli en sus viajes por Europa. Son pinturas naïf de los primeros trenes, donde el maquinista es blanco y los pasajeros indios; dibujos de señoras relajándose en una bañera; retratos de los soberanos británicos o reproducciones de los últimos inventos europeos.

TEMPLOS Y PALACIOS.Cruzar la región es adentrarse en un mundo rural donde el tiempo parece haberse detenido. Cerca de Bikaner se encuentra el templo de Karni Mata, el más extraño de la India. Está plagado de ratas que trepan a los hombros de los sacerdotes y corretean entre los pies de los visitantes. Todos los esfuerzos del Ministerio de Sanidad para prohibir a esos roedores han chocado contra la obstinación de los creyentes, convencidos de que las ratas son la reencarnación de los miembros de la casta de los Charan. Para olvidar el olor ácido a pis de rata que se incrusta hasta en el cerebelo, nada mejor que tomar un té en el Lalgargh Palace, otra extravagancia de principios de siglo construida en arenisca roja.

El palacio sigue perteneciendo al maharajá que ha habilitado en un ala uno de los museos más interesantes de la región. La visita es un viaje a la India de leyenda, al corazón de una civilización que llevó el arte de vivir a altísimas cotas de refinamiento.

Desde Bikaner, el viaje puede seguir hasta Jaisalmer, la maravillosa ciudad del desierto, deteniéndose en Gajner, un oasis en medio de un parque natural lleno de gacelas y de pavos reales. O se puede seguir hacia Jodhpur, la ciudad que dio su nombre a los famosos pantalones de montar. Al llegar de noche, después de un viaje extenuante por carreteras reventadas, al hotel Umaid Bhawan de Jodhpur, el saludo del conserje desde su altura de dos metros y ataviado como un príncipe parece un sueño. Su turbante rojo carmesí, su barba elegantemente enrollada, su espléndido uniforme con un cinturón dorado y una colección de medallas marcan en seguida el tono del lugar donde uno se dispone a entrar. No espere a que este gigante saque las maletas del coche. Pertenece a una casta demasiado alta para tan prosaica faena. Lo que hace es dar dos palmadas para llamar a dos botones que surgen al instante y toman posesión de las maletas y de todo lo que uno lleva encima.

El Umaid Bhavan fue el último sueño del último maharajá de Jodhpur, un palacio excéntrico construido en los años 30 por un hombre que no supo adivinar que los tiempos estaban a punto de cambiar.

LA CIUDAD VIEJA. Contemplar desde la terraza del hotel el atardecer sobre el fuerte y la ciudad mientras una orquesta de música clásica india, en el cespéd y entre buganvillas, desgrana melancólicamente una raga o un ghazal, es un momento inolvidable. Como lo es la visita a la ciudad vieja. En el mercado se codean todos los oficios de la India: vendedores de ropa usada, dentistas ambulantes, campesinos en cuclillas junto a sus puestos de verduras, sastres, herreros, carpinteros, joyeros... Hay un mercado de especias que no ha debido cambiar mucho desde el siglo XII: montones de esencias de todos los colores —polvo de azafrán ocre, de cúrcuma amarillo, de chile molido rojo— entre los que pasean cabras, vacas y camellos. Y en una plaza existe el único parking de elefantes que he visto en mi vida. El viaje en carretera por el Rajastán nunca deja de sorprender. Campesinos y pastores, con turbantes que son como manchas de color amarillo, rojo, malva, rosa, caminan entre el polvo ocre que levantan sus rebaños. Las mujeres van vestidas con saris en los mismos tonos, algunos bordados de hilo de oro; lucen joyas de plata vieja y piedras semi-preciosas. Y a lo largo de todas las carreteras de la región, como una nota surrealista, se ven hordas de obreros escuálidos, tocados con turbante blanco y con un paño alrededor de cintura, cavando zanjas para meter tubos de plástico de varios colores. Cuando nos paramos a preguntar lo que hacían, nos contestaron que estaban instalando… ¡fibra óptica! Bienvenidos a la India, un país con tantos dioses como leyendas, una caja llena de sorpresas, una fiesta continua para los sentidos, un mundo a caballo entre la Edad Media y la revolución informática.




IMPRESCINDIBLE

 

1 Fuertes. A imagen y semejanza de los antiguos guerreros de la India, son impresionantes. Chittogargh es una trágica fortaleza que domina una inmensa llanura. Vale la pena hacer el recorrido guiado del de Jodhpur para imaginar la vida de los maharajás. Al de Amber, donde los príncipes depositaban sus tesoros, se accede en elefante.

2 Palacios. Evocan la India de las Mil y una noches. No perderse un paseo por el lago Pichola en barco para contemplar las enormes fachadas del palacio de Udaipur antes de regresar al Lake Palace, antiguo palacio de verano del maharana de Udaipur.

3 Excursiones en camello o a caballo. Conviene pasar por lo menos una noche en el desierto, donde un grupo de música local acompañará la velada. Más recomendable todavía es un viaje de siete días a caballo recorriendo las aldeas polvorientas del Shekhavati. Un viaje inolvidable. El paisaje es extremandamente hermoso.

4 Festivales. La India es una tierra de fuertes tradiciones, que se expresan en multitud de celebraciones a lo largo del año. En enero, el festival del desierto de Jaisalmer incluye una carrera de camellos, en la que participan músicos y bailarines. En agosto, Mela de Baba Ramdeo atrae a miles de peregrinos a Jaisalmer. El más famoso es el de Pushkar, en noviembre, el mayor mercado de animales del mundo

5 Templo de las ratas. Uno de los lugares más extraños que se pueden visitar. A 40 km. de Bikaner, el templo de Karni Mata está poblado por miles de ratas que trepan por todas partes, hasta por las espaldas de los sacerdotes (y de los turistas , ¡ojo!). La gente las venera porque se piensa que son la reencarnación de sus antepasados.

6 Casas pintadas. La región del Shekhavati está salpicada de antiguas haveli, casas señoriales construidas por los antiguos comerciantes de estas tierras. Sus muros están sorprendentemente decorados por artesanos locales que reproducían escenas de la mitología hindú, de la colonización inglesa y los inventos occidentales que tanto sorprendían.

7 Música. La tradición musical de la India se remonta a la antigüedad y es riquísima. Sentarse al atardecer en el porche del palacio-hotel Umaid Bhawan de Jodhpur o en el Rambagh de Jaipur y escuchar un concierto de raga (acompañado de cítara o de sarangi) o un recital de ghazal (poemas persas de amor) es un placer de dioses.

8 Compras. La India es el paraíso de las compras. En los anticuarios de Jodhpur se pueden adquirir cuadros de cristal pintado, pomos de puertas, fotos de las familias de los maharajás, dinteles de templos derribados y una multitud de objetos que cuentan la historia de la región. Los emporiums están llenos a rebosar de telas preciosas, joyas, colchas bordadas, muebles, de todo el trabajo producido por los maravillosos artesanos del país. Hay que regatear siempre, menos en las tiendas del Gobierno.

9 Museos. Hay museos en los grandes palacios, pero uno de los más interesantes es el pequeño museo Maharaja Sadul, en el palacio de Lalgargh, en Bikaner, dedicado a la vida de la corte entre las dos guerras. El museo de cristal de Udaipur es otra maravilla, así como el museo del City Palace de Jaipur.

10 Comida. La gastronomía india, expresión de una civilización refinada, es una de las grandes sorpresas que esperan al viajero. Si se tolera el picante, se descubre todo un mundo de sabores a base de especias que fueron el motor de las grandes conquistas. Para cenar como un príncipe en un decorado suntuoso, no hay como el restaurante del Rambagh Palace.

 




COMER Y BEBER

De Mumbai a Madrid

 

Esto, para qué engañarse, no es Londres. Ni siquiera Las Palmas. En Madrid no existe (y, pese a los Pániker, en Barcelona tampoco) ninguna tradición de inmigrantes indios que instalen sus hornos tandur y sus ollas llenas de especias misteriosas y las sirvan al ignorante occidental. Desde sus primeros escarceos en los años 70, la cocina india —generalmente norteña, y más generalmente aún adaptada al gusto occidental hasta quedar pasteurizada del todo— ha representado una gota en el océano de los restaurantes españoles. El mejor Ganges de los años 80 representó todo un hito, pero luego se diluyó. El Annapurna ha funcionado muy bien, pero en plan más que occidentalizado. Ahora vuelve a producirse el fenómeno de la inauguración de nuevos locales de cocina india, tras bastantes años de perfecta atonía. Hay que mirar a lo bueno que subsiste de etapas anteriores y a lo más ambicioso que debuta.

El superviviente es el modesto y peripatético Himalaya, que lleva 20 años circulando de un local a otro cerca de la plaza de Santo Domingo. Su propietario (y, por una vez y sin que sirva de precedente, cocinero profesional), Bashir, llegó a Madrid como turista y decidió quedarse definitivamente. El estilo y la calidad del Himalaya se han mantenido muy estables a lo largo de tanto tiempo y de tanta mudanza, aunque su oferta se ha acortado un tanto, quizá por la falta de capacidad de aventura por parte de una clientela española a menudo mal informada sobre esta cocina y que teme encontrar siempre unos picantes feroces. Precisemos: aquí la cocina es paquistaní, con algún guiño diferente a la del norte de la India. En cualquier caso, lo que Bashir ofrece es más auténtico que en la mayoría de los indios de Madrid y mucho más barato que en los sitios indio-fashion que aprovechan del renovado interés por las cocinas asiáticas.

Entre palmeras de plástico kitsch, se recomienda pedir un logradísimo nan, o pan, de queso (tras el aperitivo de exquisitos poppadums u obleas especiadas) para acompañar un plato thali de carnes y verduras asadas al horno tandur, un buen arroz (basmati, claro) pilau y, junto a éste, alguno de los curries, todos ellos sutilmente diferentes pero siempre restallantes de sabor: espléndido y suavísimo el de cordero con espinacas, exótico y bien especiado el de pollo con garbanzos...

Ahora, la novedad: el Mumbai Massala de la calle de Recoletos, ambicioso, muy bien decorado por Ignacio García Vinuesa, propiedad de los hispano-indios Mukesh y Anil Viroomal y «a cargo de un chef procedente de la India con gran experiencia en la cocina tradicional hindú». Se trata de cocina dum pukt, de larguísimas y sabias cocciones a fuego lento, que fue la de los nababs del norte de la India a partir de finales del siglo XVIII. Con un genuino horno tandur, naturalmente.

¿Es una cocina «totalmente distinta a la que podemos encontrar actualmente en Madrid»? Hombre, no del todo; y la elección de una carta muy clasicona, con pollo tikka y curries como el rogan josh de cordero, puede incrementar la impresión de familiaridad. Pero la materia prima y la ejecución son de primera, y lo ratifican platos como las samosas (esa suerte de empanadillas/croquetas) de carne, el citado rogan josh (perfectas las especias, tierno el cordero) y un helado kulfi tradicional. Merece la pena seguir sus progresos.

Lo que ya inquieta un tanto es una característica de este restaurante: sus precios, que desde luego son apropiados para los más legendarios nababs y maharajás. Con un pedazo de pan nan, el citado menú llega a más de 40 euros, sin contar ni bebida ni café.

 




DATOS

 

Geografía: Rajastán se encuentra al noroeste de Delhi. Desde la capital se tarda dos horas de coche en acceder al Shekhavati, la región de Rajastán conocida por las suntuosas havelis, antiguas mansiones de mercaderes.
Población: La población de Rajastán es mayor que la de España. Toda la zona cuenta con 44 millones de personas en una superficie de 342.000 km2.
Clima: Caluroso y húmedo. La mejor época para visitar Rajastán es el invierno, cuando las temperaturas no superan los 25 grados. El verano, que dura de junio a septiembre, es época de monzones (abundantes lluvias), pero ofrece la ventaja de no ser temporada alta y es posible hallar habitaciones fácilmente y a un buen precio.
Moneda: La unidad monetaria es la rupia india. Un euro equivale, aproximadamente, a unas 42 rupias.

    GUIA

  • COMO LLEGAR
    KLM t(Tfno: 902 222 747. Internet: www.klm.es) ofrece vuelos diarios a Delhi y Mumbai desde Madrid y Barcelona, con precios a partir de 588 euros ida y vuelta, sin tasas.Jet Airways (Internet: www.jetairways.com) es, sin lugar a dudas, la mejor, la más moderna y totalmente fiable línea aérea de India. Tiene frecuentes vuelos a las más importantes ciudades de Rajastán (Jaipur, Jodhpur y Udaipur). La agencia de viajes Services International, propiedad de Pramod y Vina conoce bien el terreno y consigue precios ajustados. Far Horizon Tours en Nueva Delhi (Tfno:9111 6221222. Fax: 91116479320). Correo electrónico: farhorizon@vsnl.com.


  • ALOJAMIENTO
    La cadena Taj tiene en Rajastán dos de sus hoteles estrellas, el Rambagh Palace en Jaipur y el Lake Palace, en Udaipur (www.tajhotels.com). En el Shekhavati, el Hotel Castle Mandawa es una maravilla (Tfno: 910159- 7223124. Fax: 9101597223171). Se puede pedir a la agencia Services International la lista de hoteles Heritage, que son el equivalente a los paradores en España. Cerca de Delhi, no hay que perderse el Hotel Neemrana Fort (Internet: www.neemrana.com). El Gajner Palace de Bikaner es una maravilla de palacio a precios muy asequibles. Por otra parte, el campamento de lujo de Far Horizon (suelos de mármol, baños con agua caliente, aire acondicionado, etc., y a cuyo comedor se entra por una puerta de un templo de más de 100 años de antigüedad) está situado en lo alto de una duna de arena en Jamba, entre Bikaner y Jaisalmer. Ofrece la posibilidad de visitar parte del desierto del Thar y las tribus de los bishnoi de los alrededores en todo terreno. También se puede contratar este servicio en España través de la agencia Dimensiones (Tfno: 91 531 0607. Fax: 91 521 4254. Internet: www.viajesdimensiones.com.


  • GASTRONOMIA
    El mejor lugar para comer es quizás el restaurante del hotel Rambagh. La mejor cocina rajastaní, india, continental y china se puede disfrutar en Suvarna Mahal. El Polo Bar es uno de los más exquisitos bares del mundo.


  • LOS VEINTINUEVE SIGNOS DE LA VIDA
    Cerca del desierto del Thar, conocido como el País de la Muerte, se halla la tribu de los bishnoi, cuyo nombre significa 29. Ya en el siglo XV, mucho antes de que se generalizara el término ecologismo, el gurú Jambhoji, tras haber sobrevivido al hambre, concluyó que la escasez de alimentos era producto de la deforestación, y formuló 29 reglas ecológicas que siguen respetando los bishnoi.

 

 



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