Nº 09
Junio de 2002

Motor & Viajes    
       
ESPAÑA
ÚNICA

Paisaje lunar de fuego y lava. Una isla arrasada por la luz, peinada por un cálido viento africano de otro siglo. La antigua Atlántida atemoriza y apacigua al viajero

LANZAROTE
Nostalgia de la Atlántida
El viajero llega siempre dolorido a los paisajes esenciales. La vieja isla de Lancelotto Malocello sorprende por su blancura y su negrura diametrales y gemelas. Aire claro y húmedo, mareas saladas, sol presente por doquier y edificaciones bajas, monacales. Pero también el infierno, la luna, un paisaje hermosísimo de otredad...
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BLANCA RIESTRA

Pequeños pueblos blancos se funden en el paisaje de esta isla, contrastando con la costa de rocas negras del magnífico Timanfaya

... donde cientos de volcanes muestran su rostro rojo coronado por el verdín, gigantescos homenajes de la tierra al cielo.

Llego agotada, cargada de libros, y la consunción de la tierra me baña los ojos. Porque en Lanzarote no hay apenas árboles, sino son los maravillosos castaños de Indias de Haría, al norte de la isla, que se alzan en medio de una maravillosa plaza de casas blancas y bares oscuros, protegiendo con su sombra la conversación de cuatro viejos conejeros. Y esa consunción de la planicie, que abofetea al principio al viajero, se convierte después en algo curativo. Como la sal sobre la herida, escuece pero después alivia.

EDADES GEOLÓGICAS. Lanzarote ha de recorrerse en coche de punta a punta, acompañado de un amigo o en solitario escuchando música francesa o salsa. Poco a poco la belleza de la lava nos recupera para el mundo. Todo en esta isla nos habla de intrincadas edades geológicas, de episodios remotos, de rezos, de cataclismos, de cochinillas y de reptiles exquisitos.

¿Por qué nos maravillan así esos intrincados cultivos de vides abrigadas del viento por pequeñas empalizadas de piedra viva? Es como si las entrañas de la tierra se empeñasen en hablarnos con su lenguaje hermético. Por ahí la lava corría como miel, ya la lava se encabritaba o detenía su curso ante la procesión de la Virgen del Carmen. Cuenta el cura de Yaíza en su relato hermosísimo de la erupción de 1824: «Formó dos bocas de infierno ... el ruido era tanto que hubo noches que no nos dejó dormir, la atmósfera se cargó tanto que casi no respirábamos más que azufre...».

Ahora el paisaje está manso y apagado, los cráteres han dejado de bramar y el estruendo de entonces ha dejado paso a una paz esencial que quizás provenga no sólo del silencio sino del resumen. En esta isla nada es superfluo y es como si la tierra llamase a nuestra puerta y se pusiese de pronto a habitar en nuestras manos.

Pequeños pueblos de veraneo como Playa Blanca, completamente fundidos con el paisaje, donde los guiris se pasean en sandalias y juguetean los niñitos rubios con cometas. O en el interior Teguise, lleno de iglesias y campanarios blancos, pueblo de artesanos, de fundidores, de ceramistas, de plateros.

El sur es negro, casi dramático, con un litoral de playas de arena blanca hiladas por la roca: Playa Mujeres, Papagayo, calas recién salidas del Cámbrico, playas semicirculares, de aguas azul turquesa y pececillos que juguetean entre los pies de uñas escarlatas. Hacer el muerto y divisar frente a nuestros ojos embelesados el litoral de Fuerteventura, isla vecina, alargada como un huso, impoluta de dunas y desierto, paraíso del pastoreo y de las cabras.

Y subiendo con el sol en la espalda pasamos por los hervideros, donde el agua de mar juega a resplandecer y a disiparse y llegamos hasta el Golfo, hasta La Laguna de los Cíclicos, paisaje saturnino donde un volcán amputado por la fuerza del mar aloja una laguna de mineral verde.

Hay algo existencial en el paisaje arrasado del Timanfaya, ese mundo de costa negra que tanto amó César Manrique, el parque natural de Montañas del Fuego.

Pero lo que yo prefiero es el norte, alto y vegetal, casi estremecedor como el principio del mundo. Sube la tierra en relieve silencioso tras Haría, y se divisa accidentado el litoral pescador de Arrieta, los Jameos del agua, Punta Mujeres, paraíso del misántropo, del pescador, abierto al océano verdiazul que bate contra los pequeños muelles donde algún café del mar persiste en medio del silencio de lo recién creado.

LITORAL PROMETEDOR. En Órzola el viajero solitario puede tomar un ferry que va hasta la isla Graciosa, ese litoral prometedor que se acaricia en la distancia y que es como una premonición en la costa norte de Lanzarote. Frente a nosotras, frente a Virginia y a mí, sentadas en el muelle desierto, se presiente el archipiélago Chinijo con sus islotes de nombres imposibles: La Graciosa, Montaña Clara, Alegranza, Roque del Este y Roque del Oeste.

Y subiendo por las carreteras desnudas que conducen hasta el Mirador del río, todo lo que es el mundo, ese mundo que hemos olvidado, esa tierra que ha dejado de existir en las grandes ciudades, se nos manifiesta como un puño o un insulto y vemos desde lo alto la vecina caleta del Sebo, la terrible y oscura playa de Famara, iluminada por el crepúsculo, tan hermosa como debió de ser la Atlántida, infierno y paraíso del aire, con esa hermosura de agua viva y roca dura frente al perfil clarísimo de La Graciosa, donde se dice que algún poeta se perdió buscando la paz definitiva.




Imprescindible...

 

De marcha, mercados y playas. Un clásico de la vida nocturna de Arrecife es el Rincón del Majo (junto al Charco de San Ginés), y los jueves vive su más pleno apogeo con música en vivo. Las mejores vistas están en La Cervecería, y en la terraza del Parque Islas Canarias, frente al Gobierno Civil, con fantásticas vistas al Atlántico y a los volcanes del sur de la isla, desde donde se contemplan espectaculares atardeceres. En La Arepera, sabores venezolanos. Mientras que en la calle José Antonio se suceden garitos de todo tipo de ambientes. Los domingos no hay que perderse el mercado de Teguise, con sus artesanías, pareos, piedras semipreciosas y vidrieras fabricadas con procedimientos ancestrales. Como tampoco hay que dejar de ir a la exquisita playa del Papagayo, destino habitual de hippies y nudistas.

 




DATOS

 

Geografía: La isla ocupa unos 900 km2, incluyendo las islas del archipiélago Chinijo. Tiene una distancia de norte a sur de 60 kilómetros y de 20 de este a oeste.
Población: Cuenta con 96.310 habitantes.
Clima: Goza durante todo el año de una temperatura media de 22 grados.

    GUIA

  • COMO LLEGAR
    Lo más cómodo es llegar en avión. Iberia (Tfno: 902 400 500), Spanair (Tfno: 902 13 14 15) y Air Europa (Tfno: 902 401 501) vuelan a diario al aeropuerto de la isla, situado a 4 km. de Arrecife.


  • ALOJAMIENTO
    Fuera del ambiente hotelero, existen en Arrecife pensiones económicas como Alespa (Tfno: 928 81 17 56), Arrocha I (Tfno: 928 816 852), Cardona (Tfno: 928 811 008) y España (Tfno: 928 811 190).


  • RESTAURANTES
    Entre la comida autóctona destacan el mojo y papas arrugadas, así como el queso majonero y los pejines. Son recomendables los restaurantes La Era de Yaíza, comida típica en una casa restaurada por César Manrique. Y Lagomar, en Nazaret, con música en vivo.

 


 



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