Nº 09
Junio de 2002

Motor & Viajes    
       
POLO
SUR

El Tratado Antártico dice que ésta es una tierra para la paz y la ciencia y que su soberanía es compartida. Pero hay una pequeña zona del continente donde España ha instalado sus bases y se ha hecho con su propio trozo de hielo

LA ANTARTIDA ESPAÑOLA
Tierra de nadie, tierra de todos
Hubo un tiempo en el que el mayor reto para el hombre era llegar a la Luna. Armstrong, Collin y Aldrin tuvieron la posibilidad de transmitir en directo al mundo entero con un «Dios mío» la increíble sensación de superar el desafío. Cook,Weddell, Ross, Shackleton, Amundsen, Scott o el mismo almirante Gabriel de Castilla,...
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RAFAEL MOYANO

Lobos marinos y pingüinos barbijos comparten la gran lobera de isla Decepción.

... no tuvieron televisión para expresar sus sentimientos, pero seguro que experimentaron algo parecido en el momento de divisar su luna, esa luna de hielo que es la Antártida. Y hoy, varios años y siglos después, los que no podemos viajar al espacio tenemos también esa posibilidad al avistar los primeros riscos helados de las islas Shetlands del Sur.

En la Antártida el hombre es pequeño. Todo es de todos, nada es de nadie y casi siempre estorbas: al blanco insultante de una ladera, al pingüino despistado y altivo, al skua majestuoso, al silencio más natural. Y sólo porque el hombre es pequeño, porque esta tierra helada anula la soberbia, mantiene esa virginidad que la convierte en el lugar más puro del planeta.

Alejada e inhóspita, llegar a la Antártida no es tarea fácil. Hay vuelos, escasos, y cruceros organizados que zarpan de Argentina y Chile, por un lado, y de Australia y Nueva Zelanda, por el otro. El puerto de Ushuaia es el punto de partida del Hespérides, el buque oceanográfico español que nos va a descubrir el sexto continente. La población más austral de Argentina ya advierte en su eslogan turístico de que, a partir de ahí, empieza otra cosa: «Ciudad del fin del mundo y del principio de todo». No se sabe si aquí acaba el mundo, pero sí el habitado. La Antártida es el único continente que no tiene población indígena y, a día de hoy, ni soberanía. Por muchos años.

Para pasar de este fin del mundo al principio del otro hay un peaje que pagar y hay un pirata por estas aguas que se lo cobra religiosamente. Drake, el mítico corsario inglés, dio nombre al estrecho que separa a América de la Antártida Occidental, al frente de su Golden Hind abrió una nueva ruta marina, pero se quedó algo corto: «No existen continentes ni islas al sur; el Océano Atlántico y el Mar del Sur se unen directamente», sentenció. Se equivocó y su venganza fue dejar una mar ingobernable a quienes trataran de disfrutar del continente helado. Es, junto al cabo de Buena Esperanza y el estrecho de Bering, uno de los tres lugares del mundo más difíciles para la navegación. Drake te engaña primero con seis horas de tranquila navegación por el canal de Beagle, a un lado Chile al otro Argentina. Después el mar se abre y deja que el Atlántico y el Pacífico de fundan hasta perder el nombre y enerven unas aguas que, un día sí y otro también, zarandean los barcos hasta lo indecible.

RUMBO A OTRO MUNDO. Apaciguada la furia del corsario, y tras casi tres días de travesía, albatros, petreles y dameros, que revolotean alrededor del buque, nos advierten de que el otro mundo se acerca. La isla Smith, un atolón helado y vertical, nos da la bienvenida a estribor. La noche escasa del verano austral se acerca, pero la claridad del día aumenta con el blanco de la nieve y el hielo. Smith va creciendo y el Hespérides empequeñeciendo. Un primer «¡Dios mío!» te sale de muy dentro cuando una Luna gigante no deja que el Sol se esconda y asoma detrás del enorme bloque de hielo. Es la misma Luna que pisó Armstrong.

Dejaremos atrás la Antártida española, en las Shetlands del Sur, pero volveremos. Navegamos hacia la península antártica, un apéndice que rompe en los mapas la apariencia casi circular del continente. El día es claro, casi brillante. Luz sobre luz sobre un océano que comienza a adquirir un color blanco. Los menos dos grados del verano permiten al barco flotar, pero en pocas semanas este agua se podrá pisar. Con la llegada del invierno, la superficie del océano que rodea a la Antártida se hiela formando un anillo que ocupa 20 millones de kilómetros cuadrados, un área similar a la del propio continente.

Antes de que la Antártida doble su tamaño, el Hésperides se adentra hasta donde puede y lanza sus zodiacs en caleta Cierva, en la cabecera del estrecho de Guerlache. Sólo el momento de navegar en esta pequeña embarcación, rodeado de montañas blancas y apartando con los remos los hielos para que no dañen las hélices, compensa el haber llegado hasta aquí. Icebergs flotando y bamboleándose, riscos negros y abruptos salpicados por glaciares y un silencio espeso nos rodean. Una foca monje, el animal más voraz de estas aguas, juega con nosotros y nos enseña sus colmillos, apareciendo y desapareciendo una y otra vez por babor y estribor .

Si antes te sentías pequeño, situarte junto a un iceberg te reduce a la mínima expresión. Abrumado por esa mole de hielo, no puedes dar mucho crédito a quien comenta que este es como un botón de muestra de lo que realmente es un iceberg. Y sólo asoma una séptima parte de lo que esconde bajo el agua. Estamos muy cerca de la plataforma de Larsen, de la que días después se desprendería uno más grande que la provincia de Navarra dibujando una imagen espectacular captada por los satélites.

EN DECEPCIÓN. Tras el empacho de hielo, la Antártida te permite un pequeño descanso no menos sorprendente. Entramos en la isla Decepción y digo bien, entramos, porque sólo un estrecho paso, los Fuelles de Neptuno, permite al barco penetrar en esta herradura volcánica que emerge como descolocada sobre este mar de hielo. Decepción, según la leyenda, porque fueron muchos los que hasta ella llegaron buscando los tesoros del pirata Drake y se encontraron con eso, con una gran decepción. En la isla, un volcán cuya última erupción se produjo en 1969, son todo contrastes. Algunas zonas de su mar interior permiten darse un baño a una temperatura aceptable mientras que en otras el agua está a un grado de la congelación. Dos grandes fumarolas que lanzan vapor de agua y montañas agrietadas se encargan de recordarnos que estamos sobre un volcán.

Decepción es uno de los principales centros de atracción turística. Hasta allí llegan los cruceros para que sus pasajeros puedan contemplar de cerca la fauna autóctona de la Antártida: pingüineras con miles de barbijos y papuas, las dos especies de pingüinos más extendidas por esta zona, que posan altivos para las cámaras; una gran lobera con lobos marinos que observan entre desafiantes y asustados al intruso; focas wedell y leopardo en busca de presas... Y, algo sobrecogedor, fantasmagórico, los restos de la factoría ballenera. Hangares y gigantescos depósitos para aceite de ballena permanecen en pie como un monumento a la barbarie del ser humano. Aquí se produjo la mayor matanza de cetáceos de la Historia. La Compañía Ballenera Magallanes, de titularidad chileno-noruega, se instaló en Decepción en 1888 y estuvo arrasando estos mares hasta 1943. Sólo en 1937 se arponearon más de 46.000 ballenas. Cuando contemplas a las rorcual y las yubarta golpeando el mar con sus aletas y lanzando chorros de vapor de agua te das cuenta de hasta donde puede llegar la agresión del hombre contra su planeta.

Decepción es, además, una isla muy española. Primero porque una de las dos bases que allí se encuentran es la Gabriel de Castilla, del Ejercito de Tierra. Y segundo porque cada uno de sus rincones ha sido desmenuzado por los geofísicos y geólogos que en ella trabajan cada verano austral. Incluso el plan de evacuación ante una posible erupción ha sido diseñado por militares españoles.

DESCUBRIMIENTOS. La otra isla española de la Antártida es Livingston, la segunda en tamaño de la Shetlands de Sur después de la de Rey Jorge. Es la zona más abundante en líquenes de toda la Antártida. Una sorprendente pradera verde se extiende a los pies de la base científica Juan Carlos I, levantada en 1988 por el Centro Superior de Investigaciones Científicas. Es una isla de colores. El hielo es blanco, es azul y también es negro, porque hasta ella llegaron las cenizas de la última erupción de isla Decepción, 30 años atrás. La base, preparada para dar cobijo a 15 personas, está instalada en la Bahía Sur de Livingston, a su vez dominada por un gran glaciar, el Johnson.

Acostumbrados ya al andar tambaleante de los pingüinos o al nadar veloz de las focas, aún nos queda otro habitante de la Antártida por descubrir. Ahora nos descubre los rincones del continen el remolcador Las Pamas, pionero español en la zona y buque de gran solera antártica. Sus zodiacs navegan ahora hacia punta Hanna, el gran refugio de elefantes marinos. Es una cala de difícil acceso a la que las embarcaciones llegan con dificultad. Que da un rápido repaso a la fauna antártica. Allí conviven en armonía focas, lobos marinos y pingüinos y anidan cormoranes, petreles, palomas antárticas y los desafiantes skuas, los grandes rapaces del continente, inmensas aves de vuelo elegante que se lanzan sin piedad sobre sus piezas. Pero Punta Hanna es de los elefantes marinos, grandes moles de grasa que, en el caso de los machos, pueden medir hasta seis metros de longitud y pesar más de 4.000 kilos. Diez de ellos descansan perezosamente sobre la arena y dan fe, con sus lentos movimientos, de que ese no es su terreno. Está claro que la presencia humana les altera y les enfada, e hinchan el hocico que se convierte así en la pequeña trompa que les da el nombre.

Son los últimos días del verano y hay que abandonar estas aguas antes de que comiencen a convertirse en un inmenso desierto blanco. El frío extremo devolverá a la Antártida al silencio más absoluto. Sólo los habitantes de las bases permanentes soportarán temperaturas que en el Polo Sur superan los 70 grados bajo cero. El resto regresará conservando para siempre el regalo a los sentidos de haber vivido unos días en el lugar más puro del planeta, el único ecosistema prácticamente inmune a la acción devastadora del hombre. Alguien que estuvo allí, y que ya no está aquí, te contó un día, y dos, y tres... las maravillas que esconde el continente helado. Te lo mostró en fotos, en vídeo, y ya te lo advirtió: «Hay un antes y un después de viajar a la Antártida».




De leyes y deberes

 

La tierra protegida. Todo lo que se hace en la Antártida se rige por el Tratado Antártico de 1959, que estableció que el continente es una zona destinada exclusivamente a la paz y a la ciencia. Algunos países presentan reclamaciones territoriales, pero están prohibidas las actividades militares y las explotaciones mineras. España se adhirió al Tratado en 1982. Diez años después se redactó el Protocolo de Protección del Medio Ambiente, conocido como Protocolo de Madrid, que regula y limita de una manera estricta la presencia y actividad humana en la Antártida.

 




“Los aires del Norte”

 

El cambio climático. Cada día existen más argumentos científicos que demuestran que la actividad humana y la emisión de los llamados “gases de efecto invernadero” están propiciando un calentamiento acelerado del planeta que afecta especialmente a la Antártida. El continente alberga el 90 por ciento del hielo de todo el mundo y el 70 por ciento del agua dulce. En la península Antártica, de donde de donde hace tan sólo un mes se ha desgajado un gran iceberg mayor que la provincia de Navarra, la temperatura media ha aumentado 2,5 grados en los últimos 50 años.

 




DATOS

 

Geografía: Tiene una extensión de 14.200.000 km2 y está cubierta casi totalmente de hielo. Esta extensión se multiplica por dos en invierno al helarse los mares que la rodean. Forma un círculo casi perfecto alterado sólo por un apéndice en su zona más occidental, la península Antártica.
Población: Más de 4.000 personas habitan sus bases científicas en verano y unas 1.000 en invierno.

    GUIA

  • COMO LLEGAR
    Lo habitual es llegar en un crucero de lujo. Desde España, la agencia de viajes Años Luz (Tfno: 91 445 11 45. Internet: aluz.com) organiza todos los años un crucero por 3.760 euros (no incluye el vuelo hasta Ushuaia). Se viaja en buques rompehielos de investigación en los meses de noviembre y diciembre y expertos naturalistas explican el recorrido.

    Austral Airlines (Internet: austral.com.ar) vuela desde Buenos Aires hasta Ushuaia. Desde allí se parte en barco hasta las islas Shetlands del Sur. Un circuito de unos 14 días cuesta desde 4.000 euros.


  • CUANDO IR
    Lo mejor es esperar hasta que llegue el verano austral que tiene lugar entre los meses de noviembre y marzo. En esta época el sol no se oculta en el interior del continente y las noches son muy breves en la costa. En invierno sucede lo contrario.


  • INFORMACION
    Oficina Antártica (Maipú 505 9410 Ushuaia. Tfno: 54 2901 423340). En Internet: tierradelfuego.org.ar/antartida/oficina.htm


  • CLIMA
    Las temperaturas dependen de la latitud, la altura y la distancia de la costa. El Este es más frío que el Oeste. La temperatura mínima registrada fueron los 89,21ºC bajo cero de 1983 en la base soviética Vostok. En verano la temperatura media es de -5ºC, pero los fuertes vientos dan la sensación de más frío.


  • EQUIPAJE
    La mejor forma de combatir el frío es usar prendas de goretex impermeables y evitar que el agua entre en contacto con el cuerpo.

 

 



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