Nº 09
Junio de 2002

Motor & Viajes    
       
ESPAÑA
LEGENDARIA

Ocurrió hace mil años y el tiempo lo convirtió en leyenda. Se dice que Muhammad ibn Abu ‘Amir, alias ‘El Victorioso por Dios’, arrastró sus últimos pasos por estos caminos castellanos

SORIA
La ruta de Almanzor
Puede ser inútil ahora, mil años más tarde, husmear entre las rocas blanquecinas de los solitarios cerros o por debajo del trigo de los valles, enrojecido de amapolas; inútil hurgar en los rincones de castillos ruinosos e iglesias románicas salvadas o tantear sobre los ondulados caminos que suben y bajan, suben y bajan...
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JESÚS TORBADO

Plaza de Medinaceli, uno de los escenarios más conocidos de los dos grandes héroes de la Historia española: Rodrigo Díaz de Vivar –El Cid– y Almanzor.

...por un páramo tan vacío, tan hermoso y alegre (es primavera)... En parte alguna encontrará el peregrino, salvo en sus emociones viajeras, los ecos o las huellas de lo que sucedió entonces, a comienzos del verano del año 1002, hace diez siglos, cuando el poderoso señor Muhammad ibn Abu ‘Amir, alias El Victorioso por Dios, hubo de dar forzosamente cabo a su última aceifa de ave rapaz, derribado para siempre del caballo por la enfermedad de la gota (en la lujosa Córdoba se comía entonces demasiada caza) o por la flecha de un cristiano anónimo.

Sobrevive desde luego el escenario, aunque con muchos retoques en el decorado, pero la leyenda se tambalea por culpa de los eruditos. ¿Hubo o no hubo batalla? ¿Fue enfermedad de la gota o lanzazo certero lo que causó el desastre? ¿Es cierto que en su yacija mortuoria de Medinaceli el fiero Almanzor pidió a su hijo Abd al-Malik que se ahorrara las lágrimas inútiles y, a continuación, que enterraran su cuerpo por allí cerca, en un cuarto cerrillo que pertenece hoy casi al campo de la parapsicología o de la magia?

Aquí está en todo caso el camino, el mismo camino. En realidad, una vieja senda del Neolítico, una ruta de pastores que siglos después se legalizaría como de la Mesta, cañada Galiana. El camino de los últimos pasos de Almanzor y también, ruidosa coincidencia, el de los apresurados pasos de Mío Cid apenas siglo y medio más tarde, a través de una Castilla adolescente.

DE CASTILLOS Y LEYENDAS. A vuelo de buitre, si los buitres no volasen en espirales y sí en línea recta, de uno de esos buitres jóvenes que ahora se balancean por encima de los picachos grises que escoltan a La Fuentona, entre Calatañazor, el lugar de autos, y Medinaceli media un centenar de kilómetros, que muchos son para un hombre viejo y malherido. Escasos hoy, en cambio, para una expedición de memoria y ensueño.

Desde las ruinas del castillo roquero de Calatañazor, que perteneció entre otros al valiente comunero Padilla, se ve en su integridad el llamado Valle de la Sangre. Se ven e intuyen más cosas admirables, desde luego: la herida del modesto río Abión, el hermoso pueblo de Abioncillo, resucitado por profesores, el fastuoso y aromático sabinar viejísimo, la grata senda que se interna río arriba hasta la prodigiosa hoya kárstica de La Fuentona, llena también de leyendas... Pero, a lo nuestro. En este amplio valle hoy sembrado de trigo pudo efectivamente haber ocurrido la encerrona.

El caudillo al-Mansur, que era español de pura cepa, natural de Torrox, en la Ajarquía malagueña, devoto del Profeta, un trepa habilísimo, codicioso del poder y asesino repetitivo, que más de cincuenta veces, y dos por año al menos, subía a tierras cristianas y las arrasaba a sangre y fuego para llevarse todo lo que podía: el oro de Barcelona, las campanas de Compostela, las reliquias santas de León y de Oviedo, ese tipo aventurero y rapaz, en fin, recién cumplidos los 62 años, regresaba de una batalla ganada en Cervera del río Alhama, cerca de Tudela, y de haber robado cuanto pudo en el monasterio glorioso de San Millán y estaba a punto de internarse ya en el refugio su territorio califal. ¿Era entonces cristiano o muslime el castillo de Calatañazor? Si discuten todavía si se libró de veras aquella última batalla del general malagueño, como para conocer al dueño de la fortaleza cuyos despojos vigilan todavía la enteca y vetusta pobladura.

UN MITO ESCENOGRÁFICO. Tal vez no ofrecía ésta un rostro muy distinto al de hoy, quitando cables y otros aditamentos de la fealdad moderna, y por eso Calatañazor ha sido y sigue siendo un mito escenográfico tan medieval como para que Orson Welles rodase en sus callejones, bajo sus extrañas chimeneas cónicas, entre las piedras de su castillo y alrededor de su hermosa iglesia románica –la que no pudo conocer Almanzor, desde luego– parte de su shakespeariana película de 1965, Campanadas a medianoche. O para que urbanitas arrepentidos intenten con denuedo revitalizar las viejas casas y animar plazas y callejones mediante nuevas industrias, aun sabiendo que la verdadera Edad Media no se reaviva o reproduce ni en un buen parque temático. Pueblo sorprendente, elegía a traición, ínsula perdida, le dijo a Calatañazor Dionisio Ridruejo. Y riendo con la etimología de su nombre, escribía Gerardo Diego: Azor, Calatañazor, / juguete. / Tu puerta, ojiva menor, / es tan estrecha / que no entra un moro, jinete, / y a pie no cabe una flecha./ Descabalga, Almanzor. / Huye presto...

En fin, el lúgubre cuento ha venido pregonando desde muy antiguo que en ese ancho valle «Almanzor perdió el atambor»; es decir, su fuerza, su energía, su poder. En la misma silla de mano en que por entonces viajaba, imposibilitado ya de cabalgar, corrieron con él sus soldados hasta la gran fortaleza de Medinaceli, cuyo castillo era muy principal en la Marca Media, la famosa e insegura frontera del río Duero. Precisamente desde esa fortaleza había organizado sus aceifas el general poeta Galib, antes de que el mismo Almanzor, casado además con una hija suya, lo mandara por celos de poder a visitar el otro mundo...

De modo que los restos del ejército del califa Hisam II (aunque el que de verdad mandaba en el reino cordobés desde hacía veinte años era el / Pasa A la página 18.

Viene de la página 16 / caudillo al-Mansur, el mismo que añadió tan preciosas arcadas a la gran mezquita, el mismo que levantó los palacios de Madinat al-Zahira), aquellos derrotados llegarían al Duero por el paso de Andaluz, hoy un pueblito hermoso que en su momento fue repoblado por andaluces; cruzarían luego la corriente por un puente de piedra como el que ahora se oculta ante la sombra del nuevo de hormigón, y luego sortearían pequeños poblados y esbeltas atalayas, siempre siguiendo el camino fácil de las vaguadas.

VIEJAS ALDEAS ROMÁNICAS. Con otros nombres quizás, pues algunos de ellos son de origen romano o prerromano, en su sitio continúan. Adornados con una toponimia tan sorprendente que parece haber sido ideada a medias por Woody Allen y Luis Mateo Díez: Nódalo, Paones, Nafría, Tajueco, Mosarejos, Bayubas, Brías, Marazovel, Osona, Tardelcuende, Boós, Caltojar, Bordecorex... Justamente en la iglesia de Bordecorex, mezquita entonces, dicen que murió el general vencido. Hoy viven en este pueblo de piedras doradas e inseguras apenas quince personas; brilla el ábside románico del pequeño templo en agonía, semioculto entre tapias y muros caídos.

Queda la aldea en un desvío del río Escalote, el que fertiliza todo el valle: la apurada tropa islámica ha dejado atrás el formidable castillo, el lienzo rígido del palacio y la religiosa fortaleza de la colegiata de la Virgen del Mercado, todo ello en uno de los pueblos más sólidos y bellos de Castilla, Berlanga de Duero. Aunque nada de eso existía hace mil años... Ha dejado atrás la Torre de Dios, esa palmera pétrea y exótica que sostiene toda la techumbre, y los lienzos vecinos con sus pinturas, de la ermita de San Baudelio. Malamente vendidos y robados, los suntuosos frescos mozárabes y románicos en su mayoría (siglos XI y XII, unos están en El Prado, casi todos los mejores en los Estados Unidos), lo que queda en el lugar emociona al hombre de corazón más duro.

Ha dejado también en retaguardia a Caltojar, de nuevo murallas y delicadísima iglesia románica, un pueblo pequeño –setenta habitantes– pero admirablemente pulcro, cuidado y acogedor, como si la joya parroquial hubiera irradiado sus dones sobre todo el caserío.

Se alternan tierras rojas y blancas, rocas y trigales, sabinas, pinos y carrascas; conviven la soledad y la belleza... Negras laderas de pinares como las que Machado vio más arriba, valles cultivados, el surco bien aderezado de los pequeños ríos, los tesos pedregosos y siempre, a la distancia justa, un pueblo muy pequeño, con amenaza de olvido, y amo muchas veces de una iglesilla románica con buenos condimentos de belleza...

Mas el camino era largo para el agonizante. Y pudieron sus guardias tomar más de uno hasta Medinaceli, sorteando la sierra de Ontalbilla o, por el oeste, los altos de Barahona... Cerros, muelas pelonas, vallecicos pobres. Todo silencioso, limpio, legendario.

CASAS DE PIEDRA GRIS. En Yelo hace guardia una hilera de palomares bendecidos por inscripciones religiosas, que quizás con el engaño atraen a las aves. Rello es una rigurosa severidad pétrea; aislado por el murallón gris, como su pariente Calatañazor, aquí las casas son de la misma piedra gris, no de adobe o alzadas por el procedimiento antiguo del encestado, que es una entramado de varas de enebro, guijos y barro. Más soledad humana y vértigo del paisaje, tornasoles de carmín y acero /, llanos plomizos, lomas plateadas / circuidos por montes de violeta. Lo decía Machado.

Alguna voz lejana que arrancaría poco más tarde desde el gran castillo fronterizo para cantar las proezas del otro caudillo grande de la Edad Media española, Rodrigo Díaz de Vivar –ninguno más fuerte hubo que Almanzor y El Cid, cada cual en su bando–, alguna voz apremiante y premonitoria vibró en el mismo escenario: «Caminad para Medina / cuanto más podáis andar...». Occilis celtíbera y romana, Medina Occilis (Ciudad de la Mesa) para los árabes, Medinaceli, Ciudad del Cielo rebautizada, fue más que digna tumba para el gran saqueador califal.

Hubo un tiempo en que le pesaba tanto el armiño de la historia a Medinaceli que estuvo a punto de morir hundida y olvidada bajo su carga. Luego se recuperó con muchos honores. Hoy, aunque muchos vecinos bajaron al valle (Medinaceli Estación), orgullosa muestra su castillo, el palacio de sus duques –con título dado por los Reyes Católicos, que aquí celebraron su boda–, la puerta árabe, el arco romano de tres puertas, tan raro que en España es único, las muchas casonas nobles, casi todas afortunadamente recuperadas... En fin, una extraña atmósfera que amasa como puede lo romano, lo árabe y lo castellano en sus lujos de antaño, incluidos la colegiata, el convento de las clarisas de donde salían alfombras y brotan hoy dulces; que intenta revivir el pasado con una feliz estampa urbana y plácida.

Diríase, aunque es falso, desde luego, que Medinaceli sigue igual que en el siglo XVI, cuando la abandonaron sus penúltimos vecinos. Por miedo, soledad o cansados de sus vientos fríos. No: ha sido recuperada. Como se va recuperando poco a poco el viejo y renqueante Calatañazor, en el otro extremo de la última y fúnebre aceifa de Muhammad ibn Abu ‘Amir.




IMPRESCINDIBLE

 

1 Tierra de Castillos. Puesto que de ellos tomó su nombre este reino, quedan unos cuantos dignos de visitar donde se estableció la famosa frontera del Duero, el río que separó a cristianos de musulmanes hasta el año 1085, tres siglos y medio. Sin apartarse apenas del camino de Almanzor, hay que ver por aquí las ruinas de la inmensa fortaleza de Gormaz, y las de Calatañazor, Berlanga y Medinaceli.

2 Lobos y caballos. Lobos vivos no quedan, caballos sólidos pastan a veces en el hermoso sabinar de Calatañazor. Pero a 15 kilómetros de Medinaceli debe visitarse el cementerio prehistórico de Torralba y Ambrona. En el pequeño museo, junto a huesos de elefantes de hace 300.000 años, pueden verse lobos y caballos fosilizados.

3 Iglesias románicas. La provincia de Soria conserva aún numerosos y emocionantes ejemplos del arte románico, tanto del urbano (en la capital) como del popular, en muchos pueblos. En los bordes de estos caminos vale la pena acercarse a Parapescuez, Aldehuela de Calatañazor, Villaciervitos, Muriel de la Fuente, Nafría, Fuenteárbol, Valdenebro, Nódalo, Fuentepinilla, Ocenilla, Rioseco, Los Llamosos, Andaluz, Caltojar... Casi en todos, en fin.

4 La Torre de Dios. La ermita de San Baudelio de Berlanga, en un desvío de la carretera SO-152, cerca de Casillas, es una joya del arte mozárabe. Completamente restaurada y sin apenas interés por fuera, su interior es un verdadero relicario. Desde hace meses se están reponiendo copias de las espléndidas pinturas que se llevaron y hay que comprobar si está abierto en la oficina de turismo (Tfno: 975 343 433).

5 Teorema de desvíos. Como hizo Cees Nooteboom en su viaje a Compostela, el camino principal de Almanzor admite y exige algunos desvíos principales. Inevitable –por no citar aquí a la pequeña y maravillosa capital y al fastuoso Burgo/Ciudad de Osma– el del yacimiento de Tiermes, en el extremo suroeste. Una urbe rupestre celtíbero-romana, con viviendas horadadas y soterradas.

6 Duero arriba y abajo. A escasa distancia de Calatañazor, por la principal carretera N-122, caerá el viajero sobre San Esteban de Gormaz, que es la capital de los vinos de la ribera del Duero soriana, con D.O. Conviene aprovecharlos. Y, según el tiempo de cada uno, vagabundear por las orillas de este río suntuoso, desde el pico de Urbión hasta los arrabales de Aranda. Toda Soria es Duero.

7 Numancia. En Garray, a los pies de las ruinas de Numancia, arranca un mapa nuevo para los turistas curiosos. La llaman Ruta de las Icnitas, o sea de las huellas de animales prehistóricos. Los indicadores jurásicos suben hacia el norte. Pero en el medio queda, como museo, la sufriente y heroica ciudad de Numancia, tumba y gloria de los celtíberos.

8 Noche de San Juan. A finales de mes y en uno de los parajes más solitarios y bravos de la provincia soriana, muy al norte, pervive una costumbre ancestral y rara, salvo en Sri Lanka o la India. En San Pedro Manrique la noche de San Juan muchos de sus vecinos cruzan sobre las brasas de una gran hoguera, con un jinete a las espaldas.

9 Riqueza gastronómica. Aunque tanta gente ha abandonado los fogones familiares, por estas comarcas se sigue comiendo muy bien. Abundante y recio. Incluso se rinde culto a una gastronomía modernizada, elegante, sabrosa y de postín. Los dos lugares inevitables son el comedor del Virrey Palafox, en El Burgo de Osma, y el de Casa Vallecas, en Berlanga de Duero, en pleno corazón almanzoriano.

10 Río Lobos. En la provincia menos poblada de España, la naturaleza enseña sus bellezas de mil maneras. Y en toda estación. No lejos de Calatañazor, al oeste, el cañón del río Lobos se ha convertido no hace mucho en parque natural. Su puerta esté en el hermoso pueblo de Ucero. Un paseo por este desfiladero kárstico es terapia de toda garantía.

 




DATOS

 

Geografía: La provincia de Soria se sitúa en la parte norte de la cordillera Ibérica y constituye la parte más oriental de la Meseta.
Población: 91.314 habitantes en toda la provincia, según censo de 2001.
Clima: Continental, con veranos calurosos e inviernos fríos, aunque en zonas como Gormaz o Berlanga se dan microclimas.

    GUIA

  • COMO LLEGAR
    Calatañazor está situado a 32 km. al oeste de Soria capital, en la carretera N-122. Medinaceli, en el otro extremo de la ruta, dista 76 km. de Soria por la N-111 y 154 de Madrid por al A-2 (E-90). A Soria puede llegarse en tren (Renfe: 902 240 202) y, desde Barcelona y Madrid, en las compañías de autobuses Alsa (Tfno. 902 422 242) y Continental Auto (Tfno: 902 330 400). Las carreteras de la región, aun las que unen los pueblos más pequeños, son en general muy buenas y están muy bien señalizadas.


  • ALOJAMIENTO
    En la capital: Parador Antonio Machado (Tfno: 975 240 800), Hotel Ciudad de Soria (975 224 205), Hotel Alfonso VIII (Tfno: 975 226 211). En Berlanga de Duero, Hotel Fray Tomás (Tfno: 975 343 033) y Posada Los Leones (Tfno: 975 343 155). En El Burgo de Os-ma, Hotel Virrey II (Tfno: 975 341 311) y Río Ucero (Tfno: 975 341 278). En Calatañazor, Hostal Calatañazor (Tfno. 975 183 642). En Medinaceli, Hotel Nico (Tfno: 975 326 011) y El Mirador (Tfno: 975 326 007), entre otros.


  • DONDE COMER
    En Berlanga de Duero, Casa Vallecas (Calle Real, 16. Tfno: 975 343 136), punto de referencia gastronómico de la región, ofrece una cocina actual de esmerada elaboración (caza, foie de pato, setas), con menú degustación y grato servicio. En El Burgo de Osma, el ya clásico Virrey Palafox (Tfno: 975 340 222), famoso por sus fiestas de la matanza, aparte de su ilustre cocina popular basada en el cerdo, tiene también elaboraciones creativas de mucho respeto. En Medinaceli la gastronomía decae por el exceso de turistas. Buena comida local en el Asador de la Villa El Granero (Tfno: 975 326 189). También platos castellanos en Arco Romano (Tfno: 975 326 130). En Calatañazor existen cuatro locales de modesta oferta culinaria: El Palomar, el Hostal Calatañazor, la Casa del Cura y la Cantina Ondategui.

 


 



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