Nº 14
Diciembre de 2002

Motor & Viajes    
       
ESPECIAL
PLAYAS


MAURITANIA / BENÍN / GRECIA
Aves, vudú y ruinas en compañía de amigos
Arena y fauna en Banc d’Arguin. Olas y ritos en Grand Popo. Sol e Historia, en la isla griega de Rodas. Tres lugares en los que perderse y propicios para disfrutar con la pandilla
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ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Aves en Blanc d’ Arguin, emplazado en la costa de Mauritania. / FOTOS: O.LOPEZ FONSECA

El Parque Nacional de Banc d’Arguin, en la costa Mauritania, no debe ser un mal lugar para pasar el invierno. No, seguro que no lo es. Miles de aves que recorren kilómetros y kilómetros para escapar del frío y permanecer aquí durante meses no pueden errar. Tampoco puede equivocarse el Sáhara, que aquí asoma sus dunas al Atlántico. Y mucho menos pueden errar los imraguen, ese pueblo descendiente de los almorávides que se gana la vida, como recalca el significado de su nombre, recolectando la vida del frío océano. Por todo ello, seguro que Banc d’Arguin no es un mal lugar para pasar el invierno, sobre todo si se viaja con amigos a los que les guste observar aves en su hábitat, contemplar el sutil juego de colores del desierto y tomar una sencilla taza de té con unos hombres y mujeres para los que el concepto prisa no existe.

Este Parque, declarado en 1989 patrimonio mundial por la Unesco, se extiende entre la capital mauritana, Nouakchott, y su rival del norte, Nouadhibou, a lo largo de una franja costera donde el Sáhara se encuentra con el mar, formando lo que alguien, con aspiraciones poéticas, llamó «el desierto azul». El azul, por supuesto, lo pone un bravo Atlántico de olas indómitas. El sustantivo lo imponen las dunas que, con su dorada aridez, se empeñan en ocultar bajo un manto de falsa esterilidad la rica vida de este paraje único de África.

Banc d’Arguin acoge en sus cerca de 12.000 kilómetros cuadrados de extensión una rica fauna que incluye mamíferos terrestres —gacelas, jerbos, zorros del desierto, hienas, dromedarios...— y marinos —ballenas monje y delfines—. También merodean cuatro especies de tortugas. Multitud de aves llegan hasta aquí para invernar. Cangrejos de pinzas desafiantes y colores brillantes inundan las playas. Y peces, muchos y variados, han convertido sus aguas en objeto de deseo de grandes pesqueros de medio mundo.

Pero también es un lugar para el hombre, que habita esta singular mezcla de arena y mar desde hace miles de años y que, aún hoy, resiste las duras condiciones que impone. Son los imraguen, ese pueblo de un millar de miembros que habita las siete únicas aldeas que existen en el Parque. Son pescadores. Pero no pescadores tradicionales. Los imraguen han sabido aliarse con la Naturaleza, la misma que parece mostrarse esquiva, para atraer a sus redes su sustento. Se valen de los delfines, en una alianza única y peculiar, para ello. Al viajero lo atraen, simplemente, con su hospitalidad.

GRAND POPO, BENÍN.
La costa de los esclavos. Grand Popo es otra cosa. La sobriedad del desierto deja aquí el protagonismo a la paradisíaca imagen de cocoteros que proyectan su estilizada sombra sobre un arenal blanco. Grand Popo, pequeño pueblo situado en la antigua costa de los esclavos, en el actual estado de Benín, es África negra. Un África negra que no sabe de turistas, pero sí de viajeros. Por aquí anduvo el célebre escritor inglés Bruce Chatwin, en busca de inspiración e información para uno de sus libros, El virrey de Ouidah. Y lo que él vio hace un par de décadas todavía hoy se puede disfrutar. «Las olas grises del Atlántico rompían sobre la playa en largas hileras. Las palmeras situadas más acá de la arena tremolaban bajo una corriente de aire más fresca que soplaba sobre el oleaje. En el mar —más allá de los rompientes— podían verse varias canoas negras de pescadores», escribió.

Benín, el pequeño país africano enclavado en el Golfo de Guinea, fue durante siglos puerta de embarque para el tráfico de seres humanos. Hoy ya no fondean barcos negreros frente a sus costas, pero las playas que sirvieron de escenario a aquel dramático comercio siguen ahí. Grand Popo, a mitad de camino entre la capital del país, Cotonou, y la frontera con Togo, es una de ellas. Blanca arena, altivas palmeras y la sensación de soledad que da el hecho de que sólo sea frecuentada por los lugareños que acuden a diario a comprar la pesca que arrastran hasta aquí humildes barcazas, la convierten en un lugar ideal para relajarse y, también, para descubrir, mejor en compañía de unos amigos, la esencia de África y alguno de sus ritos más auténticos.

Uno de ellos, el vudú, se encuentra muy cerca, en los poblados del alrededor. Son aldeas donde la presencia de un blanco, un djabo, sigue siendo motivo de fiesta. Donde los críos corretean descalzos. Donde las mujeres lanzan pícaras sonrisas mientras llevan sobre sus cabezas barreños cargados de mangos. Y donde los viejos invitan a tomar asiento y beber un trago del aguardiente local. Es en estos poblados, como el de Nhiao, donde aún se puede asistir a un auténtico rito vudú. Danzas, música, fantasmas de paja, alcohol, sacrificios de animales y actos dignos del mejor faquir son los ingredientes básicos de esta religión tradicional y positivista, tan alejada de su siniestra hermana caribeña. Una ceremonia digna de compartir con amigos.

ISLA DE RODAS, GRECIA.
La isla de los cruzados. En Rodas no hay ritos. Hay Historia. Tanta que muchos de los que acudan a esta isla griega situada en el mar Egeo, muy cerca de la costa turca, lo hacen en busca de un tiempo ya pasado. Buscan, a sabiendas de que no lo van a encontrar, el gran coloso que allá por el siglo IV antes de Cristo marcaba la bocana de su próspero puerto: una estatua de Helios, el dios del sol, de 36 metros de altura erigida en bronce y cuya monumentalidad le sirvió para ser considerada una de las siete maravillas de la antigüedad. Y, sin embargo, no lo encuentran, simplemente, porque no existe desde hace muchos siglos.

En el puerto de Mandraki, donde la historia sitúa el coloso, dos columnas con sendos ciervos se levantan allí donde supuestamente se situaron los pies del célebre coloso. Y, a pesar de este desengaño, nadie que pasa por Rodas se muestra defraudado. Tal vez les ocurra lo que al escritor Lawrence Durrell, que durante la II Guerra Mundial anduvo por estos pagos como agente del servicio secreto británico, quien se enamoró de la isla y escribió un maravilloso libro sobre ella, Reflexiones sobre una Venus marina, en cuyas páginas se describe la isla como el lugar donde «los días pasan con la misma fluidez con que los frutos caen de los árboles».

Tal vez hoy esa placidez haya desaparecido, sobre todo en verano, cuando Rodas se convierte en destino de miles de turistas centroeuropeos que acuden a tostarse al sol en las playas del norte de la isla y a agolparse en las tiendas de souvernirs de la monumental capital.

Pero en invierno ese paisaje cambia. Los turistas son menos. El clima aún invita al chapuzón. Y la vieja Rodas, la de columnas griegas, fortalezas de Cruzados y barrios turcos de estrechas calles, se muestra generosa con el viajero. Entonces, el vino de retsina sabe mejor.

La espiritualidad ortodoxa traspasa los muros de los templos. Y playas, como la de Tsambika, Glystra, Kiotari o Lahania, se convierten en el escenario ideal para saborear un pulpo a la brasa junto a unos buenos amigos. ¡Qué más da que el coloso ya no esté en pie! Toda Rodas es un coloso de Historia.




GUÍA

 

MAURITANIA
Royal Maroc (Tfno: 902 210 010) vuela desde Madrid a Nouakchott, con conexión en Casablanca, varias veces a la semana. Para llegar al Parque Banc d´Arguin es necesario, en cualquiera de estas dos localidades, alquilar vehículos todoterreno y un guía, ya que el trayecto se hace por pistas sin señalización.

DÓNDE DORMIR
Banc d’Arguin no posee infraestructura hotelera. Sin embargo, está permitida la acampada, siempre que se consiga la autorización para entrar en el Parque.
Lo habitual es hacerlo en jaimas.

DÓNDE COMER
Tampoco posee restaurantes, por lo que antes de salir de la ciudad Mauritania de partida es conveniente adquirir víveres para el tiempo que se piense pasar en él.

GRAND POPO
Air France (Tfno: 901 11 22 66) conecta Madrid y Barcelona con Cotonou, con conexión en París, cuatro veces por semana. Desde la capital de Benín se pueden tomar taxis que, en dos horas, llevan a Grand Popo.

DÓNDE DORMIR
En el Auberge de Grand Popo (Tfno. 40 00 67), en la misma playa. El precio de habitaciones varía entre las que tienen sólo ventilador y aquellas con aire acondicionado. Más económico, el Hotel Del Plage De Awalé (Tfno. 31 25 60).

DÓNDE COMER
En el restaurante del Auberge de Grand Popo, con buenos mariscos. Otra alternativa, el comedor del Hotel Del Plage De Awalé. En ambos sirven, principalmente, platos de cocina europea. Abundan los puestos callejeros de comida.

RODAS
Un ferry comunica la isla con la Grecia continental en un trayecto de 18 horas. Más rápido son los aviones de la compañía Olimpic Airways (Tfno: 91 541 99 45) que unen a diario, y en sólo 45 minutos, Atenas con Rodas.

DÓNDE DORMIR
En el Grand Hotel Astir Palace (Tfno: 024 126 284), un cinco estrellas en la parte nueva de la ciudad de Rodas. Gran parte de los complejos hoteleros de las zonas costeras de Faliraki e Ixiá, los que poseen las mejores playas, cierran fuera de la temporada de verano.

DÓNDE COMER
Una buena opción es el restaurante flotante Kon-tiki (Tfno. 0241 22477), localizado en el mismo puerto de Mandrakis. Asimismo, en la parte vieja de la ciudad abundan los tabernas con precios económicos.

 



 



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