Nº 15
Enero de 2003

Motor & Viajes    
       
EGIPTO
LEGENDARIO


ALEJANDRÍA
Entre el recuerdo y el olvido
Durante siglos dio la espalda al resto de Egipto para abrirse al Mediterráneo. Olvidada por los turistas, esta ciudad es el último tesoro de un país que tiene mucho más que faraones
__________________________________________
ÁNGEL MARTÍNEZ BERMEJO

Desde las ventanas de cualquiera de los hoteles que se asoman a la Corniche —esa avenida costanera que a veces tiene aires marinos de malecón habanero— la vista se extiende por todo el puerto oriental. La calle la rodea por la derecha y la izquierda y parece cerrarse justo enfrente, donde se alza el fuerte Qaitbey. En esta bahía artificial flotan los barcos de los pescadores, de vuelta de una jornada en el mar. Abajo la circulación es lenta, con unos semáforos que hacen lo posible para complicar el tránsito y unos conductores que practican el sálvese quien pueda como norma fundamental de tráfico. Cae la noche y empiezan a encenderse las farolas, y las luces se reflejan en el pavimento mojado después de una tarde de lluvia. En invierno, Alejandría parece olvidar su papel de balneario de las clases medias cairotas, que toman al asalto sus playas en verano para huir de los calores de la capital. Ahora vuelve a ser una ciudad suave y somnolienta, que no consigue despertarse con el ruido de las bocinas.

En realidad parece que Alejandría se ha olvidado de todos los papeles que ha jugado en la Historia. En pocos lugares del Mediterráneo el pasado parece un sueño tan mal recordado como en esta ciudad. Hay que echar mano de los libros de Historia, o en su defecto de un folleto turístico, para recordar una vez más que ese fuerte Qaitbey que parece flotar sobre las aguas ocupa el lugar del famoso faro que iluminó el puerto y la mente de varias generaciones. Fue una de las Siete Maravillas de la Antigüedad, y de él sólo queda un recuerdo difuso reconstruido por muchos siglos de imaginación.

Cuando Ptolomeo Filadelfio lo mandó construir ese lugar era una isla, la isla de Pharos, y guardaba la entrada al puerto de la ciudad que atesoraba el saber del mundo, y así su recuerdo ha quedado en el diccionario al dar nombre a las torres que indican el buen camino a los marinos. Y esta ciudad lánguida que se recoge a la caída de la noche ha olvidado la historia de su fundador, Alejandro Magno, del que conserva el nombre y poco más.

Se supone que en algún lugar se veneró el cuerpo del conquistador del mundo, pero ese enclave sagrado se ha perdido en el olvido de los siglos. Hace pocos meses se inauguró por fin la nueva Biblioteca, que quiere recordar ese antiguo centro de sabiduría que era mucho más que un almacén de rollos y papiros. Hasta el momento cuenta con un hermoso edificio pero con pocos fondos. La historia tantas veces vivida de un deseo no satisfecho. Es inútil también buscar las huellas de la divina Cleopatra, un personaje tan lejano que ya no nos deja ver la forma de su no menos divina nariz. Quedan en cambio algunos rastros de esa otra ciudad cosmopolita y soñadora de hace un siglo, huellas escasas perdidas en la homogeneidad árabe de la actualidad.

La coexistencia de tantas lenguas, razas y religiones durante unas décadas creó una ciudad literaria y legendaria que ahora los todavía escasos visitantes extranjeros se afanan en descubrir. El Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, siempre fue una fantasía novelada, pero ayudó a crear un mito que se asienta sobre patas más firmes, como la obra de Cavafis y de Forster. Los poemas del primero y la guía del segundo han dado forma a una Alejandría muy cara a los viajeros que gustan de ver lo que no existe. Aunque uno puede perfectamente interesarse por lo que no existe. Pero, en ese caso, ¿Cuál es la gracia de esta ciudad que no cumple con lo que se le pide? Pues precisamente eso, el ser una ciudad de la imaginación que sí satisface plenamente la búsqueda interior. Si la Alejandría actual, árabe y egipcia, no responde a las imágenes creadas por esa legión de nobles alejandrinos —de cuna o de devoción— es porque la ciudad real no es la que cuenta. Lo importante es su poder de estimulación, de creación de una ciudad poética. Y tal vez ninguna otra haya sido capaz de tanto en el último siglo.

LA CIUDAD, HOY.
En la actualidad, Alejandría es una bulliciosa ciudad portuaria y comercial. Al caminar por sus calles en búsqueda de esos recuerdos literarios se descubre primero lo que no hay: ni rastro de franquicias ni de grandes cadenas internacionales. Algo que ya parece imposible de encontrar: una ciudad en sí misma, con sus tiendas de siempre, cada una original y con un nombre propio. Aunque también hay calles con tiendas (que parecen no cerrar nunca), cada una exactamente igual a la anterior, que venden los mismos zapatos y los mismos bolsos y los mismos casetes de música árabe.

Pero así, deambulando al azar por estas calles se pueden dejar pasar los días en los cafés, viajando en tranvía, comiendo pescado a la orilla del Mediterráneo, soñando con un mundo pasado que pervive en las páginas de los libros. Pero Alejandría no es una ciudad anclada en el pasado. Es el mayor puerto del país y realmente es su capital durante los meses de verano, cuando sus playas se llenan de decenas de miles de egipcios, y el Gobierno se traslada huyendo del calor de El Cairo. Sí, al final se puede pensar que el proyecto de la nueva Biblioteca es la muestra de que se puede avanzar en el mundo con los pies bien firmes en la Historia.

Dada la ausencia de grandes monumentos que se conviertan en visita inexcusable, Alejandría es una ciudad perfecta para callejear. De las plazas principales (midam Orabi y midam Sa’ad Zaghloul) salen casi todos los caminos. Es curioso, pero Alejandría, el libro de E. M. Forster, —la última versión del autor es de 1961— sigue siendo la mejor guía para esta exploración callejera, aunque lamentablemente hace muchos años que no se reedita en español.

DE OTRO TIEMPO.
Una y otra vez habrá que pasar por sharia Salah Salem, prototipo máximo de calle comercial de otra época, donde todavía no hay tiendas de ninguna cadena internacional, y permite atisbar comercios ya perdidos en otras ciudades. Aquí hay anticuarios, joyerías y la sede del Banco Nacional en un edificio que en realidad es una copia del palacio Farnesio de Roma. Por allí cerca se encuentran las huellas de la época cosmopolita de Alejandría, con la sinagoga, las catedrales copta, ortodoxa, católica y anglicana, además de la mezquita Attarine. Al azar de los paseos se llegará a las famosas pastelerías alejandrinas (Trianon, Athineos, Délices, Pastroudis), muchas de las cuales han perdido encanto en aras de la modernización y el aire acondicionado. Pero siguen siendo uno de los recuerdos más claros de la ciudad de otro tiempo. En algunos de ellos un viajero voluntarioso podrá sentir la presencia de Cavafis, que frecuentaba algunos de estos cafés-pastelerías.

Otra calle para el recuerdo y el paseo es Nebi Daniel, la antigua calle del Soma —puro mármol en pavimento y columnatas en otro tiempo—, con recuerdos de la legendaria Alejandría. Al comienzo de esta vía magnífica se elevaba el Cesareum (el templo que Cleopatra empezó para Marco Antonio y que Octavio terminó para dedicárselo a él mismo). Hoy no queda nada, y los dos obeliscos que se erguían en su entrada fueron trasladados en 1870 a Londres y Nueva York. En la esquina de Nebi Daniel (que recuerda al profeta) y Fuad, los lectores del Cuarteto buscarán en vano la barbería de Mmemjian, el babilonio. Una tradición mantiene que éste es el emplazamiento exacto del lugar donde se conservó el cuerpo de Alejandro Magno tras su muerte en Babilonia.

Siempre se afirma que en Alejandría no quedan restos de la época clásica, pero ésta es una verdad a medias. Hay algunos y, aunque están desperdigados por la ciudad, son fáciles de encontrar. Lo más curioso son las catacumbas de Kom es-Shoqafa, en las que se descubre una sorprendente mezcla de elementos faraónicos y romanos, un buen ejemplo del sincretismo religioso y cultural que se dio en esta ciudad.

A unos 500 metros se alza la Columna de Pompeyo que, a pesar de su nombre, estuvo dedicada a Diocleciano. Sus 25 metros de altura la convierten en un tótem solitario e incongruente. Cualquier vigilante del recinto refiere que proviene del templo de Serapis, una de las grandes maravillas de la época de los Ptolomeos. Hay quien afirma que aquí se encontraba la famosa Biblioteca, pero no hay pruebas concluyentes, aunque los mismos guardianes son capaces de mostrar al visitante un pasadizo que conduce a algún recinto de ese lugar mítico. Y no les tiembla el rictus al proponer el paseo a cambio de una buena propina. Por otra parte, el lugar donde poner orden a todo el pasado de Alejandría es el museo Greco-Romano, que contiene la mejor colección de Egipto de esta época. A poca distancia se encuentran los restos del teatro romano, con capacidad para casi mil personas. Y siempre está la Corniche, el malecón alejandrino, el espacio en el que pasear al aire libre y sentir el batir de las olas. Hay un paseo agradable desde la plaza de Sa’ad Zaghloul hasta el fuerte Qaitbey, aunque también se puede ir en calesa por la misma Corniche o en tranvía (el 15) por la calle paralela. El camino atraviesa el barrio de Anfushi, con sus mezquitas y su vida callejera. Si sólo se hiciera una parada en el camino ésta debe ser en la mezquita de Al-Mursi que, aunque tiene apenas 60 años, reproduce un modelo antiguo de arquitectura. Las mujeres sólo pueden acceder a una sala. Justo enfrente, bajo unas arcadas, las terrazas de los cafés invitan a una parada. En las mesas siempre hay grupos de hombres atareados en la lectura del diario, la partida de dominó, la pipa de agua, el vaso de té y la conversación sobre el mundo.

BELLEZA Y CIENCIA.
A continuación llega el puerto y el fuerte Qaitbey, en el emplazamiento del Faro. En él se unían dos conceptos que desde entonces, a lo largo de los siglos, hemos intentado separar continuamente: la belleza y la innovación científica. No conocemos el sistema tecnológico utilizado hace casi 2.300 años —se habla de espejos, de lentes, de fuego, pero el secreto se ha perdido— para hacer llegar la luz a grandes distancias. Esta torre se componía de tres cuerpos: uno cuadrado, otro octogonal y un tercero cilíndrico, sobre el que se alzaba una estatua de Poseidón. El conjunto tal vez alcanzara los 150 metros de altura.

Duró mil años. Se derrumbó hacia el 700, y no se sabe si cayó de manera accidental o fue destruido por un califa analfabeto que pensaba que ocultaba un tesoro. Sin darse cuenta de que el propio edificio era uno de los mayores tesoros de la Humanidad. Hoy sólo queda soñar con todo ello, respirar hondo, sentir la brisa del Mediterráneo en este lugar legendario, dirigirse a la terraza de un café y sentirse vivo. Los posos de la taza del café serán más espesos que los de la Historia.




GUÍA

 

CÓMO LLEGAR
Egypt Air (Tfno: 91 548 86 45) vuela a Alejandría vía El Cairo y Olympic Airways (Tfno: 91 541 99 41) vía Atenas. Desde El Cairo se puede viajar también en tren o autobús. Indoriente (en agencias) propone un viaje de siete noches a El Cairo y Alejandría en hoteles de lujo por 600 euros.

DÓNDE DORMIR
Dos hoteles de antiguo esplendor recientemente rehabilitados: el Windsor Palace (17, El Shohada Rami Station. Tfno: 480 8123) y el Metropol (52, Sa'ad Zaghloul. Tfno: 486 1465). Mucho más económico: el hotel Union (164 26th July St. Tfno: 480 73 12).

DÓNDE COMER
Alejandría es el lugar de Egipto donde degustar pescado y marisco, y donde abundan los restaurantes griegos. En Fish Market (en la Corniche) se elige el pescado que se paga al peso y sirve alcohol. El Elite (43 Safiya Zaghloul) es una institución, vestigio de la época cosmopolita. Denis (1 Ibn Basaam) ofrece platos griegos y pescado fresco. Para un café rápido, cualquier local de Brazilian Coffe Stores. Las pastelerías son imprescindibles, como Délices (entre la plaza y la calle Sa'ad Zaghloul), Pastroudis (39 Horriya) y Trianon y Athineos (en Ramleh).

GEOGRAFÍA: Alejandría se emplaza en el extremo oriental de la costa egipcia.

CLIMA: Tiene clima mediterráneo, de inviernos suaves con tormentas ocasionales, y veranos templados gracias a los vientos del norte. La temperatura media del mes de enero (el más frío) es de 18º.

MONEDA: Es la Libra Egipcia, que equivale a 0,25 euros.

DOCUMENTACIÓN: Para entrar en Egipto se requiere pasaporte en regla con una validez mínima de seis meses.

INFORMACIÓN: Oficina de Turismo de Egipto, Plaza de España, 18. Madrid. Tfno: 91 559 21 21.

 




PISTAS LITERARIAS

 

Tras los pasos de... Alejandría es una ciudad fascinante para los amantes de la literatura, que encuentran campo abonado a sus fantasías. Lo primero que pueden hacer es dirigirse al número cuatro de la calle Sharm el-Sheikh (antigua rue Lepsius) para rendir culto a Konstantino Cavafis en el museo que ocupa su casa. Los seguidores de Lawrence Durrell y su ‘Cuarteto de Alejandría’ tienen toda la ciudad para seguir sus huellas, aunque la parada fundamental es el Hotel Cecil (16 Midan Sa’ad Zaghloul), completamente rehabilitado —lo que es bueno para el hotel y malo para la literatura—. De cualquier modo, la mejor forma de recorrer esta ciudad es con la clásica guía ‘Alejandría’, de E. M. Forster.

BUSCANDO A CLEOPATRA
Misterio de la arqueología. La ubicación exacta del palacio de la divina Cleopatra es uno de los misterios más fascinantes de la arqueología, un reto que ha levantado pasiones durante siglos. Desde 1993 un equipo internacional explora los fondos marinos cerca de Alejandría en busca de indicios. Estos aparecieron en 1996, cuando se dio a conocer el descubrimiento de grandes recintos con columnas, pavimentos y esfinges. Existe el proyecto de crear el primer museo subacuático del mundo, con unos túneles transparentes que permitirían a los visitantes recorrer esta zona a varios metros de profundidad. Hasta ahora no es más que un sueño, otro sueño alejandrino.

 


 



VIAJES es un suplemento de